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29.11.2018 Críticas  
Emotivo choque con la realidad y gran reflejo generacional

La Badabadoc presenta su primer espectáculo en residencia de la temporada. Para ello confía en Carla Torres Danés, que con Nausée nos ofrece un retrato humano que, bajo el formato de comedia dramática, consigue tocar todas las teclas posibles de una temática que supera lo generacional y nos transmite en todo momento la angustia vital de los protagonistas.

La elección del título a partir del cual se desarrolla la pieza supone su primer gran acierto. Jean Paul Sartre escribió su novela filosófica a una edad muy cercana a la de los personajes de esta función. Torres ha sabido captar los temas principales (el «progreso», el automatismo de la sociedad, la posibilidad de rebelión y, sobretodo, el cuestionamiento existencial y de los propósitos vitales, también la muerte de las ilusiones). Como el protagonista de allí, los de aquí no entenderán, o no podrán asumir, que el mundo que los rodea no incluya o no se preocupe por cuestiones que en apariencia son evidentes. A partir de ahí, la autora desarrolla la historia de Rut y Marc. Un viaje interior o por lo menos un capítulo muy importante del mismo que, por extensión, nos describe a muchos de los nacidos durante las dos últimas décadas del siglo pasado.

Es muy gratificante para el espectador asistir a esta función. La capacidad de la autora y directora para incluir a los referentes o activistas literarios o sociales con algunos más anónimos pero tanto o más importantes e influyentes para ella (la citación final da buena muestra de ello) nos parece de una sensibilidad y valentía para mostrarse exquisitas. La elección de los distintos condicionantes de los personajes (afectivos, académicos, laborales, profesionales), así como su contraste y dificultad para llevarlos a cabo en el contexto inmediato. El retorno a la infancia como refugio a partir del uso de la tecnología y los soportes digitales marca, de nuevo, un contraste muy bien expresado. También su capacidad para alargar o no las escenas y la duración final de la función no tanto a partir de la historia concreta sino de la suspensión en este estado del que los personajes no se sabe cuándo o si podrán salir. Esto es algo complicado de mantener y que podría alterar el ritmo de la pieza pero que se salda con un éxito considerable, ya que se logra crear una cadencia propia y totalmente alineada con el lenguaje interno de la obra.

La escenografía de Àngel Grisalvo aprovecha muy bien las posibilidades del espacio y nos introduce de pleno en el interior del diminuto piso de esta pareja de amigos. Sin duda su trabajo es una de las señas de identidad de la propuesta. Nos transmite desde el primer momento esta prolongación forzada de lo provisorio. En el mobiliario y en su distribución. Los materiales elegidos, así como la distribución y su uso se revelan como un gran hallazgo y dibujan muy bien las condiciones externas forzadas de los personajes. El diseño de luces de Pol Segura escenifica el contraste entre el interior del inmueble y por tanto del espacio vital de los protagonistas con lo que sucede en el mundo exterior, no tanto en la calle sino a nivel sociedad. La elección del interfono como medio o canal de comunicación con este engranaje impersonal y aplastante con el que chocan los jóvenes es tan original como elocuente y expresiva para mostrar este conflicto. Además, la destreza de la directora para integrar todos estos elementos en la dramaturgia es muy destacable.

Todo esto no sería posible sin las interpretaciones de Carla Abulí y Albert Roig. Ambos saben desarrollar a sus personajes y adecuarse siempre a los requerimientos de la pieza. Los conoceremos ya inmersos en su desasosiego y conseguir este tono y a la vez irlo combinando con el ideal o idealizado es un reto cumplido. Nos emocionan cuando se aferran a la infancia como vía de escape y nos entusiasman cuando poco a poco, van descubriéndose ante nosotros. Abulí de un modo más urgente y Roig más ensimismado, como sus personajes. Aproximaciones antagónicas a un mismo estado de ánimo. Un expresionismo nada abstracto en sus creaciones que recibimos y asimilamos ya no con realismo, sino con una verismo rotundo. Su movimiento por el espacio está coordinado y naturalizado en todo momento y se crecen en la corta distancia ante el público. Transmiten lo que dice el texto y todavía más con la mirada cuando así es necesario. Juntos dibujan esta hermosa relación entre ambos con total entrega y el resultado final de la pieza de engrandece gracias a su sentida y emotiva labor, no exenta del doloroso y asertivo enfrentamiento con la realidad cuando corresponde.

Finalmente, Nausée nos atrapa a través del cuestionamiento ya explicado y sobretodo porque nos toca profundamente. El retrato generacional nos incluye a todas esas almas que formamos o han formado parte de él, pero la posibilidad de aplicar y empatizar a partir de nuestra propia experiencia vital (la individual y de cada uno, la que nos hace únicos pero que a la vez compartimos con el resto) se convierte en una realidad totalmente catártica. Salimos tocados, arañados, reconocidos, identificados. Y, lo más importante, como los protagonistas, conseguimos enfrentarnos a esa nausea, todo lo dolorosa que se quiera, pero que al final es la nuestra y de algún modo nos define e identifica.

Crítica realizada por Fernando Solla

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