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06.11.2018 Críticas  
Vuelven del planeta Transexual, galaxia Transilvania

El pasado 1 de noviembre el Gran Teatro Bankia Principe Pio estrenaba Richard O’Brien’s Rocky Horror Show, una versión del musical rock de culto que vio la luz en Londres en 1974. El espíritu de la obra original llenó el cabaretero espacio madrileño con fans disfrazados y listos para corear las conocidas letras en inglés.

Bajo la dirección de Pedro Entrena, trece actores se atreven en Madrid con este título, que nació como proyecto amateur homenaje a las películas de terror y ciencia ficción de «serie b» que mezclaba estética glam, kitsch gótico y toque macabro. El aire de desinhibición sin complejos es el bastión al que se aferra este montaje desnudo con vocación de fiesta para seguidores. La conocida historia, cuyo atractivo también radica en su iconografía y en construir una espiral de extravagancia creciente, parte de una noche de tormenta. Una joven pareja de recién casados se refugia en casa del doctor Frank-N-Furter el mismo día en que este celebra la creación de su musculosa criatura: Rocky Horror, un hombre físicamente perfecto, pero con solo medio cerebro procedente de un delincuente juvenil, creado para satisfacer los deseos su creador.

Un año después de su exitoso estreno en Inglaterra, Rocky Horror daría el salto a Broadway con batacazo y escasa repercusión incluidos. Sería la adaptación cinematográfica dirigida por Jim Sharman (The Rocky Horror Picture Show, 1975) la culpable de que la legión de seguidores del musical fuera aumentando, no de inmediato pero si con el paso de los años. Como curiosidad se puede destacar que el propio Richard O’Brien, autor del libreto original, participó en la creación del guion de la película e interpretó al personaje de Riff Raff. El homenaje que ahora se puede ver en el Gran Teatro Bankia Principe Pio (en diferentes fechas de momento hasta el mes de diciembre) da la oportunidad al público de compartir la experiencia Rocky Horror como evento colectivo capitaneado por voces en directo sobre música grabada.

Las reglas son claras. En primer lugar el insulto no solo está permitido sino que es obligatorio. Cada vez que se pronuncian los nombres de la cándida pareja protagonista la platea debe gritar “¡gilipollas!” o “¡puta!” en función de si se ha dicho Brad o Janet. El nombre del Dr. Everett V. Scott debe provocar un chillido de júbilo, al contrario que el de Eddie que viene seguido del clásico sonido que invita a guardar un secreto. Ni que decir tiene que los espectadores «vírgenes» (así se denomina a los que acuden por primera vez a ver la función) en seguida se animan a sumarse a este juego naíf que termina creando una sucesión de confusiones gamberras. Entre tanto los fanáticos más preparados sacan su arsenal de attrezzo y caracerización necesario para participar de instantes puntuales de la obra: papel de periódico, guantes de látex, naipes que poder lanzar al escenario…

Richard O’Brien’s Rocky Horror Show es noche de risas, copas y ecos de transgresión y libertad sexual setentera. Un tributo fiestero y muy off, sin pretensiones, con la única intención de involucrar a todo aquel que quiera recordar y dejarse hacer.

Crítica realizada por Raquel Loredo

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