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17.05.2019 Críticas  
Juguemos al expolio

La Sala Atrium presenta la primera propuesta del Despertalab 2019. Se trata de Excalibur i altres històries d’animals morts, una creación de Hermanos Picohueso tan delirante como reivindicativa, minuciosa, reflexiva, elaborada y francamente divertida. Un juego de mesa convertido en espectáculo teatral donde el despliegue audiovisual en directo cobra un papel esencial.

Tras Ningú no va als aniversaris a l’estiu, una de las propuestas más sorprendentes y arrebatadoras que pudimos disfrutar en Fira Tàrrega 2017 y que transformó el Museu Comarcal en un festival performativo, ahora nos colamos en un plató televisivo. La adecuación y disposición del espacio de la sala ayuda en gran medida a que esta ilusión sea verosímil desde nuestra entrada y distribución por la grada. En escena, nos esperan Lluki Portas, Diego Ingold, Jaume Miralles y Gal·la Peire. Interpretación que incluye todo el proceso de creación (previo y en vivo), técnico y producción. Todo a la vista.

A partir de la noción de expolio y una aproximación temática que parte de la desconfianza recalcitrante (y argumentada con pruebas, datos y material de archivo), Hermanos Picahueso ha realizado una labor más que transversal. Dando voz a los que no la tienen y convocando a varios animales célebres fenecidos por el uso y abuso (médico, político, etc.) que de ellos ha perpetrado el ser humano se juega con el lenguaje simbólico de la fábula de un modo totalmente arrebatador. La mezcolanza de recursos dramáticos, audiovisuales y manufacturados nos acerca a una instalación performativa de altos vuelos. Sin aspavientos y optando también por la autocrítica lo que sucede en escena es tan divertido como duro y, sobretodo, necesario. La moral se extrae de las reflexiones y conclusiones hacia las que nos guían los artistas. Es de agradecer que, por una vez, la persuasión se consiga sin optar por la manipulación o la parcialidad y, por si esto fuera poco, la visión animalista se convierte también en máxima reivindicación.

El diseño y uso que se hace de los distintos objetos y de las marionetas nos acerca a lo artesanal. La manipulación de Portas e Ingold (también su desdoblamiento e interpretación, vocal y física) resulta espectacular, así como la inclusión y entendimiento con el resto del equipo. A nivel técnico, una meticulosa y milimétrica vestimenta a tiempo real y con un ritmo vertiginoso nos asombra hasta dejarnos con la boca abierta, desencajada y con la risa congelada. Por todos estos motivos, nos encontramos ante uno de las visitas imprescindibles de la temporada. Ojo a la irónica selección musical.

Finalmente, resulta muy esperanzador que las propuestas de los Hermanos Picohueso encuentren un espacio de exhibición en nuestra cartelera. Su manera de entender el proceso creativo y desarrollar sus piezas aportan una mirada propia y trascendente, especialmente por su capacidad de observación y análisis de una realidad en la que vivimos inmersos. Una hora con ellos es suficiente para ayudar a dinamitar y derrumbar esos barrotes mentales que nublan nuestra visión de análisis y crítica. Sin duda, el mejor antídoto contra la resignación y la mansedumbre lo podemos engullir estos días en la Sala Atrium. Y, esta vez para bien y más que cualquier enfermedad, es contagioso.

Crítica realizada por Fernando Solla

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