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01.02.2019 Críticas  
¿Donde está nuestro hogar?

Joan Carles Martel es el nuevo director artístico del Teatre Lliure y ayer se presentó ante los medios con un decálogo de intenciones con el que va a intentar elevar el espíritu de este teatro barcelonés.

Entre las cosas interesantes que enumeró dijo que “todos los proyectos son libres ideológicamente e idiomáticamente” y que “se tienen que generar sinergias con otras instituciones y fundaciones, tanto culturales como sociales, nacionales e internacionales”.

Saigon es un proyecto que encaja perfectamente con esas dos normas del decálogo de Martel y que ha presentado función durante tres días en la sala grande de Montjuïc, llenando a rebosar la platea de un público de variopinto origen cultural y demográfico.

Su autora y directora es Caroline Guiela Nguyen, de madre vietnamita pero naturalizada en Francia y que en el 1996, año en el que a los expatriados se le permitió por fin volver a sus ciudades en Vietnam, visitó junto a ella la ciudad de Hô-Chi-Minh. Esa experiencia, que seguro quedó impresa en su mente para los restos, le ha servido de base para escribir esta historia coral que transcurre paralelamente entre el Saigón y el París de 1956, cuando los últimos franceses abandonan Indochina y 1996, año en que se vislumbra la posibilidad para los exiliados vietnamitas de volver a su tierra natal.

Guiela ha creado un número de historias de y entre vietnamitas y franceses, donde coexisten franceses de padres vietnamitas, vietnamitas que se quedan en sus ciudades y franceses que se casan con vietnamitas, vietnamitas que tienen que dejar su casa para evadir la muerte y que luego sienten la necesidad de volver a un lugar que ahora ha dejado de ser su hogar y franceses que ha sido enviados a la guerra y que al volver tampoco tienen uno. Guiela adema, coloca a todos esos personajes en un mismo lugar; uno que les da algo en común a todos y desde donde se construyen o se destruyen sus historias paralelamente entre el 56 y el 96: el restaurante vietnamita de Marie-Antoinette. Con estas historias hace reír y emociona y nos acerca mundos desconocidos para muchos de nosotros como pueda ser el de la cultura asiática o el de las dificultades del exilio.

La escenografía que diseña Alice Duchange, un trabajo de artesano, junto a la iluminación de Jérémie Papin son dos de los platos fuertes de esta función que te deja boquiabierto en cuanto se sube el telón. Un restaurante con todo lujo de detalles; desde la cocina donde cuecen ollas, hasta la plataforma del karaoke, pasando por el comedor con sus mesas y sillas, las puertas de entrada y salida, las lámparas y hasta el ventilador. Un montaje en el que en una imagen fija y horizontal como telón de fondo aparecen y desaparecen personajes, sucesos y sentimientos de diferentes épocas y personas.

La música de Saigon también se convierte en esencial para conseguir el rotundo éxito de esta gran obra de la temporada. La composición de Teddy Gauliat-Pitois y el sonido a cargo de Antoine Richard crean un ambiente que transporta de París a Saigón y viceversa en solo un abrir y cerrar de ojos. Esta destaca no solo por lo que nos evoca, sino por la elegancia y la calidad de su composición, gracias a lo cual se acaba convirtiendo en parte fundamental de la obra siendo que en el teatro, en ocasiones, no siempre esta es tan relevante.

La mayoría del elenco es desconocido para el público catalán pero no por ello dudamos al asegurar que la selección por parte de su directora ha sido excelentemente acertado. Un total de 11 actrices y actores franceses, vietnamitas y franceses de origen vietnamita que, como en una danza coreografiada de entradas y salidas a escena, cambios de época y conversaciones en muchas ocasiones atropelladas en un caos organizado y en donde hasta hay que cantar, realizan impecablemente sus interpretaciones.

Hemos encontrado en Saigon algo que pocas veces se consigue y es que una obra de teatro destile tintes cinematográficos (escenas que recuerdan a filmes de Won Kar Wai y a alguna serie de animación japonesa) pero que, por supuesto, nunca deje de ser teatro. Caroline Guiela Nguyen y la compañía les Hommes Approximatifs consiguieron realizar un soberbio trabajo en el 2017 y como consecuencia fue premiado por la Comission nationale d’Aide à la création de textes dramatiques – ARTCENA, y muy acertadamente el Teatre Lliure lo ha incluido en su ciclo Memòria obstinada para el disfrute de un espectador que no se conforma y que espera proyectos de la calidad de un montaje así.

Crítica realizada por Diana Limones

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