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17.04.2019 Críticas  
Encauzando realidad y ficción

La Villarroel acoge de nuevo a Titzina, la compañía formada por Diego Lorca y Pako Merino, y juntos visitamos La Zanja. Un espectáculo que mantiene un fuerte compromiso social y se muestra fiel al lenguaje y formato de nuestros anfitriones, que activan nuestro intelecto a través de la escucha y la mirada.

Presente, pasado y ¿futuro? ¿Quiénes somos los conquistadores de hoy en día? ¿Es posible la convivencia de dos mundos y dos modos de entender la vida cotidiana? ¿En qué momento la ambición se antepone al bienestar común y a la equidad? ¿Qué tiene que ver el encuentro entre Pizarro y Atahualpa, el último rey del Imperio incaico, con la relación que se establece entre el técnico de una multinacional minera y el alcalde de un pueblo explotado? ¿Realmente es esta única relación posible entre españoles y lo que denominamos países suramericanos? ¿A través de la imposición y el expolio de materias primas?

Nos surgirán muchas preguntas durante la representación. No solo sobre el contenido. ¿Es suficiente el impacto, preocupación y posicionamiento de los creadores para despertar el interés del público? El verdadero descubrimiento de la función es que todavía haya artistas que no se acomoden en unos cánones preestablecidos. Ellos nos hacen caer en la cuenta de que es posible seguir ofreciendo composiciones particulares que denuncien una realidad interpelando a la razón y a la inteligencia y que todavía hoy tiene sentido dentro del terreno del (a veces mal entendido) entretenimiento. Creadores que se preocupan de la mayoría de los palos de su propuesta, como la dramaturgia, dirección e interpretación entre otras. En este último terreno, destacamos que la aproximación se realice de un modo particular y sin querer imitar o caricaturizar en exceso. Universalizando y al mismo tiempo mostrándose con un talante tan expresivo como característico y sorprendente.

La puesta en escena es una de las señas de identidad de la propuesta. Una escenografía en apariencia mínima pero que expresará a través de la interacción con los intérpretes las múltiples capas de lectura y favorecerá que las distintas líneas temporales confluyan en una estética y cromática muy determinada. Como benefactores de este diseño, el sonido y composición musical de Jonatan Bernabeu y la iluminación de Albert Anglada y el propio Lorca. Fieles a la descripción y evocación planteadas. El vestuario de Núria Espinach hace lo propio con la posibilidad de convocar a todos los personajes en escena, independientemente de la época o temporalidad en la que podamos contextualizarlos. En combinación con el movimiento escénico de los intérpretes se consigue integrar el realismo mágico sin apenas transiciones y de un modo muy sugerente.

Finalmente, alabamos la capacidad de Lorca y Merino para seguir profundizando en un teatro comprometido y que interpela a la razón antes que a la emoción. No queremos decir con esto que dicho sentimiento no esté convocado, ya que la persistencia de esta pareja de artistas por seguir tratando lo social a través de la increpación a la apatía que nos define a los habitantes y perpetradores de las potencias económicas preeminentes es no solo conmovedora sino revulsiva de nuestro conformismo.

Crítica realizada por Fernando Solla

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