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03.12.2018 Críticas  
Sexo, mentiras y… una canción

Una puta con larga biografía, un extravagante cliente millonario y una noche por delante para envolver a ambos en un enigmático juego de la verdad. Natalia Dicenta y Ramón Langa protagonizan La puta de las mil noches, un thriller psicológico que camina en la cuerda floja en la íntima Sala Margarita Xirgu del Teatro Español.

El libreto de Juana Escabias gira en torno al encuentro de dos personajes, solos y rotos, que se enfrentan y necesitan a partes iguales. Él quiere conocer todos los detalles escabrosos de las pasadas vivencias sexuales de ella; por el contrario, la Sherezade de Escabias solo quiere salir intacta (y con la mayor suma de dinero posible) tanto del extraño juego de preguntas que le va planteando su nuevo cliente como de la lujosa y aislada vivienda del millonario. Violencia, abusos sexuales y otras experiencias extremas se mezclan en un diálogo que, sin embargo, no por crudo o frontal consigue llegar a impactar. La tensión y el interés se centran en adivinar qué motivaciones reales hay detrás de cada personaje. Todas las piezas alargan una lucha de poder, y de clases, enredada en un discurso de trasfondo anti machista (que queda diluido en un ritmo no lo suficientemente fluido). Si bien la presentación de la situación (prostituta visita cliente peligroso con mucho que ocultar) crea altas expectativas en inicio, su desarrollo y conclusión terminan dejando cierto sabor a reflexión superficial.

La puesta en escena deja el espacio, prácticamente diáfano, presidido por una proyección audiovisual como telón de fondo. El punto más interesante de la presencia de la gran pantalla es su utilización como elemento que aporta un marco cinematográfico. Ya tanto la inicial aparición del título de la función (y los nombres de los actores) en la mencionada pantalla, como la final presencia de los títulos de crédito de todo el montaje, comunican la vocación de vestir de aire cinematográfico a lo presentado en escena. En cuanto al contenido de la proyección, esta se convierte (la mayor parte del tiempo) en el artificial ventanal de la casa del millonario. En puntuales ocasiones las imágenes sirven para dinamizar la escena convirtiéndose en la visualización, en blanco y negro, de las vivencias pasadas narradas por la prostituta. El momento más interesante se produce cuando la proyección permite observar, en acertado primer plano, la actuación de Dicenta.

La puta de las mil noches intenta hablar de decisiones vitales y de consecuencias, de hasta dónde se puede llegar por dinero y de hacia dónde puede conducir la curiosidad o la mentira. En un plano mucho más elemental, la función desde luego permite volver a escuchar la familiar voz de Ramón Langa y oír cantar a Natalia Dicenta. La fugaz canción interpretada con personalidad por la actriz es el detalle más alabado a la salida de este montaje dirigido por Juan Estelrich.

Crítica realizada por Raquel Loredo

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