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06.11.2018 Críticas  
La espera de los que nunca llegaron

Como parte del programa del Festival Periplo, pudimos presenciar el pasado 27 de octubre en el Teatro Timanfaya de Puerto de la Cruz la obra titulada Proyecto Fausto a cargo de la compañía canaria Delirium Teatro y escrita por el dramaturgo palmero Antonio Tabares.

El mismo autor cuenta que, tras recibir el encargo de la compañía de narrar alguna historia relacionada con el mar y protagonizada por mujeres, dio con un episodio fascinante de la vida real al que acabó poniendo el nombre de la obra. Se trata de una historia cercana, del pesquero canario Fausto, que desapareció junto con sus cuatro ocupantes de forma inexplicable hace 50 años. A pesar de ser avistado en alta mar, nunca llegó a puerto. Tras dos meses desde su desaparición, el Fausto fue hallado en medio del Océano Atlántico por un carguero italiano. En él solamente había el cuerpo sin vida de uno de los ocupantes. Pero antes de que llegaran a tierra, de nuevo otro misterio: el amarre se soltó y el pequeño navío volvió a desaparecer, dejando preguntas sin contestar y convirtiéndose esta curiosa historia en uno de los enigmas más importantes del archipiélago canario.

Sobre un escenario que a simple vista puede parecer sobrio y una música de acordeón delicadamente interpretada por Pablo González Pérez, Delirium Teatro revive la terrible agonía de cuatro mujeres que esperaron el retorno de sus maridos. Pero ellos nunca regresaron ni jamás volvieron a abrazarse. Unidos a la pérdida, llegaron los rumores y habladurías aún más dañinos por boca de los vecinos: ¿Fueron secuestrados por un misterioso militar? ¿Habían huido a Venezuela en busca de una vida mejor?

Antonio Tabares ha tejido su historia tras una evidente y exhaustiva documentación. Le han acompañado en la composición de este drama las actrices Irene Álvarez, Lioba Herrera, Carmen Hernández y Soraya González del Rosario, que encarnan a Luz María, Mariel, Cela y Nélida, las mujeres de la vida real protagonistas de este drama. Para ello contaron con la colaboración de una de las viudas, Luz María; la enamorada esposa de Julio García, cuyo único cadáver fue hallado en el barco, así como de los hijos de todos ellos.

Desde la butaca no se puede ignorar el hecho de que tanto el director de la obra, Severiano García, como el autor y las actrices, se han implicado en ella desde lo más personal. El resultado de todo este trabajo e implicación es una deliciosa interpretación colectiva de lo que les pasó a los que esperaban en tierra y lo que estas mujeres imaginan que pudo haber sucedido a bordo del Fausto. Con ello logran transmitir esa zozobra que conlleva el esperar y no saber, o de que se sucedan los años sin que se les permita pasar página, porque las personas que amaban tenían que llegar a su hogar y se quedaron, sin razón lógica, en el camino.

Nosotros también tuvimos ese nudo en el estómago y nosotros también sentimos el dolor punzante en el corazón por culpa de las habladurías de la gente. También se nos iluminaron los ojos cuando sentimos que habían avistado al Fausto, para luego caer con ellas de nuevo en la desesperación porque había vuelto a desaparecer. Al arrancar el aplauso final, hubo lágrimas en ambos lados de la sala. Y es que todos sentimos la pérdida, esa pérdida de la que, al igual que esas valientes mujeres, nunca nos volveremos a recuperar.

Crítica realizada por Celia García

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