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11.03.2019 Críticas  
Busquen la película

El ejercicio de llevar del cine al teatro una historia es tremendamente arriesgado. El poder del cine y más si es buen cine hace que el traslado a las tablas sea tratado con una inventiva prodigiosa. No siempre el resultado es óptimo. Llega al Fernán Gómez la adaptación de Bailar en la oscuridad, con un resultado que no honra el excelente film del año 2000.

Vaya por delante mi amor compartido por el cine y por el teatro, los que me conocen bien lo saben. También saben de mi tremenda facilidad por emocionarme hasta el llanto con historias tanto duras como tiernas. Allá por el 2000 me encontré en los Renoir de Martin de los Heros una de las películas más brutales que recuerdo. Bailar en la oscuridad (Dancer in the Dark) protagonizada por la cantante Björk y dirigida por Lars Von Trier dejaba al público noqueado por completo. Bailar en la oscuridad es de las pelis más traumáticas que recuerdo. La historia de Selma, esa madre casi ciega, que trabaja incansablemente en la fábrica del pueblo para ahorrar el suficiente dinero para pagarle a su hijo una operación que revierta la ceguera hereditaria que él también padece. Esa mujer dura, valiente, que escapa de los momentos de angustia imaginando musicales en su mente, esas escenas en la cadena de montaje industrial, donde el ruido de las máquinas se convertía en canciones a las que Björk ponía su inclasificable voz. El terrible desenlace de esa historia nos marcó a muchos. Repetí la película como mínimo un par de veces, y el silencio en la sala era de esos que abruma. Silencio solo roto por el llanto incontenible de muchos de nosotros. Con esas premisas es cuanto menos interesante acercarse a una adaptación teatral de esa obra maestra del cine.

Hacer teatro es algo muy serio. Por lo menos así debería ser. Hay que ser humilde, ver mucho teatro, ponerse en la piel del espectador. No todo vale, el espectador no es un ser que se traga todo lo que le ponen delante. El espectador es un ser que quiere ser zarandeado, increpado, va dispuesto a disfrutar. Teniendo un titulazo como ese, con el respeto que se merece, hay que tomarse muy en serio lo que se pone en escena. Lo que ocurre en las tablas del Fernán Gómez provoca el sonrojo en varios momentos. Lo siento, así no se trata al espectador.

Desconozco la burocracia para adquirir los derechos de la obra, desconozco porque la maravillosa música original no aparece en la adaptación. Si no tenemos las canciones originales (que por cierto tengo de fondo mientras escribo y consiguen erizar el vello) ¿era necesario componer esas melodías y canciones faltas de total sentido? Con la historia tan tremenda entre manos creo, en mí más que humilde pero respetable opinión, que no era necesario añadir las canciones ni los momentos coreográficos. Centrémonos en el drama de esa mujer, trabajemos la interpretación. El dicho de que quien mucho abarca poco aprieta queda aquí más que patente. En el esfuerzo de hacer una mala copia de toda la película se nos ha ido la esencia del teatro. No necesitamos ni la mitad de la escenografía desplegada, no necesitamos las canciones, ni los bailes. Necesitamos drama, actores con temperatura, ritmo, pasión. La historia es buena. O lo hacemos bien, o no lo hacemos.

No sé dónde está el fallo. Si en la dirección de Fernando Soto, o bien en un problema de concepto. Marta Aledo hace todo lo posible por emocionar, pero se queda a medias. Fran Calvo, José Luis Torrijo (desconocido después de haberle visto brillar en Blackbird), Luz Valdenebro, Inma Nieto, Álvaro de Juana están en otro mundo, como de paso por ahí.

No me gusta hacer malas críticas, pero hay un grado de honestidad necesario conmigo mismo y con mucho del público que una vez encendidas las luces nos mirábamos con cierta estupefacción. Yo solo les diría, tanto a los productores, programadores etc. Siéntense en el patio de butacas y observen su obra. Honestamente, con humildad. La idea es buena, pero denle una vuelta, o dos o tres. Cierren los ojos, bailen en la oscuridad. Hagan teatro. Es difícil, lo sabemos, pero el material lo tienen. Piensen en el espectador.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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