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30.01.2019 Críticas  
Vivir con miedo

La compañía Turlitava Teatro trae La Mujer que Siempre Estuvo Allí a los Teatros Luchana de Madrid, un montaje que nos habla sobre la violencia de género invisible a ritmo de heavy y con pequeños guiños al cine de Tarantino o de los hermanos Coen.

La protagonista de La Mujer Que Siempre Estuvo Allí despierta atada de pies y manos en un sótano oscuro. Una mujer que parece saberlo todo sobre ella la ha llevado allí mientras dormía para proponer un incómodo juego que tiene como temática central la violencia psicológica de género.

Una propuesta inicialmente interesante que aborda una serie de comportamientos que son muy difíciles de percibir como violencias pero que son la esencia de la superioridad del hombre sobra la mujer.
Victoria Peinado interpreta a una joven sometida a la violencia psicológica, que duda de sí misma y que tiene sentimientos constantes de culpa. Patricia Domínguez da vida a una misteriosa chica que parece saberlo todo sobre esa relación.

Una temática muy actual que podría servir para reflexionar y concienciar a las mujeres de que se puede aprender a reivindicar el buen trato dentro de las relaciones pero que, desgraciadamente, se queda en algo anecdótico que puede nublar la importancia del asunto.

Nos encontramos inmersas en un mundo en el que se nos educa para ser socialmente sumisas y dependientes y en una cultura que nos incita a perseguir el amor romántico que nos trasmitieron en los cuentos cuando éramos pequeñas, por lo que cualquier medio es bueno para enseñarnos a vivir con otra mirada y dar un sentido diferente a la vida.

La cuestión es que este espectáculo quizá sólo pretenda entretener con una historia de violencia y miedo, así que no esperen reflexionar mucho más sobre el tema después de salir, ni una de esas maravillosas escenas llenas de suspense construidas por Tarantino –al que hacen referencia en varias ocasiones –, tampoco un inesperado y épico final digno de los Coen, más bien consiste en un espectáculo en el que Dolores Garayalde une el cine y el teatro y genera tensión entre los espectadores.

En este caso, un teatro casi vacío donde únicamente había público en las tres primeras filas. Qué imagen tan desoladora para una sala que pretende propiciar la cercanía e intimidad entre las actrices y los espectadores.
Un espacio escénico que representa, en realidad, un espacio mental donde tiene lugar una disociación de identidad que nos demuestra que esta obra, además de cine, música y literatura, también tiene algo de psicología.
Sobre el escenario numerosos elementos de todo tipo que utilizan simbólicamente para conectar con las emociones de la protagonista.

En cuanto al trabajo interpretativo de Victoria Peinado y Patricia Domínguez cabe destacar la complicidad existente entre ambas sobre las tablas pero, de manera individual, no acaban de convencer porque en determinados momentos caen en una cierta sobreactuación que nos desconecta de los que sucede en el escenario. Quizá también tenga que ver el mejorable juego de iluminación que no acaba de potenciar la puesta en escena.

En definitiva, una obra con un buen punto de partida que consigue tratar un tema muy actual aunque sin profundizar y que estará en los Teatros Luchana todos los viernes hasta el próximo 22 de febrero.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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