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03.04.2019 Críticas  
Formar parte del rebaño

Remote Madrid es una «pieza itinerante inmersiva por la ciudad», que llega a la capital, para cuestionarnos quién tiene el control de nuestra vida, y qué inteligencia nos mueve, la nuestra, o la inteligencia artificial; Conde Duque nos sirve la propuesta en bandeja de plata.

«Estás esperando para que comience Remote Madrid. Hay pocos bancos pero intenta ponerte cómodo. No te vayas muy lejos. Si la señal se pierde, acercarte al grupo hasta que mejore. Si el volumen está muy alto, o muy bajo, puedes ajustarlo desde tu receptor. Por favor, no saques fotos en el cementerio. Tómate tu tiempo, relájate. Remote Madrid va a empezar en pocos minutos.»

Este mensaje es el que se repite una y otra vez, por los auriculares, mientras el grupo se va formando, en el lugar de reunión indicado por la organización. Llegar en transporte público, era lo recomendado, y algo se intuye sobre que este camposanto no es mas que el principio porque tarjetas de transporte son entregadas a todo aquel que no cuente con una, o abono transporte en vigor. Cuarenta personas son citadas e instadas a permanecer lo más juntas posible para que la calidad de la recepción no empeore; en cuanto uno intenta desmarcarse del grupo, interferencias. Inés, la voz sintética nos toma como su rebaño, y así nos va a guiar por la ciudad.

Remote Madrid es una propuesta que es dificilmente explicable o siquiera analizable: los Rimini Protokoll, que hace muy poco estrenaban en los Teatros del Canal sus Situation Rooms (y que por incompatibilidad horaria me fue imposible disfrutar), se están ganando mi atención y la de cada vez más gente, con este tipo de propuestas extra-escénicas, en las que el sujeto espectador pasa a formar parte de la acción, y no puede limitarse a asistir sin más, sino que se ve obligado a obedecer, participar, y tomar decisiones que afecten al grupo (rebaño). Se acabó la pasividad en la butaca de un liceo. El público es cada vez más exigente, y este tipo de acciones, en las que uno se convierte en performer, está teniendo una excelente acogida, y muestra de ello es el lleno absoluto hasta su finalización.

Stefan Kaegi se encarga de dirigirnos, y de haber creado el texto y el concepto, asistido por Jörg Karrenbauer en Madrid: Inés nos va dando las directrices y direcciones a seguir en nuestro deambular callejero. Salimos por las puertas del cementerio para formar parte del mundo de los vivos, y desde ahí el relato nos va dando mensajes que cuestionan nuestro día a día: tomar una calle a la izquierda o a la derecha, por qué el Metro se para tanto en estaciones en las que apenas hay tránsito, por qué no nos miramos a los ojos, ya de adultos, con extraños. «Mismo hardware, distinto software» es con lo que uno se queda, cómo estamos programados de forma tan distinta entre nosotros que hace que surjan incompatibilidades y errores 404 ante situaciones convencionales.

Cualquier disertación más a este respecto me expone a divagar, porque son tantos los conceptos y las cosas que llega a cuestionarte esa voz en tu cabeza durante 120 minutos que te guía por la ciudad, haciéndote romper tus propios esquemas, y los de los ciudadanos que se cruzan contigo, y que no forman parte ni de tu rebaño ni de tu manada; que es inabarcable y para cada uno habrá supuesto una experiencia distinta. Este grupo que comenzó sin querer serlo, efectivamente, pasa a formar parte de mi vida, como un acontecimiento extraordinario que hace que cualquier futura reunión me haga recordar que alguna otra vez puede llegar a ocurrir algo parecido, pero nunca exactamente igual; todo momento que compartimos es precioso, y dado que no somos eternos, debemos aprovecharlo al máximo y apreciarlo aún más si cabe.

De la tierra al cielo, comenzando como un individuo, formando parte de un todo, y abandonando el mundo, solos durante un rato solo, porque tras la evaporación, pasamos a volver a estar juntos con aquellos que llegaron antes. Yo aún te recuerdo, Carlo Edmondo, nacido el 28 de junio de 1921. Ya lo expresó Alberto Conejero en La Piedra Oscura, y lo llevo yo grabado a tinta sobre mi piel: «No voy  desaparecer del todo, ¿verdad?. Nadie puede desaparecer del todo, ¿verdad?».

Crítica realizada por Ismael Lomana

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