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03.12.2018 Críticas  
Divertido y gamberro juguete teatral

El Teatre Goya acoge la nueva propuesta de Joel Joan y Hèctor Claramunt. Un espectáculo que mantiene unas señas de identidad características y al mismo tiempo juega a la hibridación genérica sin perder de vista algunas de los zonas calientes de la actualidad socio-política del público que acude al teatro. Un artefacto que funciona, divierte e invita a la reflexión.

A partir del fenómeno social que da título a la obra también se abordarán frontalmente y sin tapujos las relaciones de pareja y sus conflictos personales, políticos e ideológicos. No deja de tener un punto de mala leche (tan sano como juguetón y divertido) la temática elegida para la sesión de escapismo de los protagonistas, así como el idioma escogido para su contextualización. El contraste con la realidad política y los distintos posicionamientos de cada uno encuentra aquí una pista de por dónde intuimos que irán los tiros. Pero no. Las posibilidades escénicas de la premisa se anteponen en todo momento e incluso se jugará con la ideología que le conocemos a alguno de los actores y la que defiende en la función. Si de lo que se trata es de dar falsos indicios, también los habrá en este ámbito.

Escape Room es un juguete. Así lo han entendido sus artífices y así lo recibimos los espectadores. Como autores, Joan y Claramunt, combinan la autoparodia con el thriller y el género de terror y la verdad es que consiguen un buen resultado. Quizá en algún momento se insiste en exceso en la introducción de gags pero también es cierto que todos y cada uno funcionan a la perfección y son francamente divertidos. Consiguen hablar de todo lo expuesto en el párrafo anterior sin salirse prácticamente de la historia que nos están explicando desde el principio y a la vez logran recrear situaciones y conversaciones en las que nos sentimos reconocidos precisamente porque, independientemente de nuestro punto de vista más o menos recalcitrante, las hemos vivido en los últimos meses o años. Como directores realizan un buen trabajo con los actores y demuestran buen pulso para la hibridación de géneros. Dotan del ritmo necesario a la propuesta y aunque se podría haber jugado más con la cuenta atrás y con las posibilidades de incluir la propia sala de teatro en la que nos encontramos en momentos muy determinados de la función, el resultado es notable.

El éxito final depende de la pericia de los jugadores y, en este sentido, los cuatro intérpretes dominan el ritmo de la comedia y adecúan sus registros a los distintos giros en todo momento. Saben jugar e invertir sus cartas a partir de los roles prototípicos vehiculadores del relato incluso cuando éste cambia y mantienen una química de la que se beneficia la función. Incluyen los gags con acierto y dejan respirar al texto, del que también son buenos transmisores. De este modo, la labor de Joan, Àgata Roca, Oriol Vila y Paula Vives resulta destacable y una grata sorpresa. Sin repetir personaje, saben aprovechar su experiencia anterior y mantener lo necesario para transformarse ante nuestros ojos y en función del peso específico de cada género en cada situación. Aunque no sea lo prioritario en la pieza, ya que el el desarrollo es más situacional, consiguen construir una personalidad bien definida para cada personaje.

Hay otro punto fuerte en Escape Room y éste es sin duda su envoltorio. La escenografía de Joan Sabaté magnifica las posibilidades del texto y lo acerca al gran formato de un modo adecuado tanto a los requerimientos de la propuesta como a las expectativas del público. Sitúa la pieza en el contexto urbano en el que viven los protagonistas y en el que todos nos podemos reconocer y a vez convierte el escenario del teatro en una verdadera habitación de escape. Los distintos artefactos, objetos, pruebas y pistas que propone el texto están muy conseguidos. La iluminación de Ignasi Camprodón y el sonido de Albert Manera siguen en esta misma dirección y se adhieren perfectamente a este cóctel de géneros para que todo suceda con verosimilitud y sin distanciamiento. Muy bien integrado también el audiovisual, tanto en la escenografía como en la dramaturgia.

Finalmente, y a pesar del desconcierto que nos embarga en algunos momentos, Escape Room se convierte en una olla exprés en la que se consiguen casar ingredientes que en manos menos hábiles podrían parecer antagónicos. Se agradece, sobretodo cuando hablamos de proyectos con clara vocación comercial, que no se repitan siempre los mismos patrones o que se huya del encasillamiento y se permita un juego que es tan sano para los artistas como para los espectadores. Hay que saber reírse de uno mismo y, aquí, tenemos una muy buena oportunidad de ejercer tan saludable derecho.

Crítica realizada por Fernando Solla

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