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12.05.2019 Críticas  
Incisivo boleto para la rifa por el relato histórico

Inundación en los Baixos22 del Teatre Tantarantana. La Cia. El Martell nos ofrece una particular y muy trabajada aproximación a uno de los clásicos de la literatura catalana. Atlàntida 92 (Un espectable que fa aigües) confirma el buen pulso de Laia Alsina Ferrer para replicar, rebatir y refutar constructos sociales fundacionales de una visión del mundo peniciosa, caduca y vicidada.

En este caso, se sigue abordando una temática social y política de un modo completamente libre y alejado de estructuras dramáticas cerradas. La función se convierte en una reunión. Una rifa en la que no aplica la cuarta pared. Los espectadores nos convertimos en los asistentes a una especie de centro cívico para ver la retransmisión y celebrar la final (futbolística para los menos apegados al mundo del deporte) de la final de la Copa de Europa de 1992. Un momento tan épico que será introducido con fragmentos de L’Atlàntida de Jacint Verdaguer. A partir de ahí, los anfitriones se mostrarán como tales y como los propios intérpretes que los defienden y que se rebelan u ocultan sus distintas contradicciones internas con la pieza que han construido y representan ante nosotros.

¿Qué se está dispuesto a arriesgar? La autocrítica estará muy presente y especialmente bien reflejada a partir de la sumisión (a veces más necesaria para subsistir que voluntaria) al poder dominante. También de los artistas. Recogiendo distintos sucesos que «también» acontecieron en 1992 se persiste en visibilizar a los silenciados. De manera transversal, la dramaturgia se empodera del relato que quiere explicar y nos habla de la represión política contra los militantes independentistas que se ocultó y anuló en favor de la cobertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona. No tanto de ello como del porqué. A través de los símbolos y los materiales elegidos también se refleja el papel al que se relega a la mujer (muy bien hallada la alegoría entre masculino-olímpico y femenino-paralímpico), así como la ubicación de los personajes masculinos en escena y el femenino mirándolo desde la distancia de la platea. Una bomba subversiva y consciente que (por lo menos mientras dura la representación) estallará. Y hasta que la reivindicación deje de etiquetarse como enaltecimiento al terrorismo, esta pieza tendrá sentido y será absolutamente necesaria. No hace falta decir que explica el estado actual de todas las demandas convocadas. Con sentimiento de causa y compromiso.

Una fuerte sensación de pertenencia se desarrolla a distintos niveles y unidades. Físicas y temporales. La escenografía de Carlota Masvidal transforma tanto la sala como el vestíbulo para adecuarse al «acontecimiento» celebrado. La dirección de intérpretes juega a la perfección con la dualidad intérprete-personaje y consigue que Cristina Arenas, Sergi Gibert y Josep Sobrevals nos impliquen e incluyan desde el primer momento. Resulta realmente impresionante ver cómo los tres interactúan y confrontan sus actitudes con lo que dicen. El juego que establecen entre lo que hablan y lo que callan es muy revelador y cuando nos topamos con sus miradas, la función alcanza unos niveles de intensidad, emoción y, sobretodo, coherencia con el discurso interno de la pieza excelentes. Se crecen en la corta (cortísima) distancia y resulta un privilegio poderlos observar y escuchar a escasos palmos de distancia. La defensa y «explicación» de Gibert tanto del texto clásico como del más rupturista es muy valiosa. Tanto como la observación impertérrita y silente de Arenas, así como su dominio de la ironía y comicidad. La actriz capta y transmite toda la intención de la pieza. Sobrevals sobresale al mostrar las contradicciones internas y trasmite esa lucha y toma de consciencia y el dolor de la resignación de un modo tan sutil como de gran calado. Tres cómplices de excepción del trabajo de (y con) Alsina Ferrer.

Finalmente, Atlàntida 92 (Un espectacle que fa aigües) conforma una función de la que (como siempre que nos acercamos a una propuesta de la compañía) extraemos o certificamos un valioso aprendizaje. En este caso, se nos implica de un modo muy especial y profundo ya que nos daremos cuenta de que, en ocasiones, esa especie de selección «natural» de lo que debe configurar nuestro relato social y político no solo nos incumbe sino que es nuestro derecho, deber y responsabilidad. Común y compartido. Y no un privilegio de unos pocos.

Crítica realizada por Fernando Solla

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