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08.04.2019 Críticas  
Virtuosa muestra de equilibrismo coreográfico y musical

El Mercat de les Flors alcanzó uno de los platos fuertes de la Dansa Quinzena Metropolitana con una de las obras referenciales de Anne Teresa De Keersmaeker. A día de hoy, Achterland supone un reencuentro con un lenguaje coreográfico puro y estrechamente relacionado con la música. Su lectura de género evidencia tanto el impacto como la valía de la pieza.

Achterland se podría traducir como «interior de un país». En 1990 supuso la introducción de los bailarines masculinos en el universo de la compañía. Actualmente, este hecho se sigue discerniendo en la coreografía y se potencia todavía más si cabe en la manifestación de la feminidad. Resulta muy emocionante la progresión entre la oposición, el contraste y la interacción. Del exhibicionismo burlado a la sensualidad bien entendida. Líneas de movimiento (y vestuario), así como una persistente e interrogante presencia (como objeto escénico) de los zapatos de tacón. Movimientos que se reducirán o ampliarán en función de los requerimientos de la composición musical, superpuesta a la coreográfica de un modo hipnótico y de gran calado deontológico y estético.

La escenografía diseñada por Herman Sorgeloos sigue sorprendiendo por el uso de la madera. Una gran plataforma con cinco bases más pequeñas que se colocan sobre ella en algunos momentos. Eso permite una configuración espacial en constante cambio, algo que favorece la fantástica iluminación de Jean Luc Ducourt. En este contexto, podemos sumergirnos en el vestíbulo de la mente como espacio donde surge tanto la necesidad de moverse como la naturaleza, esencia e identidad del movimiento. En esta pieza, tiene especial importancia el vestuario de Ann Weckx, tanto por su diseño «funcional» como por la atribución de líneas femeninas para las piezas de ellos y viceversa. La inclusión no solo de la figura masculina sino de la normalización de figuras y cuerpos (así como su circulación) se ve estrechamente favorecida por su aportación.

En esta ocasión, Laura Bachman, Yuika Hashimoto, Anika Edström Kawaji, Frank Gizycki, Robin Haghi, Laura Maria Poletti, Soa Ratsifandrihana y Luka Švajda son los responsables de interpretar la pieza. El virtuosismo técnico de todos ellos se combina en perfecta harmonía para ofrecer movimientos precisos y concatenaciones de gestos, a veces en voluntaria ruptura del unísono. De algún modo, plasman el existencialismo de la disciplina que defienden. Caídas en espiral, brotes hacía atrás y elevaciones de las extremidades, alzamientos corporales que nos parecerán un descenso… Algo realmente extraordinario y que da un especial sentido a la reposición, tanto desde el punto de vista de los emisores como de los receptores. Nuevas generaciones que lo bailan y un público que ha aprendido y se ha educado durante más de dos décadas con artistas como De Keersmaeker. Tenemos la oportunidad de reunir en un instante toda nuestra competencia intelectual y nuestra aptitud para relacionarnos con una pieza coreográfica. También de ubicar en una constelación imaginaria al cúmulo de profesionales influenciados por Rosas.

Achterland supone también un punto de encuentro para todos aquellos intérpretes que aportan, mantienen y se incorporan al universo de la compañía. De este modo, celebramos reunirnos de nuevo con Bachman y Hashimoto tras su visita a nuestra casa de danza tras Rosas Danst Rosas . También, la certificación del talento de Gizycki (eminentemente comunicador), Haghi y Švajda para fusionar sus movimientos creando un lenguaje propio que siempre tiene en cuenta la importancia de la música, así como de los silencios. Ya lo vimos en el estreno de Die sechs Brandenburgischen Konzerte en la Volksbühne Berlin (hasta el momento, la última creación de la compañía) y lo certificamos aquí. A destacar, la interpretación de las piezas del pianista Joonas Ahonen y el violinista Juan María Braceras, perfectamente integrados y sumidos en el lenguaje interior de la propuesta.

Precisamente, este último espectáculo ya suponía un retorno al que nos ocupa. Tanto la puesta en escena de Ducourt como la coreografía de De Keersmaeker saben captar cómo la música de Bach, en la nueva pieza, y de György Ligeti («8 Etudes for solo piano») y Eugène Ysaÿe («Sonatas 2, 3 & 4 for solo piano»), en la que hemos disfrutado, transmiten de manera intrínseca el movimiento y la danza, combinando su dimensión abstracta con la más física y concreta. Algo único y trascendental que también se ha transmitido a los intérpretes y ellos a nosotros de un modo honesto, entregado y muy fructífero. Con ellos llegamos al interior, al verdadero «achterland» de Rosas, De Keersmaeker y, por supuesto, de la danza contemporánea y su condición auxiliadora.

Crítica realizada por Fernando Solla

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