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13.03.2019 Críticas  
Masticando la escena

Los del Kamikaze fieles a su nombre. No les basta con una programación notable que ahora nos proponen un programa doble de teatro documento. Jordi Casanovas firma los dos textos que suben a escena, Port Arthur y Jauría. Tomando como base transcripciones de casos reales se producen dos obras de carácter muy diferenciado. Hablemos de Port Arthur.

El 28 de abril de 1996 en ese remoto lugar que es Tasmania, y más concretamente en la localidad de Port Arthur ocurrió una masacre. Martin Bryant tiroteó indiscriminadamente a varias personas en distintas ubicaciones. Al llegar al penal de Port Arthur, accedió pagando el peaje de entrada y una vez allí descargó sus armas contra los turistas que se hallaban visitando el antiguo penal. 35 personas fallecieron y otras tantas resultaron heridas de gravedad. Finalmente tras el arresto, interrogatorio y posterior juicio, Martin Bryant fue condenado a 35 cadenas perpetuas. Además, el gobierno australiano prohibió la tenencia y venta libre de armas a raíz del terrible incidente. A partir de las transcripciones del interrogatorio a Martin Bryant, Jordi Casanovas ha ideado una dramaturgia densa que intenta escarbar en los recovecos mentales del asesino, en los resortes que llevan a alguien a cometer esa atrocidad. David Serrano dirige a Joaquin Climent y Javier Godino en el papel de interrogadores y a un desconocido Adrián Lastra que se mete en la piel del perturbado asesino.

No hay muchas sorpresas en el desarrollo de la obra. Una vez más el buen hacer de Alessio Meloni nos permite trasladarnos rápidamente a una sala de interrogatorios. La luz de Juan Gómez Cornejo hace el resto para crear el ambiente. En la mesa, esposado, Adrián Lastra como Martin Bryant. Merece la pena detenerse en el trabajo de Adrián. Acostumbrados a trabajos suyos hiperactivos y en un tono más cómico sorprende verle en un registro tan distinto. Adrián consigue una imitación perfecta del personaje. Constatamos que es así cuando descubrimos las grabaciones originales del interrogatorio. Salvando el idioma, Adrián es un calco de ese hombre aparentemente retrasado mental, pero capaz de conducir y cargar un arma automática. No solo eso, sino de dar respuestas bastante retorcidas a sus interrogadores. La gran baza de esta obra es sin duda Adrián Lastra.

Joaquin Climent y Javier Godino están en un plano más encorsetado. Recordemos que el texto son las transcripciones literales del interrogatorio. Hay mucha reiteración, mucha pregunta formulada de distinta forma. Un interrogatorio no es precisamente lo más divertido del mundo, eso está claro, pero quizá como espectadores esperamos algo más.

Quizá donde la obra lastre un poco más su intención es en la puesta en escena. Vistos los primeros cinco minutos vistos todos. Si a eso le sumamos mucha reiteración en el contenido, es cierto que es fácil divagar y perder la atención. Además y tristemente el caso nos resulta muy lejano y para muchos totalmente desconocido. El último tramo, gracias a la personalidad retorcida del asesino logra despertar algo más el interés. No es teatro fácil, es teatro de masticar, las preguntas que se quedan flotando en el aire dejan que pensar. Un ritmo algo más ligero y una duración menor harían redonda la experiencia.

No puedo terminar esta reseña sin decir que Jauría, la obra basada en las transcripciones del juicio a La Manada, que complementa el programa doble, ofrece unas sensaciones totalmente distintas. La crítica de Ismael Lomana es totalmente certera y suscribo todas y cada una de sus palabras. Dos obras que vistas juntas provocan admiración pero que creo que en su visionado por separado son totalmente entendibles también.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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