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27.02.2019 Críticas  
De refugiados y dioses

Idomeneo, de Wolfgang Amadeus Mozart se hace con las tablas del Teatro Real. Llevando la historia de los años posteriores a la guerra de Troya a un mar contemporáneo, esta nueva producción levanta opiniones encontradas. Destacando la orquesta y el coro y decepcionando en lo escénico.

Esta ópera en tres actos relata los acontecimientos acaecidos a los supervivientes de las guerras troyanas, entre ellos se encuentran refugiados y entre estos últimos Ilia, la hija del fallecido rey Priamo. Idamante, hijo de Idomeneo se enamora de Ilia, y esta se debate entre la razón y el corazón, ya que Idomeneo fue el gran enemigo de su fallecido padre. Para acabar de aderezar el drama aparecerá Elettra, también enamorada de Idamante. Por otro lado Idomeneo, en su regreso a Creta sobrevive a una gran tormenta y jura a Neptuno ofrecerle en sacrificio a la primera persona que aparezca en la playa. El infortunio quiere que esa persona sea Idamante. Padre e hijo no se reconocen después de diez años separados. Idomeneo consciente de la promesa hecha a Neptuno intentará por todos los medios evitar el sacrificio de su hijo, provocando la ira de Neptuno, quien enviará tormentas y monstruos contra los cretenses. Finalmente, Idomeneo accederá a sacrificar a su hijo. En un giro inesperado para una tragedia griega, Neptuno verá ablandado su corazón al ver el amor ente Ilia e Idamante y rehusará el sacrificio a condición de que Idomeneo abdique en favor de su hijo. Eso sí, Elettra no lo superará y como buena cretense se clavará un cuchillo en el vientre.

Todo eso en más de tres horas y pico de puro Mozart, con un protagonismo espectacular del Coro del Teatro Real que no deja de sorprender en la calidad de sus interpretaciones. Ivor Bolton se deja la piel dirigiendo la orquesta, algo ya habitual en él, y que se salda con un más que notable resultado en la interpretación de la tremenda partitura de esta ópera. Robert Carsen, como director de escena, del que siempre se espera sorpresa se queda aquí a medio camino. Su apuesta por trasladar la acción a orillas de una playa cretense donde han llegado los refugiados me parece totalmente acertada. Imágenes contemporáneas que nos alejan de la Grecia antigua. Refugiados, soldados, verjas, salvavidas. Una gran proyección que traslada la acción de Creta a Aleppo o Damasco, cuando no es un mar embravecido. Todo es correcto a mi gusto, pero me falta algo de riesgo, tanto en la propuesta como en la iluminación, que aunque correcta y eficaz, se me queda demasiado poco trabajada, como si se hubiera tenido que terminar a toda prisa. En cuanto al traslado de época, este provoca no pocos abucheos entre el público del Real, muchas señoras y maridos de las mismas se sentían totalmente desubicados e incomodos ante la presencia de más de cien harapientos refugiados en escena y no parecían lograr entender el significado. Al final comentarios criticando la falta de glamour de la propuesta. Hubieran preferido cuerpos griegos y túnicas de Versace. A mí la propuesta me sedujo, si bien la habría retorcido aún más.

El tema voces es equilibrado. Eric Cutler es un Idomeneo más que creíble, acompañado además por su aspecto físico que es desde luego el de un guerrero. De voz aceptable. David Portillo como Idamante se me quedó corto en más de un momento, si bien no sé si el motivo era que tenía que cantar entre cientos de refugiados que amortiguaban su voz. Annet Fritsch crece a medida que avanza la ópera, llegando a conseguir grandes momentos. Pero la que se lleva la ovación es Eleonora Burato como Elettra, impecable.

Idomeneo es una ópera interesante, de esas que merece disfrutarse, si bien a esta nueva producción todos le pedíamos algo más y era esperada, deja una sensación agridulce, de que podía haber sido memorable y se queda a medio camino.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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