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01.12.2018 Críticas  
¿Ayuda a los demás o a nosotros mismos?

Bien hace la Sala Beckett de Barcelona en definirse como Obrador Internacional de Dramaturgia, pues como bien significa el nombre, obrador es el taller donde se realizan creaciones artesanales y, como resultado, normalmente lo que se hace con mimo y cariño y con técnica tradicional, suele resultar excelente.

La Beckett acoge desde hace ya un tiempo a nuevos creadores que han demostrado que si bien es cierto que la experiencia es un grado, la dedicación, la pasión y las habilidades de un principiante puede igualar a la veteranía.

Eso es lo que está pasando estos días con La benviguda de Marc Guevara Vilardell, quien aunque ha participado en algún proyecto teatral anteriormente, presenta su primera obra en la Sala de Dalt. Un texto más que actual en contenido y en reflexión que consigue, con menos de una hora y media y tan solo dos actores, darnos alimento para pensar mucho después de haber salido del teatro.

Esta es una dramaturgia que trata el tema de las carencias a las que nos enfrentamos para dar ayuda humanitaria, no tanto desde el lado burocrático (aunque roza el tema y realmente se podría escribir un texto aparte), sino desde el punto de vista humano. Plantea las dudas y cuestiones a las que cualquiera de nosotros nos enfrentaríamos si como en el caso de Anna, de un arrebato nos decidiéramos ayudar a un refugiado sacándolo de un entorno que, a priori, no es el ideal y lo transportáramos a un mundo nuevo para esa persona. Tahiya es esa chica adolescente a la que Anna se trae y ahora ella y Xavi (su pareja, quien no estaba informado de la decisión) tienen que decidir cómo gestionarlo: con las autoridades; entre ellos, como pareja; con Tahiya, quien es una víctima del sistema.

Es curioso que entre otras temáticas, la que para mí sobresale como cuestión principal en La benviguda es la de la complicación que a veces se genera cuando uno quiere ayudar al prójimo. Algo que tendría que ser sencillo y posible sin más, puede complicarse por razones internas que no sabemos/podemos controlar tan fácilmente y por factores externos, circunstancias que no dependen de nosotros y que en mucha medida impiden, por mala gestión u organización, que las cosas salgan bien. Sea como sea, tenemos a una pareja que en su reencuentro después de mucho tiempo de separación se tiene que enfrentar a una situación inesperada que los irá erosionando a ellos y a su relación.

Puedes ponerle muchas florituras a un argumento así. Pero no le hacen falta. Y en ese sentido Marc Guevara ha estado más que acertado al presentarnos la temática desde el mismo principio, sin necesidad de introducciones. De esta manera, consigue que el espectador entre en el mundo de Anna y Xavi desde el inicio, sin que se pierda ni que le quede mucho margen a la imaginación. Directo y al grano.

Tampoco hace falta un gran atrezo para hablar de cuestiones tan duras y que generan heridas tan profundas. Para esta ocasión, Roger Orra ha ideado un decorado fijo en la sala de estar de Xavi y Anna donde hay un elemento principal inamovible todo el tiempo: el sofá. Un típico símbolo de hogar alrededor del cual suceden todas las cosas. La escena solo cambia en una parte, de mitad de obra para adelante y lo hace de un modo sencillo pero impactante. No quiero desvelarlo, porque es parte de la historia. Pero con poco se puede conseguir mucho y Orra aquí ha hecho un trabajo más que interesante con la escenografía y la iluminación.

Y, como la obra se centra en las personas, los actores y su dirección son esenciales en el rotundo éxito de La benviguda. Mònica Bofill (también nueva generación) dirige a Marta Bayarri y Santi Ricart de una manera excepcional. Las emociones que ambos actores recrean de cada uno de sus dos personajes son transmitidas perfectamente al público. Las sensaciones que genera una acción tomada de forma unilateral por Anna afectan a Xavi y todos los estados de ánimo por los que ambos pasan causados por tal acción son perceptibles al espectador en sus miradas, sus palabras, sus expresiones faciales, incluidas sus lágrimas gracias al impecable trabajo de Bayarri y Ricart. Pero es que además, Bofill ha conseguido que lleguemos a conocer a Tahiya pues mediante la genial conjunción de texto, dirección y trabajo actoral podemos “ver” a esta tercera protagonista, compadecernos de ella o sentir miedo de su actitud sin que aparezca ni una sola vez en escena.

¿Es bueno seguir siempre nuestros instintos? ¿Cómo nos afectan las decisiones de los que nos rodean? ¿Hasta qué grado la presión pueden cambiar nuestra vida? Y, algo que podría parecer absurdo, ¿hasta dónde debemos llegar por ayudar a los demás? Estas son algunas de las controvertidas cuestiones que se desarrollan en esta ‘opera prima’ que no deja impasible a nadie. Siendo la primera obra de Marc Guevara, podemos decir que ha entrado en el mundo de la dramaturgia pisando muy fuerte, agitando público y crítica. Le deseamos de todo corazón continuidad con la misma firmeza y electricidad con la que nos ha regalado La Benvinguda.

Crítica realizada por Diana Limones

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