novedades
 SEARCH   
 
 

07.12.2018 Críticas  
Cálida y resplandeciente búsqueda de placer

La Villarroel estrena una pieza que esperábamos con ansia en nuestra cartelera. L’habitació del costat nos ofrece la oportunidad de descubrir una delicada y primorosa obra de Sarah Ruhl, autora que encuentra unos cómplices de excepción en La Brutal, Julio Manrique y el inspirado reparto de esta cuidada y afectuosa puesta en escena.

A partir de unos hechos históricos la dramaturga americana desarrolla algo insólito. Una suerte de drama de época fusionado con algunos elementos de comedia de tresillo y salón. Una pieza original, genuina y totalmente conmovedora que nos sitúa a finales del siglo XIX en Nueva York. El abandono emocional y físico de las mujeres (aunque no solo) en una sociedad dominada por hombres, donde lo realmente importante siempre parece que sucede en la habitación adyacente a la que se encuentran ellas. La autora utiliza de manera muy inteligente el invento del vibrador y su uso terapéutico para combatir la histeria a partir de la inducción al orgasmo para poner en entredicho cuestiones tales como la búsqueda del placer femenino en el sexo conyugal, la legitimidad de la indagación en la propia sexualidad, su compatibilidad o no con el matrimonio e, incluso, la maternidad truncada por diversos motivos o la desilusión por no encontrar la felicidad en esta condición.

Lo que nos cautiva de esta obra es, precisamente, su certero retrato de la frustración y la soledad femeninas en una época marcada por los rápidos y constantes avances tecnológicos. De algún modo, se abre la posibilidad de reconducir su relevancia en la vida moderna a partir de una revisión de género. Incluso en el desenlace se plantea un canto a la esperanza. La comedia se torna seria de modo paulatino e impecable y se nos transmite la infelicidad de cada personaje. Hay también un constante paralelismo entre ellos, que se complementan a partir de la oposición por contraste para sobreponerse a unas vidas que comparten temática con la pieza que protagonizan. Sexo, clase, raza… La llegada de la electricidad y la potencia de la luz artificial no ocultará la sensación de privación a la que, especialmente para ellas, acompaña el progreso mecánico. Hombres que las harán sentir prescindibles incluso ante el romanticismo egocéntrico del artista o el rigor escrupuloso y aséptico del científico.

Incluso cuando ya parece que está todo explicado se seguirá indagando en el porqué de cada personaje. Manrique consigue captar la gran ternura de la autora hacia los personajes y su uso como vehículadores del relato y las ideas que quiere plasmar. La mirada del director es hermosa incluso cuando observa el dolor y consigue que el ritmo pausado de algunas escenas se hermane con otro mucho más vertiginoso cuando así se requiere. Habiendo leído el texto en su versión original se puede comprobar lo especial de la traducción de Joan Sellent, que parece desaparecer tras una excelente partitura que sirve a director e intérpretes un texto tan efervescente como profundo. Evidenciando la valía de las letras de Ruhl y al mismo tiempo exprimiendo todas las posibilidades que la lengua catalana puede ofrecerles. Algo realmente brillante.

Tanto individual como colectivamente, el elenco inyecta potencia, pasión y credibilidad en cada rol para crear unas interpretaciones que logran una armonía perfecta. Su trabajos son fieles defensores de unos personajes de los que captan toda su sustancia y sensibilidad. Xavi Ricart y Pol López aprovechan todas sus intervenciones para dotar de carácter y a la vez reflejar el rol que desempeñan tanto en el relato como en la sociedad estos dos hombres. El marido apocado y el artista bohemio y embebido de su propio y onanista romanticismo. Ivan Benet consigue traspasar la seriedad profesional del doctor y nos emociona con el desarrollo de este personaje progresista pero que no logrará expresarse (verbal o físicamente) fuera de los términos médicos. Su última réplica resulta impagable, hasta el punto que consigue desarmarnos.

Adeline Fraun nos conmueve y entusiasma, mostrando todas las caras de su nodriza, las impuestas por la sociedad y las de su propia personalidad. Triunfa cuando escucha y muestra su sabiduría en terrenos que las mujeres acomodadas desconocen. Alba FLorejachs deslumbra en su desarrollo desde lo contenido hasta el estallido final y consigue una verdadera conmoción. Capaz de explicar en un solo momento el gran porqué de la mujer que interpreta. Mireia Aixalà se entrega totalmente a las necesidades de su protagonista y con sabiduría y sensibilidad se arroja a los momentos más cómicos siempre desde la necesidad vital del personaje. Totalmente verosímil en las escenas más complejas, desborda carisma, delicadeza y sentimiento.

Y Carlota Olcina se convierte en un verdadero huracán escénico. Una interpretación deslumbrante, destelleante y arrebatadora que capta todos los matices y contradicciones internas ya no solo del personaje sino de toda una época. La profundidad de su mirada y su ajuste a cada réplica provocan una auténtica conmoción. Su humanidad, así como la del resto de sus compañeros, será lo que hará vibrar al público. Y aquí radica el éxito de la función ya que no habrá aparato o invento que consiga sustituir (ni siquiera igualar) la fuerza y profundidad de su aportación. Un trabajo que cala mucho más allá de la inmediatez de la recepción en la sala y que se hace grande cuando lo evocamos en nuestra memoria.

La escenografía de Alejandro Andújar aprovecha como nunca la disposición a dos bandas de La Villarroel. El armazón escénico se convierte en una constante de marcos y puertas que muestran al público los espacios que se ocultan a los protagonistas y juega muy bien con la premisa titular y permite que los intérpretes se mantengan, precisamente, en una evocada habitación contigua a la que sucede la acción principal mientras esperan su siguiente aparición en escena. Las piezas de utilería distinguen la pieza y cuidan hasta el mínimo detalle (véanse las lámparas donde conectar el utensilio). Sus piezas de vestuario se convierten en parte imprescindible de la función para mostrar no solo la clase sino el color de las pulsaciones de las protagonistas (especialmente en el caso de los personajes de Olcina y Aixalà) y facilita que se vistan y desvistan con agilidad a la vez que marcan su movimiento escénico.

Un interior muy detallado (gran escenificación de la consulta médica) que la exquisita iluminación de Jaume Ventura amplía a un exterior hermosamente evocado. Su trabajo se alinea también con los momentos anímicos de los personajes con una plasticidad incuestionable. El sonido de Damien Bazin es igualmente destelleante y hace convivir los diálogos con las acogedoras composiciones musicales de Carles Pedragosa y Erik Satie (coetáneo de la época en la que se sitúa la acción) interpretadas con destreza por el propio Ricart. Un envoltorio idóneo que se convierte en parte integral de la pieza. Quizá algo colmado en algunos momentos pero de todas todas hipnótico y muy adecuado.

Finalmente, Manrique y todos los artífices de esta propuesta consiguen hacer salir del cuadro a los personajes. Un espléndido retrato de solidaridad femenina y una puesta en escena milimétrica y muy hermosa. Punzante, divertida y a momentos descorazonadora. Una pieza que insufla vida y que mira hacia un momento cumbre para el ser humano moderno de un modo totalmente humanista y bajo un punto de vista contemporáneo. Un reparto excelente y un texto que debería formar parte de nuestros libros de cabecera convierten L’habitació del costat en una de las mejores propuestas con las que nos ha sorprendido La Brutal en los últimos años.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES