La Sala Tallers del Teatre Nacional de Catalunya programa estos días Orsini, de producción propia junto a la Companyia Solitària, y que escribe Aleix Aguilà y dirige Xicu Masó. Una obra de profundo calado para el espectador que quiera mirar más allá de una simple función de teatro.
Noviembre de 1893. Estreno de temporada del Teatre del Liceu de Barcelona con la ópera Guillermo Tell de Rossini. Santiago Salvador Franch, como defensor de la lucha contra la sociedad burguesa de la época, lanza dos bombas Orsini a la platea causando la muerte de 20 personas. Un anarquista luchando frente a una sociedad opresora mientras esa misma sociedad observa la ópera de un héroe del romántico haciendo frente a su tirano opresor.
De las dos bombas, solo estalló una y con esta premisa como punto de partida Aleix Aguilà escribe un texto original a la vez que contundente. Una dramaturgia que juega con el público; que lo hace pasear por prados catalanes, donde todo aparenta ser artificialmente ideal e incluso un tanto cómico para, de repente, hacer explotar la bomba que rasga los telones de la realidad y con la que congela más de una sonrisa. Una exposición de verdades, en ciertos momentos incluso incómodas, sobre el maquillaje social y político que nos envuelve. Y, sobre esto, una reflexión sobre cómo queremos reaccionar al respecto. Aguilà, además, utiliza con gran acierto la metateatralidad como recurso añadido, muy apropiado para la temática que se quiere tratar.
Al texto, se le une una excelente dirección de Xicu Masó, que orquesta un montaje de cuatro actores fantásticos. Júlia Barceló, Míriam Alamany, Pau Vinyals y Pol López nos hacen un regalo con este soberbio ejercicio teatral. Se visten y se desvisten del personaje ofreciendo al espectador una doble interpretación. Todos, a excepción de la Alamany, quien permanecerá todo el tiempo en la misma línea y con el listón puesto bien alto.
El espacio escénico es también un gran atractivo de Orsini. Al igual que los actores, Judit Colomer Mascaró ha realizado una escenografía que se desviste para mostrarnos la dura realidad. La obra está dividida en dos actos y tanto en el primero como en el segundo (en el último con un gran impacto) el trabajo de Colomer Mascaró resalta con gran efectividad. Y junto a ella, el sonido de Vidal Soler y el vestuario de Silvia Delagneau que acompañan en perfecta armonía a cada escena y le añaden el dramatismo justo y necesario a la ocasión.
No puedo contar mucho más si no quiero destriparla. Pero sí puedo decir que en Orsini, el resultado conseguido con todos los componentes es excelente. No es solo una obra entretenida, sino que permite la introspección del espectador sobre qué papel jugamos en nuestra vida o cuál queremos jugar en la sociedad actual y si permitimos que nos manejen las pantallas y las cortinas de humo que a veces nos extienden. Y, además, Orsini demuestra que la colaboración de dos generaciones funciona. Que funciona realmente bien. Que jóvenes y mayores por separado pueden hacer grandes cosas, pero que si hay entendimiento y voluntad no tienen porque haber barreras si estamos hablando de arte. Enhorabuena a todo el equipo artístico y técnico por haber conseguido algo así. Una flecha clavada sobre la manzana que le da, una vez más, otra victoria a las salas pequeñas del TNC.
Crítica realizada por Diana Limones