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04.03.2019 Críticas  
Minucioso y emocionante juego de miradas, palabras y sentimientos

La Sala Atrium ha recuperado Interiors, el segundo texto en solitario de Concha Milla. Una función que halla en su nuevo hogar un espacio todavía más íntimo y cercano. Un (re)encuentro con unos intérpretes que vuelven a sus personajes y otros que los defienden por primera vez y que, juntos, elevan esta función de talante realista y subjetivo.

Dos adjetivos que se desarrollan en escena según las necesidades anímicas de los protagonistas. En esta segunda visita, nuestra actitud contemplativa inicial ya no es tal y nuestra implicación es total desde el inicio. En un primer momento encontramos a Allen, Bergman y Róhmer como referentes. Ahí están y persisten, aunque esta vez (y ahora que ya conocemos la historia y a los personajes) vemos en la dramaturga a una pensadora romántica cuyos personajes hacen y muestran su necesidad de querer(se) tanto con sus palabras como especialmente con sus silencios y sus miradas. Los desarrolla bajo el cobijo de una pluma particularmente cariñosa y auxiliadora (que no condescendiente).

Hablamos de pasión y aquí viviremos la intensidad del encaprichamiento a primera vista pero también un descenso y profundización en la duda y el análisis. Un debate dramático articulado a partir de estas dos parejas cuyos integrantes toparán con una realidad mucho más personal de lo que pensaban. También con la posibilidad de tomar medidas. ¿Llevan la vida que querían? ¿Son sinceros consigo mismos? ¿Poseen el arrojo y endereza para cambiar? El trabajo conjunto de la dramaturga-directora-intérprete y sus compañeros en escena se convierte en algo filantrópico, posible y radiante. Un trabajo que crece en el recuerdo y que se sintoniza con las relaciones humanas superando cualquier atisbo de cinismo. Y, en estos tiempos que corren, eso es precisamente lo más sugestivo y encomiable.

Los intérpretes consiguen una alineación absoluta con cada uno de los personajes y especialmente al establecer, mostrar y transmitir todo el entramado de relaciones que se establecen entre ellos. Patrícia Mendoza convierte a su Àgata en una mujer siempre abierta a los repetidos destellos de pasión. Una mirada inquieta que capta y transmite cada matiz en toda su complejidad para mostrarnos a un personaje que cada vez que suspira nos explica su historia y cómo ha llegado hasta aquí. Un nerviosismo y crispación que afloran tras su sonrisa amable y cordial de un modo sutil y al mismo tiempo dinamizador de las relaciones que mantiene con el resto. Un trabajo hermoso y muy reconfortante para el espectador. Sergio Matamala hace suyo a Hugo y capta todas sus preocupaciones a través de una mirada eminentemente comunicativa que alcanza a mostrar lo que su elocuente expresión oral debe callar por requerimientos del texto. La sensibilidad y humanidad que consigue en el último tramo consigue que no juzguemos ninguna de sus acciones sino que comprendamos y compartamos su estado de ánimo. Razonamiento a través de la emoción.

Alejandro Bordanove parece haber interiorizado las características que identifican a Simó y lo lleva a un punto muy hermoso. Con su actitud y escena a escena consigue superar los corsés a los que el resto de personajes someten al «joven» del grupo para mostrarlo como un ser tanto o más complejo que los demás. Su naturalización de los momentos de embriaguez y su capacidad para marcar el tono y la tensión concreta junto a sus compañeros de escena es admirable. Encontrarnos a Concha Milla interpretando a Sara es una sorpresa y al mismo tiempo una aseveración, ya que consigue incluir en su trabajo todas las características de la pieza y su voluntad como autora y directora. Su elocución es completamente hipnótica y el sentimiento y compromiso que transmite solo es comparable a la luz que irradia su sonrisa. Una verdadera montaña rusa que muestra las cumbres y los descensos. Sin duda, esa sonrisa final resume por sí sola toda la propuesta.

La escenografía de Milla y Gemma Sangerman encuentra en este nuevo hogar un espacio mucho más colindante al intrínseco que quiere y plasma la pieza. Por supuesto que el realismo, verismo y naturalismo que ya sabíamos se mantiene, también en el vestuario. Al contrario de lo que propugnaban los movimientos literarios originales del siglo XIX, aquí no se busca mostrar expresamente la realidad de los personajes en su parte más cruda o desagradable ni una trama truculenta. Tampoco se trata de regodearse en una sordidez dañina, como entonces, sino de hallar vías de escape y de encuentro acordes con la verdadera realidad interior de cada uno de ellos.

El juego que se establece entre el diseño de iluminación de Quim Otero y las dimensiones y el aprovechamiento de todas las posibilidades de entradas y salidas que ofrece la estructura de la sala marca un paralelismo muy interesante entre la localización exterior de gran parte de las escenas con lo íntimo de las situaciones que se desarrollan ante nosotros. Algo que también refuerza el movimiento de los intérpretes por el escenario y un espacio sonoro (de Milla y Otero) igualmente destacable, adecuado y evocador. Una focalización que, además, delimita y acompañada el desarrollo narrativo no lineal de la pieza, sin duda una de sus señas de identidad.

Finalmente, las mejores cosas de la vida suceden cuando menos las esperamos. E Interiors está pasando ahora. Aunque hayan finalizado las funciones en la Sala Atrium nos llevamos esta historia con nosotros. Nos quedamos con las heridas e inquietudes de Àgata, Sara, Hugo y Simó. Suspiros y lamentos que al final y tras el aprendizaje compartido se convierten en sonrisas de alivio ante las nuevas posibilidades. Un trabajo conjunto de todos los implicados que nos emociona precisamente porque discernimos y participamos de lo que hay detrás de la aparente prudencia, austeridad y serenidad. Personajes con equipaje. Maletas que ya hemos transportado junto a ellos. Valijas simbólicas de nuestros miedos e inseguridades, esos que nos azotan y que reaparecen de vez en cuando. Del mismo modo como desearíamos que sucediera con esta propuesta en nuestra cartelera. ¡Hasta la próxima visita!

Crítica realizada por Fernando Solla

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