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31.10.2018 Críticas  
El vil y putrefacto metal

Los textos de Arthur Miller tienen algo de espejo en el que la sociedad se refleja. A pesar de haber sido escritos hace años, rezuman actualidad y verdad. El Teatro Kamikaze trae El Precio, dirigida por Silvia Munt. Triunfó en Barcelona la temporada pasada y ahora repite hazaña en Madrid.

Una pareja de clase media, sufridora y sacrificada, se dispone a vender las pertenencias del padre de él. Para ello llaman a un tasador para poner precio a los recuerdos, al pasado almacenado en un polvoriento desván. Entra en acción el otro hijo. A este aparentemente le ha ido mejor en la vida. No necesita el dinero de la venta de esas pertenencias. Pero como todo en la vida, son apariencias. El encuentro de los tres personajes, junto al peculiarísimo tasador llevará a un enfrentamiento donde el precio de los recuerdos pasará a un segundo plano. Las decisiones tomadas, rencores, perdones nunca concedidos saldrán a relucir. Al final no son las cosas físicas las que peor precio tienen, ni las que más cuesta pagar.

Una escenografía realista que recrea ese desván. Sillas amontonadas, un arpa, un sillón, un armario con vestidos pasados de moda. Unas proyecciones en blanco y negro nos transportan al Nueva York de poco después del crack de 1929. Preciosas y bien elegidas piezas musicales hacen el resto para crear la atmósfera.

Por ese desván veremos aparecer a Tristán Ulloa como Víctor Franz. Un hombre que renunció a sus sueños para cuidar de su padre. Aceptando un trabajo de policía local, mal pagado y frustrante. Elisabet Gelabert es Esther, su esposa. Ella que siempre ha soñado con una vida más desahogada económicamente, que lo reconoce abiertamente. Gonzalo de Castro es Walter, hermano de Víctor. Llevan dieciséis años sin verse ni hablarse. Desacuerdos sobre cómo encarar la vida les llevaron a esa triste situación. Tener que deshacerse de las pertenencias de sus progenitores provocará esta inesperada y tensa reunión. Eduardo Blanco es el tasador retirado y envejecido, que por sorpresa se verá en medio de la contienda.

El reparto está equilibrado, Tristán Ulloa está sobresaliente llevando el peso de la culpa, de la resignación. Gesto aplastado, perdido, sin esperanza. Bravo por Tristán en un difícil papel protagónico. Gonzalo de Castro luce y apabulla. Tremendas son las conversaciones entre los dos hermanos. Eduardo Blanco compone un personaje sumamente entrañable, imposible no sonreír ante la filosofía de vida de ese tasador pasado de moda. Elisabet tiene el papel menos lucido, pero aun así lo defiende con acierto, si bien es el personaje con el que menos se puede empatizar, y tiene algo de irreal.

Si algo resiente el montaje es un primer acto denso y lento, en que no parece ocurrir nada. La aparición sorpresa del hermano es el detonante del interés, si bien eso ocurre bien entrada la función y ahí hemos divagado en más de una ocasión. Ahora bien, la artillería se concentra en esa segunda parte donde El Precio pasa a ser un precio a pagar por las decisiones vitales. Ahí se lanzan dardos, se piden perdones, los escrúpulos se abandonan. Ahí aparece Arthur Miller en su apogeo.
A pesar de no ser todo lo redonda que se espera, cierto es que el montaje que se puede ver en el Teatro Kamikaze tiene ese sabor de teatro de siempre. Serio, pausado, sin estridencias, con pulso lento y firme. Se disfruta y se recuerda con agrado. Función totalmente recomendable.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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