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08.03.2019 Críticas  
La noche de autos

El programa doble del Teatro Pavón Kamikaze de teatro documento, orquestado por Jordi Casanovas, lo cierra Jauría, con seis animales en escena, dejándose la piel en escena.

Hay que ser muy brillante para despertar el interés y la expectación que este “double bill” ha generado desde el momento de su anuncio. Yo, que busco cual sabueso, todo aquello que toca el dramaturgo Jordi Casanovas, después de fascinarme y congelarme el gesto tras ese fantástico montaje de La Pensión de las Pulgas, que fue Un Hombre con Gafas de Pasta, con un plot twist magistral, que no he vuelto a presenciar en escena; al enterarme de este proyecto, con sello Kamikaze, y habiendo tanta gente querida y admirada involucrada en este Jauría, uno va predispuesto a disfrutar, aunque precisamente la temática no acompañe.

No ha pasado aún ni medio año desde que se conociese la sentencia final del caso de “La Manada”, y precisamente esta inmediatez en ver sobre las tablas la dramatización de textos extraídos de todo el proceso, únicamente intervenidos en cuanto a longitud y orden, hace que Jauría de al espectador, una nueva dimensión de lo ocurrido, tanto en el relato de los hechos, como en las consecuencias que ello ha tenido. La maquinaria del texto de Casanovas, cobra movimiento en manos de un Miguel del Arco a la dirección, que exprime al máximo todo el jugo de la ignominia perpetrada en ese espacio de tres metros cuadrados, dando otra voz y otros cuerpos a la perversión de cinco “illos” que buscaron redondear su viaje a San Fermines. Transportándonos al lugar de los hechos, en la noche de autos, Alessio Meloni firmando la escenografía y el vestuario: una vez más, redondo el resultado, y con ecos de esa otra historia de vampiros, pero en ese caso, literales, que fue Drac Pack. Menos es más, y el uso de las sillas, los tres escalones que le condujeron al infierno, y el complemento de las luces de Juan Gómez Cornejo, nos hacen ver la fiesta de la Plaza del Castillo, el banco donde todo empezó, y el chiscón del horror. Una vez mas, bravo, Meloni.

Quien me conoce sabe que a mi “La Hervás” (aka María Hervás) nunca me ha llegado, ni he sentido esa fascinación inmediata que todo el mundo sintió tras esas Conversaciones con Alá. Si, todo esto me ha alejado de ver Iphigenia en Vallecas, y he asistido con cierto estupor a esa cosecha de alabanzas y multinominaciones a todo premio teatral que ha ido recibiendo sin ton ni son. Hasta ahora. El papel de María Hervás tiene tal dificultad en la ejecución, y le ha debido (y debe) de exigir una implicación tal a la hora de interpretarlo, que pensar en lo agotador de mantener ese registro durante toda la representación, con la intensidad justa y necesaria, y transmitiendo tanta verdad.

Su presencia sobre el escenario nos lleva a olvidarnos de la actriz, y pasamos a ver a esa chica de 18 años, viviendo los episodios más degradantes de su vida. Como en los programas de testimonios en los que la víctima aparece con la cara difuminada y la voz distorsionada, María Hervás nos enfrenta a un rostro real, frágil, y roto. No podemos abstraernos de lo que se nos relata, o hemos leído, o escuchamos en la televisión, porque aquí, desde la butaca del teatro, nos convertimos en testigos de lo acontecido, viviéndolo en ocasiones, como público literal de la sala del juicio.

Es tal el bombardeo mediático al que estamos sometidos a diario, con tragedias varias y dramas espeluznantes, que, al menos yo, me he creado una especie de coraza que me permite continuar con mi vida diaria, casi ajeno a todo esto, con el fin de poder desempeñar una vida normal. Es una actitud cobarde, pero Jauría, al igual que hace la instalación de Alex Rigolà en los Teatros del Canal, Macho Man, rompe esa barrera, nos planta frente, y nos pone rostro a ese mal diario. Y esta ruptura es dura, pero totalmente necesaria para que no nos resbale lo que ocurrió hace unos años en Pamplona, y de lo que puedo llegar a ser yo víctima de ello, o mi compañera de butaca.

Y voy a por ellos ahora, estos cinco perros que no sueltan a su presa, ni después de descargar sobre ella sus fantasías y su voluntad dominante. Ellos cinco tienen la (otra) difícil labor de trabajar sobre el biopic, porque si en el caso de María Hervás, a ella no se le ha puesto cara, ellos, en todo el proceso mediático y gracias al “apoyo” de los programas sensacionalistas de las mañanas televisivas, sus caras son mas que reconocidas por todos, y Fran Cantos, Alex García, Raúl Prieto, Martiño Rivas, y Ignacio Mateos, se enfrentan a hacernos totalmente reconocibles a los amigotes con ganas de jarana, a los infames sevillanos sevillistas, agresores sexuales reincidentes, a los que debemos agradecer que se retirase del Código Penal la categorización de abuso, a lo que es toda una agresión.

La actitud de palmeros, de encubridores, de grupo organizado de violadores, que mantienen estos cinco actores, es todo un reto interpretativo, que superan no solo con nota, sino con matrícula de honor. Sin menosprecio alguno, quisiera destacar un trío relumbrón, como el que forman Cantos, Mateos y García. A Fran Cantos le descubrí, y disfruté, recientemente con Un Cuerpo en Algún Lugar, y la versatilidad que demuestra con este registro, no hace más que asentar en mi la opinión de que este actor es una maravilla. Imponente Alex García, con el mayor recorrido de los personajes, desde la soberbia inicial al aparente derrumbe emocional en el juicio. Y Ignacio Mateos, que continúa la estela de éxito, y para el que parece que no hay límites para su talento. Su Ángel es la mecha del conflicto, la mano que agarra firme la muñeca, no ya solo de ella, sino del espectador, y le fuerza a escuchar el relato de los hechos. Nacho (¿me dejarás llamarte Nacho, Nacho?) está en ese momento de su carrera en el que deseo fervientemente que se mantenga por mucho tiempo, pues todo lo que ha ido cosechando en estos años de andadura, ha brotado con fuerza, y la recolecta está siendo, y será, abundante y exitosa.

Jauría es el teatro documento que me gustaría ver: con ritmo, fidelidad, dramaturgia cuidada al milímetro en pos de un transmitir un mensaje objetivo, que nos permita posicionarnos a nosotros solos, tratando al espectador como un ser inteligente, y con criterio, al que apenas haya que guiar en la dirección que se pretende, y que nuestra propia moral y principios sea la que nos permita discernir. Los hechos son expuestos claramente, y en mi, no hace mas que afianzar mi opinión con respecto al caso, ayudado por la brillantez que destila toda la propuesta, en todos los ámbitos, y que no me extrañaría nada que arrasara ante todas las categorías y premios de teatro de la temporada. Jauría es un imprescindible, imperdible y necesario estreno.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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