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14.11.2018 Críticas  
Imprescindible revulsivo dramático

El Teatre Romea se convierte en hogar de uno de los clanes más relevantes del teatro reciente. L’omissió de la família Coleman sube a sus tablas de la mano de Claudio Tolcachir, que dirige de nuevo su propia obra con un reparto excepcional. Juntos nos brindan la oportunidad de descubrir diversas y riquísimas posibilidades tanto del texto como de los intérpretes.

Un cúmulo de sensaciones nos invade desde el primer momento. Da igual si ya se conoce la pieza o nos disponemos a una primera aproximación. La reacción rabiosa ante el individualismo exacerbado en el que circunscribimos nuestra actitud e (in)capacidad para establecer y mantener relaciones robustas y duraderas sigue siendo el núcleo de la función. Que esto suceda dentro del ámbito familiar mantiene su impacto y magnifica las connotaciones violentas de este irritante patrón de conducta. Algo que parece definir cada vez más quiénes somos y que encuentra en el texto un potente revulsivo. El conflicto, tanto para los personajes como para el espectador, incluirá las contradicciones y desencuentros a los que nos enfrentamos en un combate que, finalmente, es contra nosotros mismos.

Esta mezcla de fascinación y repulsión supone la gran aportación de la obra. Seres capaces de mostrar una humanidad desbordante y a la vez actuar siempre anteponiendo el yo. El egocentrismo como necesitad vital en la búsqueda de una (o última) oportunidad para conseguir rozar la felicidad. El autor sabe exponer todos sus motivos y porqués y construir cada universo propio para cada uno dentro del compartido. Un durísimo relato que se asimila como un goteo excelentemente dosificado y cuyo desarrollo narrativo combina réplicas tan cómicas como hirientes con un calado profundísimo y muy bien desarrollado.

El trabajo con y de los intérpretes es excepcional. Artistas a los que conocemos y a los que aquí descubriremos de nuevo en cada una de sus creaciones. Juntos consiguen que vivamos y sintamos con total aprehensión y generan la ilusión de la posibilidad de una aplicación reactiva mucho más allá de las fronteras de la función teatral. La presentación de cada personaje así como su interacción y las relaciones que se establecen entre ellos y en sus múltiples combinaciones harán que lo estrafalario se convierta en excepcional y que los estrambóticos seamos los espectadores (ya convertidos en individuos) cuando proyectamos lo visto hacia nuestra realidad. Tanto en el caso de los participantes internos como de los externos a la familia.

Será precisamente a partir de la aparición del personaje de un muy inspirado Biel Durán que empezaremos a mirar con ojos fascinados no solo la creación de una magnífica Bruna Cusí sino a todos los demás. Algo que continúa con el desempeño de Josep Julien. Cómo ambos entran a formar parte del engranaje a partir de su relación con el rol de Vanessa Segura demuestra la genialidad del autor-director. Personajes bisagra cuando corresponde pero que siempre se mostrarán en su totalidad y con su propio recorrido.

Roser Batalla brilla como en las mejores ocasiones y, probablemente, más y mejor que nunca. Ireneu Tranis nos regala una interpretación aparentemente contenida y parca en palabras pero conmovedora de todas todas. Tanto como la espectacular Francesca Piñón (qué bien reencontrarnos con ella en esta pieza), que desborda con su magnetismo y su expresividad. Una labor heroica que consigue dejarnos clavados en la butaca con cada réplica, cada mirada. Culminante de expresividad también un apoteósico Sergi Torrecilla que logra que la magia del teatro se convierta en una realidad, dotando de sentido cada sinsentido. Réplicas, (in)expresión dolorosa cargada de intención. Un mutis final que nos desarma. Divertido y desgarrador. Brillante. Madres, hijas, hijos, abuelas… Personas. Seres imperfectos y maravillosos. Todos y cada uno de ellos. Magnífica familia teatral.

Jordi Galceran ha realizado un trabajo muy meritorio con la traducción del texto. El idioma es un mecanismo que, indudablemente, refleja y transmite una realidad tanto intrínseca como externa de la suma de individuos que conforman cualquier grupo humano. En esta obra, además, cada personaje se expresa con un discurso propio que también configura su manera de relacionarse con el resto y, más que probablemente, esboza una fina línea que marca la distancia a la que cada espectador se situará de cada uno, por lo menos en la primera toma de contacto. Para los asistentes, el choque que produce la pieza es todavía mayor si el idioma es compartido con los personajes, ya que sus particularidades se convertirán en potentes señas de identidad y la inmersión y necesidad de discernir lo que sucede y su significado coparán toda nuestra atención.

Muy importante también que la puesta en escena enmarque pero no cope un protagonismo excesivo. El mobiliario y utilería de Joana Martí reduce cuando corresponde el espacio asfixiante y compartido y permite la transformación del espacio físico en los dos lugares donde transcurre la acción. La sabiduría de Tolcachir para contrastar hogar y hospital e invertir y manipular las connotaciones de ambos recintos y lo que allí sucede supone un gran triunfo dramatúrgico. El vestuario de Nídia Tusal ayuda a los intérpretes a dotar de identidad propia a cada personaje, así como su caracterización. Por último, la excelente iluminación de Albert Faura consigue naturalizar esta mezcla de verosimilitud y extrañamiento con la que recibimos la propuesta y todas las situaciones que describe.

Finalmente, esta visita consigue que un pedacito del Temporada Alta de Girona se instale en la ciudad de Barcelona, ayudando a naturalizar un trayecto de ida y vuelta que, sin duda, es muy enriquecedor para ambas capitales. Si a esto le sumamos la aportación de Timbre 4, el viaje y a la vez punto de encuentro es todavía más gratificante. Este entendimiento entre profesionales (de aquí, ahí o más allá) que juntos y en maravillosa harmonía aportan y consiguen transmitir lo mejor de sí mismos, demuestra que, por encima de todo, el teatro sigue siendo una fabulosa herramienta donde el juego y la libertad nos toman de la mano para regalarnos veladas tan especiales como la que vivimos aquí.

Crítica realizada por Fernando Solla

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