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12.12.2018 Críticas  
Charra ella, charro él

Tercer estreno de la temporada del Teatro de la Zarzuela, y se recupera un estreno de 1902, con aires de ópera, y ambientada en lo rural salmantino, en una historia sobre los lodos que vienen de aquellos polvos, pecados de pensamiento, y los amores platónicos de la juventud. María del Pilar llega en versión concierto para dejarnos con ganas de su versión completa.

Mientras los labriegos se dedican a sus faenas de sol a sol, la vuelta de Rafael (Andeka Gorrotxategi) a su pueblo salmantino, reaviva las llamas del viejo amor con su, ahora, cuñada Esperanza (Iwona Sobotka), cuyo marido Valentín (Rubén Amoretti) va a alentar al retornado a pretender de nuevo a María del Pilar (Carmen Solís), roneada a su vez por Marcelino (Damián del Castillo). De todos estos devaneos son testigos Tío Licurgo (David Sánchez), padre de María del Pilar; el enamoradizo Almendrita (Jorge Rodríguez-Norton) y la esquiva Señá Nieves (Marina Rodríguez-Cusí). Toda esta historia, narrada a su vez por el Almedrita del presente, con la voz de Mario Gas.

Desnudando la zarzuelade esta forma, en su versión concierto, es como mejor se captan las dimensiones de la obra, y en esta María del Pilar, asoman matices de ópera, por la épica de su factura orquestral y el gran peso del drama. Se suele asociar la zarzuela con la levedad y la ligereza de sus temas, pero en su día, Francisco Flores García y Gabriel Briones, aquí adaptados por María Velasco, concibieron este libreto queriendo alejarse de esa vis cómica y díscola, como es todo el principio, para ir adentrándose en esta historia de traición, celos y en cierto aspecto, destierro.

El tenor Andeka Gorrotxategi lleva sobre sus hombros el protagonismo de toda la zarzuela, siendo el villano, mas que Carmen Solís, cuyo personaje da título a la zarzuela, aqui interpretando como una actriz/soprano de reparto de lujo. Memorables son sus intervenciones y romanzas. El papel de Iwona Sobotka lleva el peso dramático de la función, y ni siquiera la adaptación del texto ha podido limpiar el nombre de la ficticia Esperanza; su mal querer es juzgado por la platea, que a su vez se debate en si su pecado de pensamiento merece que se la condecore con la letra escarlata. Bello cantar, delicada interpretación llena de sentimientos encontrados.

La romanza del acto tercero de Rubén Amoretti fue recibida con dilatados aplausos y ovaciones, y es que no hay nada como un desamor para conquistar al público. La labor de narración de Mario Gas, es de un gusto exquisito, y es el contrapunto perfecto a la palabra cantada.

María del Pilar quizás posee una segunda sección, agrupando los actos segundo y tercero, que al poseer todo el conflicto y carga dramática, son unos densos nudo y desenlace que se acusaron en el público. La exquisita dirección de Óliver Díaz, con acento en el preludio que da comienzo al tercer acto, con la bruma de la platea, tuvo su merecido aplauso, pero no como el que se merecía. Este aperitivo de concierto deja con ganas de una versión completa del libreto, que espero se recupere en una próxima temporada, eso si, respetando los descansos entre actos para hacer más llevadero y gustoso este viaje a la Salamanca rural.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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