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28.01.2019 Críticas  
La Guerra Fría a ojos de Sartre

El Teatro de La Abadía de Madrid acoge las representaciones de Nekrassov, la adaptación española de la única creación teatral de Jean-Paul Sartre. La obra, dirigida por Dan Jemmett, conserva e incluso realza el humor ácido e ingenioso, la ironía, el espíritu crítico y el pensamiento del filósofo francés, que, me aventuro a decir, se encontraría más que satisfecho con esta versión.

Ambientada en el París de los años cincuenta, Nekrassov es una crítica a la manipulación de la información y la propaganda entre los dos bloques enfrentados durante la Guerra Fría. La historia se desarrolla en torno a la figura del estafador Georges de Valera (Ernesto Arias), que, aprovechando los intereses del periódico conservador Soir de Paris, se alía con el periodista Sibilot (José Luis Alcobendas) y se hace pasar por el ministro desertor ruso Nikita Nekrassov. Jemmett concibe su versión a un ritmo trepidante. El público, muy presente durante los discursos de intenciones de los personajes protagonistas, especialmente de Georges de Valera, es casi testigo de los cambios de vestuario, ya que la mayoría de los actores en escena interpretan a más de un personaje. Hacia el final del espectáculo, De Valera es el único personaje que permanece en el escenario y se pasea de un lado a otro, bebida en mano, mientras nos indica, con gesto tranquilizador, que esperemos a que regresen los compañeros entre bambalinas.

En el centro del escenario, una imagen de una calle parisina, una vista romántica y más bien nostálgica desde la ventana de la oficina del periódico o desde la casa del periodista Sibilot en la que, a lo lejos, se divisa la torre Eiffel. Alrededor del escenario, unas cuantas sillas para todos los personajes, que observan las escenas que se suceden aun sin ser partícipes de ellas. En definitiva, una escenografía sobria, elegante y multifuncional, que nos transporta al tiempo de Sartre y equilibra la rapidez de la acción. A la derecha del espectador, sobre el escenario, una lámpara rota, como caída de un techo, augura la mentira que cae por su propio peso, el engaño y la decadencia de una época. A su lado, una radio que los personajes simulan encender durante cambios de escenas y persecuciones, en momentos clave de revelación o desenlace de la trama; uno de los grandes aciertos de esta versión es la cuidadosa selección de canciones parisinas y de rock que suenan a todo volumen, involucrando en la ficción aún más, si cabe, al espectador.

En mi opinión, la fuerza de esta obra reside el trabajo de los actores y la construcción de los personajes. Además de una inmejorable caracterización y vestuario, los intérpretes bordan los personajes caricaturescos de esta comedia, realizando un trabajo físico importante cercano al teatro gestual y al clown en las muecas, los bailes y la manera de relacionarse con los objetos, que arranca la carcajada general más allá de las contradicciones en el texto de Sartre. En este sentido, destaca la magnífica labor de David Luque como Jules Palotin o de Miguel Cubero como el inspector Goblet, personajes peculiares donde los haya. Carmen Bécares está maravillosa como Madame Bounoumi, personaje que ratifica la ceguera del personal en un mundo de apariencias, cuando se trata de alcanzar un interés, aun partiendo de o configurando una premisa falsa o fantasía. Maravillosa es también la interpretación de Clemente García como Tavernier y de Palmira Ferrer como Mouton. José Luis Alcobendas nos regala un Demidoff desternillante, brillante, que roza la locura, y Ernesto Arias, en una tarea no menos ardua, mantiene la estabilidad de sus personajes durante todo el espectáculo, desgranando poco a poco los matices y personalidad de un estafador más bien excéntrico, en ropa interior, con bata de seda y con las ligas puestas.

En esta obra, Sartre ridiculizó el bloque capitalista y comunista, especialmente a través del contraste entre los personajes de Sibilot y Georges de Valera, el hombre mediocre y el hombre supuestamente genial. De Valera, como charlatán y manipulador que es, aprovecha que Sibilot es un hombre influenciable y le empuja al autoengaño, sin apenas esfuerzo, lo que, por otro lado, pone en duda la aparente inocencia del periodista: «Soy Nekrassov porque a a usted le interesa que yo lo sea», le dice el estafador, exponiendo posteriormente las ventajas de continuar con la mentira por el bien general. Aun así, Sibilot tendrá cargo de conciencia ante tal mentira, que, por otro lado, no es la «mentira oficial» que él difundía con la propaganda. Con estas dos palabras, el personaje justifica su profesión como periodista escritor de propaganda y descubre el poder y la infiltración de los medios de comunicación en el terreno de la disciplina histórica y sobre el ciudadano lector. De la misma manera y con la misma labia, De Valera será capaz de ganarse a Palotin, el director del periódico capitalista, y al ruso bolchevique Demidoff, aludiendo a sus intereses personales y a su propio beneficio. El colmo del fanatismo llega de la mano de los altos mandos del periódico, quienes exigen estar en una lista, invención de De Valera, junto con aquellos que el bloque comunista planearía ejecutar, con la ambición de convertirse en mártires o héroes nacionales.

Los dos bloques enfrentados también se verán representados en los personajes de Sibilot y Véronique (Carmen Bécares), su hija, quien escribe para un periódico progresista y, conociendo la verdadera identidad de De Valera, le dejará ir en varias ocasiones. Mientras Véronique actúa bajo la influencia del amor o de la atracción, el Ministerio del Interior francés tratará de usar a De Valera como espía a cambio de su libertad. Quizá el amor es el único elemento optimista y redentor en esta historia, capaz de cambiar el rumbo de los acontecimientos, ya que De Valera, que en un principio presume de no hacer favores a nadie, terminará arriesgando su integridad para salvar a dos periodistas comunistas, amigos de su amada Véronique. Por su parte, Sibilot ostentará una nueva posición, que el inspector Goblet ya anticipaba cuando adivinaba en su cara el aumento de sueldo del periodista a costa de la mentira, cuestionando su honradez.

Nekrassov es una fiesta, una algarabía, en el mejor sentido de la palabra, un trabajo físico y coral importante; dos horas y media de puro teatro que se pasan volando; una obra que cuestiona la veracidad y transparencia de los medios de comunicación, tema de gran actualidad, que denuncia la corrupción desde y en el poder, la capacidad del ser humano para el autoengaño y la similitud entre ideologías cuando se antepone el egoísmo y el interés personal, en este caso, la tendencia a demonizar al otro bando. Un texto interesante, buena ambientación y uso del espacio escénico, excelente dirección, personajes conseguidísimos por grandes actores que se compenetran a la perfección en un maravilloso caos. No se la pierdan.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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