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15.05.2019 Críticas  
Siboney es libertad

Territorio Siboney, de la compañía BisturíEnMano, se estrenó el pasado domingo en la Sala Nave 73 de Madrid como parte de la programación de Surge Madrid. La obra, dirigida por Darío Sigco y Arturo Babel, es una creación multidisciplinar que explora las formas de abuso de poder sobre los habitantes de la llamada ‘Ciudad sin nombre’.

Siboney fueron los primeros pobladores de la actual Cuba y también es una canción; ante todo, Siboney es el o la protagonista de esta historia, el personaje que nos cuenta sus vivencias en el tiempo que le tocó vivir: la desaparición de sus padres y de su hermano Nico, su resistencia a la dictadura y su (re)nacimiento hacia lo que denomina “el triunfo vegetal”, “el ejército de las flores”.

Sergio Tamayo, Alessia Cartoni y Ángela Villar son Siboney adolescente, joven y madura, respectivamente; la última será la que comience el espectáculo y se dispone a contarle su historia a las plantas de su casa, por lo que compartirá escenario en varias ocasiones con las Siboney que fue antes. Recordará y observará en primera línea su pasado, su evolución, su sufrimiento en retrospectiva, a lo largo de tres capítulos que se suceden del tercero al primero, lo que indica la vuelta al origen, al verdadero ser y nacimiento, y también a la involución de la sociedad de su alrededor.

Se trata de una Siboney madura, que se ha convertido en planta o al menos ha adquirido las características de las mismas, de una Siboney fértil y creadora, que ha crecido y florecido con el “abono de los recuerdos”. Como las plantas, sus miembros regeneran y reaparecen si son cortados, lo que la hace invencible. Siboney, su cuerpo, no es propiedad de nadie.

Como pueden intuir, el espectáculo es un camino de aprendizaje y superación, plagado de poesía, de metáforas y simbolismo. Más allá de su conexión con el bosque y la naturaleza desde su adolescencia, Siboney cuenta que sus progenitores (¿o más bien progenitoras?) se llamaban Helena y Olmo, en una alusión bastante clara a la belleza y la fortaleza como guías y generadoras de vida.

Sus progenitores, además, eran dueños de una librería, que Siboney cuidará hasta el final junto con su hermano Nico, afirmando continuamente que “leer es fértil”, en una defensa total de la lectura, del conocimiento y del autoconocimiento como acto de rebeldía y de pensamiento crítico y libre. Siboney se reafirma en su faceta creadora y en su identidad botánica cuando advierte que sus progenitores la criaron para aprender y no para producir.

A medida que Siboney desvela sus recuerdos, las cortinas blancas que cubrían el escenario se van corriendo hacia los lados, dejando al descubierto libros y flores, muchas flores, proyecciones de brujas y guerras, de finales de guerras en que “las calles están nubladas, y las personas también”, en que la paz y todo lo que la ha precedido termina por convertirse en “la nada, el no-tiempo”.

Coreografías con sillas, tras las cortinas, recrean eventos del pasado, persecuciones y anatomías en juegos de sombras de gran belleza, que se mezclan con fluidos, sexo, sangre, savia, agua y olores inherentes a la condición humana, especialmente a la feminidad. En este sentido, destaca el trabajo corporal de Sergio Tamayo como Siboney adolescente, que anticipa la búsqueda o invención de su verdadera identidad en su danza alrededor de un marco. Por otro lado, la pasión de Cartoni y la vis cómica de Villar.

Territorio Siboney toca temas como el capitalismo, el aborto, la individualidad, la violencia gratuita, el nacionalismo, la violación y las armas de sometimiento a la mujer en tiempos de guerra y totalitarismos. Y es que, como le cantaban sus progenitores, Siboney no es de aquí ni de allá, como la conocida canción.

Con un equipo internacional, acentos colombianos, gallegos, andaluces, bien marcados, invaden la escena; este montaje experimental e impactante es una llamada a la inclusión, a la disidencia, la protesta y la rebeldía en tiempos en que “es tradición no decir nada de las cosas que pasan”; una fábula política y universal, una reflexión e investigación escénica sobre el cuerpo y el dolor como motor de crecimiento, alejada de concreciones o reduccionismos. En mi opinión, una de las obras más ricas, brutales y honestas de esta edición de Surge Madrid.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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