novedades
 SEARCH   
 
 

11.02.2019 Críticas  
La bondad a revisión

Oriol Broggi abandona por un tiempo la arena del suelo de la Biblioteca de Catalunya para trasladarse a una China alojada en la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya con La bona persona de Sezuan de Bertolt Brecht.

En las tres horas de función de esta obra del siglo XX se resalta la banalidad que es, en ocasiones, demostrar bondad en un mundo regido por el capitalismo. Tres dioses bajan a la cuidad de Sezuan (en la realidad, una provincia de China) para encontrar a una buena persona y agasajarla con bendiciones materiales para que pueda ejercer su condición de por vida. Tras mucho buscar, con la ayuda de Wang el aguador, encuentran esa persona en Xen Te, una prostituta que les ofrece alojamiento y que con el dinero que recibe de los dioses compra un estanco a la vez que ayuda a las personas necesitadas. El dilema moral que surge es hasta qué grado uno puede ser bueno cuando tiene que lidiar con injusticias y dificultades. ¿Tiene uno derecho a dejar algo de lado esa bondad y hacerse un poco egoísta para evitar ciertos abusos? ¿Vale la pena luchar por un amor que se recibe por egoísmo? Si existen personas tan buenas como Xen Te, ¿cual es su recompensa final?

El teatro épico de Brecht estaba totalmente pensado para hacer reflexionar a su público en una etapa de la historia donde se ejercían dictaduras que llevaban al exilio o donde se perseguía al diferente. Así que el dramaturgo escribía para presentar su concepción de una moralidad carente en esa época. Y La bona persona de Sezuan así la muestra, con el añadido de que Brecht deja intencionadamente el libro sin acabar, con un epílogo final que permita a la mente del espectador imaginar el destino que desee elegir para la buena de Xen Te.

Broggi, que se caracteriza por dirigir siempre trabajos de profundo calado emocional y social, toma este clásico y lo reconvierte en un montaje que se puede acuñar completamente de “Teatro Broggiano”, donde encontramos ya unos denominadores comunes en cada uno de sus proyectos que le dan a todos ellos, tengan el origen que tengan, una impronta singular que los convierte en esenciales dentro de la programación teatral barcelonesa.

Con La bona persona de Sezuan también lo ha hecho, seleccionando esos clásicos elementos tales como el notable elenco, una escenografía que resalta lo natural y la música (que es básica en sus obras) para completar un trabajo de rigor y excelencia como el que le ha quedado.

El cuerpo actoral es uno que ya sabe que no le va a fallar. Encabezado por una Clara Segura (¡que pedazo de actriz, por favor!) en estado de gracia que lleva el peso en esta ocasión, interpretando a Xen Te y a su ‘primo’ Xui Ta, y tocando el piano cuando se requiere, dirigiéndose al público con la ternura que su papel precisa y entregando toda su persona al público encima del escenario. Y un Joan Carreras (el hombre al que esperamos ansiosos cada temporada) que en el personaje del aviador Sun tiene que jugar a ser el egoísta rompecorazones que deja destrozada a Xen Te y que ejecuta con la misma habilidad y (aparente) facilidad que siempre ejerce sobre las tablas. Toni Gomila, en el papel del aguador, es otro plato fuerte, con una dialéctica y un personaje que nos roba el corazón casi tanto como el de Xen Te (y quien ya nos llamó especialmente la atención en el Gilgamesh de Broggi del pasado Grec). Los tres dioses son Jordi Figueras, Xavier Ruano y Ramon Vila y junto a ellos, se les une un número de actores y actrices que compondrán el resto de personajes y que gracias a la habilidad de Broggi (maravilloso efecto el de los paseos constantes en muchas escenas de gente caminando de punta a punta del escenario llevando a cabo sus quehaceres diarios) conseguirán evocar una sensación de multitud en escena, la misma que tendríamos si estuviéramos en cualquier población china allí. La siempre admirada Màrcia Cisteró, Marc Rius (al que estamos deseando ver pronto con más texto en escena), la polivalente Clara de Ramon, quien además de actuar también canta, toca el violín y pinta (preciosa ilustración la que ha realizado inspirándose en los ensayos), Míriam Alamany, Mercè Pons y Albert Prat (todos siempre a la altura) completan el gran elenco, equilibrado, conjuntado, en comunión.

Y luego está la música; con instrumentos y en directo. La de Joan Garriga, Francisco Batista, Marià Roch i Madjid Fahem, que le pone notas musicales a las emociones de la obra, alegría a una boda y moraleja a la función. Y, además, Damien Bazin como responsable del sonido que también juega una parte importante para Broggi y al que escoge casi siempre como paladín de su música teatral.

Junto a todos esos ingredientes, una escenografía siempre cálida pero sobria y mínima que Broggi ha diseñado junto a Josep Iglesias y que consta de maderas, una fachada sombría y un tronco de árbol que queda finalmente complementada con los suaves y distinguidos audiovisuales a modo de telón de fondo de Francesc Isern y la siempre acertada iluminación de Pep Barcons y el acorde vestuario de Annita Ribera.

Lo reconozco; Broggi tiene una sensibilidad especial y una elegancia en sus trabajos con los que me siento identificada. Sus temáticas, sus formas de hacer y lo que transmite al público, a mí personalmente, me completan como persona. De la misma manera que necesito alimento físico de calidad para vivir, lo necesito también intelectual, emocional y espiritual. Paguen, por favor, por alimento de calidad siempre. Vayan al teatro y satisfáganse con La bona persona de Sezuan.

Crítica realizada por Diana Limones

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES