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29.03.2019 Críticas  
You mean all this time we could have been friends?

El Teatre Akadèmia nos sitúa en el Hollywood de los años 60 con Què va passar amb Bette Davis i Joan Crawford?. El enfrentamiento entre las dos míticas actrices se convierte al formato epistolar de la mano de Jean Marboeuf en una pieza teatral que, en esta ocasión, reúne a Carme Elias y Vicky Peña en un mismo escenario.

Guido Torlonia dirige una puesta en escena hábil y que aprovecha (incluso engrandece) las posibilidades del material original. El primer acierto es el reparto de personajes, quizás el opuesto al que se podía pensar en un primer momento. Consigue conjugar la función de todos los departamentos que intervienen en la propuesta para que el resultado final sea tan atractivo como la expectación que despierta la coincidencia de dos actrices (las nuestras) con semejante recorrido. El ritmo de la función se mantiene, algo nada fácil teniendo en cuenta el desarrollo narrativo sobre el papel, y aunque no descubramos demasiados detalles novedosos ni profundicemos en lo verdaderamente truculento y dañino de la rivalidad entre Davis y Crawford sí que atisbamos destellos de humanidad. Pinceladas que las actrices defienden con perspicacia y mostrando misericordia (que no victimismo) hacia sus personajes y entre ellos.

Aunque el texto de Marboeuf no lo recoge de manera explícita, no nos encontramos ante una obra carente de intención. Cuando todavía vivimos inmersos en lo que se ha denominado como el «efecto Weinstein«, mostrarnos la cara menos amable del Hollywood de hace medio siglo nos permite ver de dónde venimos y no deja de darle un matiz lúgubre a todo el conjunto. De todos modos, la pieza no acaba de encontrar un elemento cohesionador más allá del anecdotario. El formato epistolar no es un problema en sí mismo, aunque su tratamiento podría haber sido distinto. Quizá se podría haber ofrecido la opción de que los personajes alternaran todavía más su función de emisoras y receptoras de la correspondencia. Ahí se podría haber potenciado el enfrentamiento entre ambas sin necesidad de «encontrarse» físicamente. La combinación e intercambio de los roles en el proceso comunicativo también podría servir como dinamizador para incluir a los personajes ausentes. De este modo, la función ampliaría sus capas y puntos de vista y evitaría caer en la linealidad discursiva de algunos momentos. Se agradece que no se limite el intercambio al combate y que se opte por retratar detalles de la vida particular de cada, algo que permite crearnos una imagen más terrenal y menos mitificada.

Algo que solo sucede con el libreto ya que, insistimos, la puesta es perfecta. El espacio escénico de Sebastià Brosa y Paula Bosch favorece y propicia la confrontación que el texto evita. Con un juego de espejos y la detallada recreación de dos camerinos enfrentados, bien podríamos estar situados en el mismo plató de un estudio de cine de la época. Los paneles traslúcidos y el juego de luces de Alberto Rodríguez nos conduce y guía por el terreno intrínseco y consigue crear un clima prácticamente de ensueño, así como el meritorio espacio sonoro de Damià Martínez, que sitúa y contextualiza la pieza. El vestuario de Gloria Viguer se convierte en cómplice de las dos intérpretes para definir y dotar de carácter a sus creaciones. Piezas en las que reconocemos el talante de los personajes originales y que, visualmente, resultan todo un hallazgo. Del mismo modo, ambas se benefician de la excelente caracterización de Helena Fenoy y Marta Ferrer.

En el caso de Elias esta transformación deberá realizarse en escena, ya que será la intérprete la que se maquille ante nosotros cuando deba emular al personaje que Davis interpretó en ¿Qué fue de Baby Jane?. La actriz se viste y desviste a placer y logra crear una aureola absorbente e hipnótica a su alrededor. Cada gesto, cada mueca, cada expresión están ahí por algún motivo. Su personal y elegante dicción le sienta de maravilla al personaje. Vicky Peña difumina lo justo para que veamos la creación sin contemplar una fotocopia. No la reconoceremos en ningún momento y se mete en el personaje de principio a fin. Teniendo en cuenta que el texto no le reserva mucho más que algunos detalles biográficos, la actriz consigue mostrarnos el mundo interior y el descenso a los infiernos de Crawford y convierte en una concepción tangible todo lo elidido entre episodios. Sorprende su fisicidad en la aproximación. Un duelo sobre el papel que en escena se traduce en un compañerismo y acompañamiento ejemplar, más teniendo en cuenta que el formato no facilita pies para que las actrices se puedan dar la réplica. Ambas dominan el movimiento escénico y el careo «a través del espejo» en todo momento.

Finalmente, nos encontramos ante una pieza que debe sortear los escollos de la gestión de las expectativas de cada espectador. El tratamiento del formato epistolar no ayuda en exceso a despertar un interés entusiástico por Davis y Crawford como personajes. Las anécdotas están ahí y las recibimos con agrado pero no superarán (ni creemos que lo pretendan) el peso de las imborrables creaciones con las que las artistas titulares encumbraron el filme de Robert Aldrich. Por lo demás, una propuesta colmada con todo lujo de detalles y defendida por dos intérpretes que (ellas sí) consiguen captar nuestra atención y despertar nuestra más sincera consideración.

Crítica realizada por Fernando Solla

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