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26.11.2018 Críticas  
They say that Freedom is a constant struggle…

La Sala Beckett presenta el resultado de la residencia de La Ruta 40 con Carlota Subirós. En Una lluita constant encontramos una obra teatral en la que el compromiso se mostrará tanto hacia el contenido como hacia los mecanismos de aproximación, escénicos y no. El resultado es una pieza tan urgente como reflexiva y necesaria a día de hoy. Magnífica.

Distintos momentos de ebullición social y política que se remontan a Mayo del 68. No se trata tanto de una cronología histórica al uso sino de una investigación que parte de la configuración actual de nuestra sociedad. Cómo hemos llegado hasta aquí. Se estira el hilo de los acontecimientos para vincular y explicar a partir del activismo político que hemos ido desarrollando y aprehendiendo de nuestros predecesores, confrontándolo a la vez con nuestro propio proceso de aprendizaje. Un trabajo que aprovecha la posibilidad de la estancia para afrontar con total libertad un material en el que se combinan los archivos documentales con distintas conversaciones y entrevistas propiciadas para la ocasión a modo de collage. Un reclamo a la atención. Un proceso de investigación que se aplica también a las distintas disciplinas: dramaturgia, puesta en escena e interpretación. Y el éxito en los tres ámbitos es rotundo.

Carlota Subirós ha trazado un recorrido excepcional durante las dos últimas décadas. Su capacidad para captar la esencia ideológica de los autores y las piezas que adapta y dirige, aportando y desarrollado también su visión erudita de un modo totalmente aledaño a la sustancia e índole de las obras, es algo digno de estudio. Apelando siempre a lo que nos hace y nos mueve como humanos, como seres que piensan y sienten. Nadie como ella consigue escenificar semejante profundidad de un modo tan perceptivo y fascinante. Así lo ha hecho con Bernhard, Fosse, Molnár, Shawn, Dostoyevski, von Horváth, Crimp, Gorki, Shakespeare, Pirandello, Lessing, Carroll, Chéjov o Williams. También con Guimerà, Cunillé, Joan Oliver o David Plana. Nuestra mirada y aproximación a estos autores se ha ampliado y nunca ha sido la misma tras la experiencia compartida. Posiblemente, la manera propia e individual de acercarnos a los textos, y al arte dramático en general, también se ha visto modificada y agrandada, siempre de un modo beneficioso.

A estas alturas, el cuestionamiento sobre la utilidad práctica de la intelectualización de las ideas supone una de las mayores muestras de honestidad que pueda haber. El reto aquí era coger este collage y desgranar y esencializar toda la carga ideológica sin perder nunca el foco pero sin unificar o sentar cátedra a partir de un discurso uniforme. Esto se aplica tanto sobre el trabajo como sobre el tema. El compromiso infranqueable a partir de materiales y voces que suman y suman y que se podrían alargar al máximo. Un espectáculo no concluyente porque se nutre de una creación en la que podríamos seguir profundizando y así hasta llegar al origen de la especie humana. Distintas lecturas y entrevistas propuestas que también tratan el concepto de herencia. Un cuestionamiento del modo con el que nosotros mismos hemos llegado a configurar nuestra memoria y cómo lo vinculamos con nuestro presente ideológico e identitario. Entre el individuo y la colectividad.

Con una dramaturgia tan potente (a partir de aportaciones de Jacques Willemont, William Klein, Pere Portabella, Francesc Bellmunt, Alejandro Zapico, Göran Olsson, Alfonso Amador o Sílvia Munt, entre otros), Subirós ha conseguido aplicar todo lo aprendido hasta ahora para profundizar en estos documentos del mismo modo como siempre ha hecho con obras cerradas o ficticias. En este terreno, la escenografía y el vestuario de Xesca Salvà, la iluminación de Carlos Marquerie y la edición de vídeo de Raquel Cors permiten que asistamos a la representación como si nos acercáramos a la consulta de los documentos que se proyectan. El diseño de sonido de Pau Matas Nogué sigue en esta misma línea, naturalizando la presencia de los distintos registros con la interpretación. La disposición del público a cuatro bandas resulta todo un acierto y facilita que los intérpretes se sitúen al mismo nivel que los espectadores, de un modo siempre inclusivo y participativo. Excelente.

El trabajo de Alberto Díaz, Albert Prat, Alba Pujol y María Ribera se adecúa totalmente a los requerimientos de la propuesta eliminando cualquier atisbo de artificiosidad y naturalizando el lenguaje propio de esta pieza en sus interpretaciones. Cada uno a su manera nos desarmará con la potencia de su discurso y con lo que llegan a transmitir con la mirada y sus silencios. Se escuchan, complementan y acompañan en todo momento y desaparecen detrás de cada personalidad evocada, especialmente en los casos anónimos. Un mecanismo que funciona muy bien precisamente porque no será nunca evidente. Portadores de unos testimonios en los que no necesariamente coincidirán ni en edad ni en sexo y que resultarán tan pasionales y efervescentes como reactivos. A la vez que Subirós, incluyen y captan una doble temporalidad en la que la rapidez y la urgencia será a la vez profunda y reflexiva. Democratizan el discurso aprovechando la fragmentación de la pieza con total honestidad. No podía ser de otra manera y lo consiguen de principio a fin.

Ellos serán el termómetro y punto de encuentro. Un ejercicio que si es revolucionario es precisamente por esa renuncia a lo establecido, incluso en la aproximación dramática, donde también se abre la posibilidad de auto-educación. Citas habrá muchas pero nunca utilizadas de manera lapidaria. Una labor de los cuatro que, como el espectáculo, rezuma una inquietud que hilvanan con una sensibilidad y capacidad inclusiva y participativa fuera de toda duda. Resulta muy emocionante contemplar como han llegado a este nivel interpretativo, obra tras obra, y que aquí alcanza un punto culminante.

Finalmente, Una lluita constant nos ofrece una muy interesante muestra que trasciende el teatro documental también por el formato y el estilo que desarrolla durante toda la propuesta. Un ejercicio de investigación que encuentra en la apropiación dramática una potente herramienta para compartir, evidenciar y auxiliar. Dar voz y, lo más importante, que todas las voces sean escuchadas y situadas en un mismo plano de relevancia y urgencia porque la reyerta por la necesidad de emancipación es lo que las une. Al compromiso de esta mirada hacia atrás para explicar nuestro presente se suma la reflexión sobre la transmisión no solo de los conflictos sociales sino de su registro, enumeración y catalogación. Un espectáculo imprescindible y muy valioso por su mirada profunda y humanista y su capacidad para transmitirla, compartirla y utilizarla. Un triunfo tanto para La Ruta 40 como para el resto de implicados en este proyecto.

Crítica realizada por Fernando Solla

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