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14.05.2019 Críticas  
En una milésima de segundo

El Maldà presenta la tercera entrega de Trilogia de l’amor. En esta ocasión, Alícia Serrat se une a Dani Campos para cautivarnos con El temps que no tindrem. Pasó con Per si no ens tornem a veure y con Tot el que no ens vam dir que nos embargó la emoción y la ternura. En este caso, las señas de identidad se mantienen y se aplican a las posibilidades dramáticas del género.

De una égloga soberana y atemporal y un juego de falsas y dobles identidades pasamos a una historia sobre los límites silenciosos del amor y la amistad. Ahora, nos adentramos en el universo materno-filial a partir de la creación, construcción y desarrollo de unos personajes singulares y al mismo tiempo reconocibles. El juego que se plantea entre ellos y los cánones del género romántico es lo más (y muy) destacable. Giros argumentales, dramáticos y situacionales que de un modo prácticamente imperceptible nos sumergen en la relación de madre e hijo y nos trasladan a la década de los 80.

Los guiños estéticos del vestuario y la caracterización (obra de Raquel Ibort y Marc Udina) dotan de una identidad muy característica y visten la propuesta al mismo tiempo que ayudan al desarrollo de los personajes, especialmente al femenino. Canciones como «Nadie me conoce» hacen lo propio y se hilvanan con el resto de las piezas, que siempre aparecerán en el momento adecuado y se empastan e integran con las líneas de diálogo con espontaneidad y frescura.

Serrat demuestra habilidad y buen pulso para la combinación de la primera y la tercera persona. También para la ruptura de la cuarta pared y la dirección de intérpretes. De este modo, Mariona Castillo y Joan Mas se adueñan del material y lo hacen grande, aprovechando la corta distancia y la intimidad del espacio. La adecuación vocal y expresiva de ambos es indiscutible. Cada uno a su manera (y a través de un emotivo trabajo conjunto) integran canto y texto fieles tanto al estilo de la propuesta como a sus propias habilidades. Se escuchan y se complementan más que bien y se desdoblan en varios personajes siempre ayudando al compañero y, sobretodo, apoyando y desarrollando al principal que defienden. En el caso de Castillo, la vena «ochentera» nos sorprende y seduce completamente. Mas consigue incluirnos a todos los presentes de un modo muy especial.

A nivel musical, libreto y partitura nos regalan temas muy señalados por parte de ambos autores. De Serrat, conseguimos ver su sello y cómo se alinea (ya sucedió con Marc Sambola y Miquel Tejada) con la identidad musical de Dani Campos. Aquí las canciones no solo explican a los personajes y su historia sino que también contextualizan y bromean con la época en la que los situamos. Como en las mejores ocasiones, las canciones permitirán dar voz a unos seres que necesitarán explicarse cuando ya no pueden (aquí los motivos serán muy concretos) seguir hablando. Algunos objetos de utilería de Toni Luque (los justos y necesarios y muy bien utilizados) y una expresiva, cromática y excelente iluminación de Adrià Rico redondean la propuesta.

Finalmente, se demuestra una vez más que no hacen falta grandes artefactos escenográficos cuando se tiene una base férrea y bien trabajada. Destacando una vez más la iluminación de Rico, la implicación de los intérpretes y la adecuación entre libreto y música, asistimos a una función que entronca y nos implica tanto con la historia ficticia y concreta que se explica como con la nuestra propia y las connotaciones intrínsecas que, sin duda, afloran mientras dura la representación. Y, algo muy importante, nos quedamos con las canciones y la historia cuando abandonamos la sala. No sucede todos los días y, menos, en una milésima de segundo.

Crítica realizada por Fernando Solla

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