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18.02.2019 Críticas  
Maternidad animal

Gon Ramos, uno de los dramaturgos más estimulantes e inclasificables vuelve a retorcer el lenguaje con Suaves para contarnos una historia entre canina y humana. El ambigú del Teatro Kamikaze se transforma en guarida, en un claro del bosque, donde madre e hija, perra y cría, junto a un padre de azúcar, se lamen heridas y se devoran a la vez.

Las relaciones materno filiales dan para estudios interminables. Son tantos y tan variados los sentimientos de una madre hacia sus hijos que los flecos e interpretaciones de esas emociones dan para cientos de historias. Sentimientos de ineptitud ante la responsabilidad impuesta. Rechazo ante el ser que ha salido del vientre. Protección desmedida que impide el vuelo de la cría. Y entre todas esas emociones y sentimientos, hay matices y reacciones tan dispares como criaturas en el mundo. Sentimientos maternos que son animales, instintivos.

Dos actrices que literalmente se dejan el pellejo en escena. Esther Ortega es la madre, perra, animal, mascota. Turbada, loca, traumatizada, enferma, frustrada. Todo eso y nada de eso a la vez. En un texto que rezuma metáforas y poética desbarrada es difícil especificar que siente ese animal frente a su hija. Que hay dolor está claro, que hay arrepentimiento también, que no hay vuelta atrás está claro. Carolina Yuste (si, la reciente ganadora del Goya a la mejor interpretación femenina de reparto por Carmen y Lola, y salida de esa tremenda escuela de talento que es La Joven Compañía) es la hija. Ella no es una perra, ella es humana. En plena adolescencia, intentando aprender y comprender que es la vida. Echando de menos a un padre convertido en azúcar. Azúcar que es veneno para los perros, pero que madre perra devora provocándose la ceguera. Carolina demuestra un talento racial, es un papel de una complicación extrema, que navega entre la realidad y la fábula. La primera menstruación de la muchacha es de esas escenas que difícilmente se olvidan. Demuestra Carolina que tiene tablas para rato.

Escenografía sobria y luz estática, solo para oscurecer la escena en el tramo final. Quizá se echa un poco de menos haber trabajado un poco más el conjunto escénico. Este se queda demasiado simple y realista ante unas interpretaciones de garra y un texto que roza la fantasía más cruel.

Cierto es que cualquier obra escrita y dirigida por Gon Ramos tiene entre tres y cuatro lecturas, pero que después de unos vinos y una buena charla uno encuentra una razón y un relato cerrado. Suaves es de todos los textos que le he visto, el más abierto, el más difícil de enmarcar en una emoción. Durante la representación me vi vapuleado a diferentes sensaciones, la gran mayoría incomodas, pero mi intención de centrarme en una se quedaron en intentos frustrados. El vaivén de colores y reacciones animales, maternas, filiales hiperbólicas, provocan no poco desconcierto. Es tanta la información en las palabras y tanto que digerir que por momentos hay saturación de emociones no comprendidas. Al final queda sobre el escenario un tapiz de azúcar y lágrimas que dos perras, dos seres, madre e hija, se lamen la una a la otra en busca de perdón y redención

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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