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16.02.2019 Críticas  
Lo verdaderamente monstruoso está ahí fuera

El Teatre Tantarantana acoge de nuevo en nuestros escenarios a David Greig. En esta ocasión, Roberto Romei dirige Monster (de prop ningú és normal). En forma de concierto, el de presentación del disco de The Prinzelles, conoceremos a una adolescente que lucha por ocultar su familia disfuncional al mundo exterior. Una aproximación irónica, tierna y certera.

Lo primero que sorprende de esta puesta en escena es el trabajo de adaptación que se ha realizado de la pieza original. «The Monster in the Hall» pasa a ser Monster (de prop ningú és normal). La visión de Romei encuentra una aliada de lujo en traducción de Helena Tornero. Ambos nos sitúan en un entorno geográficamente colindante al del público que asiste a la representación. La inclusión de las canciones compuestas para la ocasión por The Mamzelles multidimensionan y la vez rinden tributo al posicionamiento emotivo de Greig y nos muestran el momento interior de la protagonista a partir de la adscripción a distintos géneros musicales en función de la situación, desde el punk rock al pop o la canción melódica. Un ejemplo dramatúrgico a seguir que, lejos de silenciar o reducir la valía del material de partida, lo evidencia hasta lograr transmitir todo su sentido.

¿Teatro para adolescentes o para adultos? Otra de las virtudes de la propuesta es que esta pregunta deja de tener ninguna importancia y se aprovecha la ocasión para romper una cuantas etiquetas dramáticas. La protagonista será interpretada por tres actrices que, al mismo tiempo y a modo alterno, defenderán el resto de personajes. Tanto los «reales» como los imaginarios. Sin cambios de indumentaria o caracterización y mediante un movimiento escénico muy bien orquestado que marca las entradas y salidas, mudarán de actitud o registro ante nuestros ojos consiguiendo dotar de verosimilitud al particular lenguaje interno de la función. Blanca Garcia LLadó, Clara Manyós y Berta Pipò desprenden una energía inquebrantable durante toda la función. Nos cautivan desde su primera aparición en escena. Equilibran perfectamente la parte textual y la musical, así como la ruptura de la cuarta pared. Nos incluyen y atrapan en todo momento con su luz y su ejecución combinada de las canciones, perfectamente adscrita al tono, carácter y talante tanto del personaje protagonista como de las composiciones escritas por The Mamzelles, cuyas letras no tienen desperdicio (¿álbum a la vista?). Las tres se entregan con apasionamiento al juego escénico y musical y a la vez saben transmitir la seriedad del tema, convirtiéndose en una potente y a la vez cálida llama. El alma del espectáculo. Y todavía les queda tiempo para transmutarse en una verdadera banda de rock sobre el escenario. Impresionante.

Una obra que parece escrita aquí y ahora. Ya desde el título se nos dan pistas para vincular argumento y connotaciones (no las desvelaremos aquí). Lo que podría ser un melodrama folletinesco y limpiaconciencias se convierte gracias a la mirada del autor y de todos los implicados en casi una metaficción donde se quebrantan las fronteras y pactos entre la realidad del personaje y cómo se nos explica y se muestra ante nosotros. Folletos de trabajo social, juegos de rol en internet, esclerosis múltiple, anarquía, manipulación romántica, el despertar sexual, inseguridades… El verdadero monstruo se muestra en forma de metáfora. El del miedo de la joven a lo desconocido también simbolizado mediante esa motocicleta en permanente reparación y quizá único medio para escapar de tan asfixiante entorno y, al mismo tiempo, mecanismo que nos propulsa a enfrentarnos a nuestros traumas e inseguridades. Especialmente bien hilvanada la irreverencia con la que se enfoca el dilema de la protagonista. Y es que una adolescente ya tiene suficientes problemas con los que lidiar fuera del núcleo familiar.

Todo esto no impactaría como lo hace sin una puesta en escena como la que encontramos en la sala. El espacio escénico, vestuario e iluminación de Roger Orra nos sitúa de pleno en el formato concierto. La caracterización formal de las intérpretes a partir de la rudeza que se le supone al estilo musical casa con el desacato a la corrección del texto y las letras de las canciones y contrasta con la delicadeza y susceptibilidad de las situaciones recreadas. A destacar el excelente diseño sonido de Javi Bañasco, que naturaliza la amplificación decibélica de la parte musical con una óptima facilitación de la ejecución y recepción de la parte textual. De nuevo, (y como ya sucedió con There Was a Fiesta! (at Carnegie Hall), el Tantarantana se convierte en uno de las mejores salas de la ciudad para disfrutar de un espectáculo musical.

Finalmente, Monster (de prop ningú és normal) no solo ofrece la oportunidad de reencontrarnos con un autor tan relevante como Greig, sino que huye del lugar común cuando se trata de escenificar la búsqueda de la felicidad en una edad en la que somos especialmente vulnerables (si es que hay alguna edad en la que no lo seamos, si «especialmente» la estamos viviendo en tiempo presente). Una reivindicación muy saludable de la diferencia como verdadero termómetro para establecer unas pautas de comportamiento no canónicas ni complacientes. Una obra que provoca el mismo entusiasmo durante el visionado que el concierto de rock del que toma prestado el formato. Y sin embargo, hay una importante diferencia: el poso que deja y que persiste días después de la visita nos aporta herramientas útiles para enfrentarnos a nuestro día día con menos miedo a la aceptación o no de la masa normativa y adocenada.

Crítica realizada por Fernando Solla

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