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16.02.2019 Críticas  
El secreto de la inmortalidad lo guarda un gran elenco

Gilgamesh es la adaptación del relato sumerio considerado primera obra literaria de la historia de la humanidad que tiene lugar en el Teatro Fernán Gómez de Madrid hasta el próximo 3 de marzo.

Álex Rojo –dramaturgia y dirección- nos trae a la sala Jardiel Poncela del Teatro Fernán Gómez esta historia con más de cinco mil años. El poema de Gilgamesh es la obra literaria mesopotámica más antigua conocida cuyo tema central es el tratamiento de la vida y la muerte. Sobre las tablas se nos presenta la narración del pueblo de Uruk, un lugar tiranizado por el Rey semi legendario Gilgamesh que pide a los dioses que envíen un salvador para liberar a los habitantes de su dominio. Estos crean a Enkidu, un ser igual en fuerza a Gilgamesh.

El espectador que conoce poco la mitología mesopotámica se puede llegar a perder en bastantes ocasiones con los nombres de los dioses y las diosas por lo que sería de agradecer cierto dinamismo en la función pero, por el contrario, se trata de una obra carente de él. Es por esto que un ritmo tan lento como el planteado en Gilgamesh no logra atrapar al público. Llegué con ganas de dejarme atrapar y seducir pero me encontré con un texto bastante denso que cae constantemente en la solemnidad, hecho que acaba agotando a los allí presentes que, de vez en cuando, se revuelven en sus butacas.
Un ritmo descompensado y cansino que nos hace pensar que el texto no acaba de encajar pero, en cambio, sí existen algunas escenas –sobre todo al principio- compuestas por maravillosas coreografías que aportan cierta frescura a la obra y que desprenden el brillo necesario para que el público no aparte la mirada del escenario en esos momentos.

Y, aunque no haya una buena base, todo el elenco saca adelante su trabajo de manera admirable. Ángel Mauri, Alberto Novillo, Alfonso Luque, Macarena Robledo e Irene Álvarez se esfuerzan muchísimo y consiguen brillar con luz propia. La labor de los actores y actrices y, en especial del protagonista, merece una mención aparte y es que todos lo hacen de maravilla. Mantienen la energía durante todo el espectáculo y las coreografías anteriormente mencionadas están muy bien trabajadas, y eso se nota durante los 95 minutos que dura la obra. ¡A ninguno de los cinco se le puede pedir más!

En esta ocasión, la iluminación -a cargo de Carlos Laso– cobra mucha importancia y se nota que cada punto de luz está pensado y cuidado al detalle. Juega un papel decisivo en la percepción de la obra y crea diversas atmósferas que dotan de fuerza a los personajes.
Además, la sala Jardiel Poncela de Teatro Fernán Gómez puede presumir de cercanía con el público y la iluminación se aprovecha magistralmente de esta situación.
Por último, Gilgamesh es una obra desnuda de escenografía en la que los propios actores sacan a escena algún elemento para acompañar su trabajo interpretativo.

En cual caso, comprueben ustedes mismos qué les parece Gilgamesh ya que tienen la oportunidad de hacerlo hasta el próximo 3 de marzo.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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