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02.11.2018 Críticas  
La marca del terrorista

Ofici de Tenebres en programación en la Sala Beckett de Barcelona, plantea importantes dilemas morales en una obra de medio formato que ha escrito el dramaturgo y periodista Joan Rusiñol y que orquesta Joan Anguera.

¿Cuándo empieza el arrepentimiento y termina la lucha de una causa? ¿Se puede perdonar a un asesino? ¿Hasta dónde llegan los medios de comunicación para conseguir una buena historia? ¿Es primero la familia o nuestra justicia?

La Beckett arranca temporada con un nuevo ciclo; uno que pinta de lo más interesante. Durante los meses de octubre y noviembre podremos disfrutar de las obras incluidas en Terrors de la ciutat. Escenaris de conflicte i por y esta es una de ellas.

Clasificada como un ‘thriller’ actual, Ofici de Tenebres arranca con un ex-terrorista que acaba de salir de prisión y que quiere reencontrarse con su familia: su mujer y su hijo, al que nunca ha llegado a conocer. Ese mismo hijo ahora ha formado su propia familia y está casado con una periodista (con la que espera un hijo en breve) y que a toda costa quiere una entrevista exclusiva con su suegro para poder mantener su puesto de trabajo, a pesar de la desaprobación de su marido. La madre de este vive sumida en su trabajo y parece que ha intentado olvidar lo que, en ese común pasado que todos comparten, ocurrió.

Son cuatro los protagonistas y cuatro son las historias que se entrelazan y que de forma progresiva dan pie a las cuestiones presentadas al inicio. Cada personaje muestra cada una de esas disyuntivas y va desvistiendo otras, a modo de sub-capas, a medida que pasan los minutos.

El Oficio de Tinieblas originalmente era una ceremonia litúrgica de la Iglesia Católica para preparar interior y exteriormente la memoria de la muerte de Jesucristo. Se iban apagando 14 de las 15 velas de un candelabro especial, llamado temerario, acompañándose del canto de algunos Salmos. Ofici de Tenebres es un texto redondo en el que confluyen sentimientos encontrados y que rasca en el interior del mundo del terrorismo, no del conjunto sino del individuo, y las afectaciones de este en primera persona y a nivel familiar. También habla de la fe, del perdón y de la redención. Y trata la muerte en pretérito, presente y futuro. Tal y como el Oficio de Tinieblas pretende recordar cuando es celebrado.

Además, como buen escrito de suspense, consigue mantenernos en vilo desde el minuto uno hasta el último, desvelándonos los secretos en su justa porción y consiguiendo llegar al punto álgido sin que hayamos podido parar a pestañear. El trabajo conjunto de Rusiñol y Anguera unido a una muy interesante escenografía de Sebastià Brosa (que separa dos mundos que bien podrían ser el de las víctimas y el de los verdugos, manteniendo una zona neutra en el medio en la que se da paso a la sinceridad y a los audiovisuales) y a la iluminación de Pep Barcons, han conseguido un resultado excepcional (inolvidable la última escena). En definitiva, este es un proyecto de los que dejan huella en un público ávido de conocer algunos recovecos y posiciones de la sociedad actual en este asunto.

Evidentemente, el trabajo actoral es también clave en el magnífico desarrollo. Los actores que forman Ofici de Tenebres funcionan muy bien como conjunto. La selección ha conseguido reunir a una familia bien creíble en la que se muestra la intensidad requerida en cada momento sin innecesaria sobre-actuación. La contención continuada de un Pep Ferrer consternado por unas razones que no resultan ser las que aparentemente conocemos le lleva a bordar un personaje maduro que ha tenido años para pensar y decidir lo que quiere de la vida. Albert Prat, como el hijo, es la contraposición de su padre y Prat nos sabe presentar con eficacia a la persona que acarrea un tormento personal que va a tomar decisiones basadas en el odio y en la falta de perdón. Fina Rius, en el papel de la madre, es posiblemente la que realiza un mayor número de giros en su interpretación y quien desde sus iniciales silencios ya pone en situación a la platea, a la que finalmente termina emocionando. Finalmente, Paula Blanco sabe conjugar de forma limpia las diferentes fases por las que pasa sus intervenciones como esposa, periodista y nuera. Como regalo, unos minutos con la participación de Iván Benet en vídeo que cierra un elenco de indudable calidad del que Anguera se ha rodeado.

El terrorismo no es un tema cómodo. Pero tampoco es un tema intocable, si como Rusiñol ha demostrado se presenta desde el respeto y el deseo de incrementar el conocimiento del que a veces carece la sociedad. Queda poco para poder disfrutar de este teatro en mayúsculas que la Beckett está ofreciendo estos días. No se lo pierdan, porque vale muchísimo la pena.

Crítica realizada por Diana Limones

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