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29.10.2018 Críticas  
La adaptación de Alfredo Sanzol triunfa en Madrid

Luces de Bohemia prometía ser una de las obras estrella de la programación del Centro Dramático Nacional y no ha defraudado. La adaptación del clásico de Valle-Inclán, dirigida por Alfredo Sanzol, se representará en el Teatro María Guerrero de Madrid hasta el próximo 25 de noviembre.

Con un elenco de lujo y una escenografía muy acertada, Sanzol logra acercar el texto de Valle-Inclán al espectador actual, manteniendo el contexto en que fue escrito y transmitiendo el sentimiento de alienación y desarraigo del personaje de Max Estrella en un mundo cambiante que se tambalea.

Esta adaptación es esperpento de principio a fin: comienza y termina entre borrachos, buscavidas, pícaros y prostitutas, en los ambientes de madrugada y las tabernas de mala muerte que Max frecuenta con su fiel amigo don Latino. Toda una noche, todo un viaje hacia la muerte del “primer poeta de España”, que se verá acompañado también por los nuevos jóvenes rebeldes o poetas modernistas.

Luces de Bohemia critica la turbulenta España de principios del siglo XX, que Sanzol retrata en cada escenario y en cada detalle, incidiendo en los chanchullos de la burocracia, en la oposición entre los poetas y los políticos, o entre los que decidieron seguir escribiendo versos y los que prefirieron un cargo de funcionario. ¿Será verdad que aún no se premia el talento en España?

El director capta la poética del esperpento y la deformación de la realidad en una obra que, según el propio director, “Es empática y es sarcástica. Es humor violento y tierno”. Max Estrella ya no encuentra su lugar, vive a contracorriente y rechaza su presente, bebe demasiado y no puede mantener a su mujer y su hija. En esta versión, Juan Codina realiza una interpretación magistral del personaje o héroe esperpéntico, prácticamente quijotesco en escena, que, bajo la dirección de Sanzol, oscila entre el disparate y la lucidez. Max Estrella es un personaje ciego y visionario, aunque solamente pueda serlo de su pensamiento y sus ideas, en su mente.

En general, creo que no me equivoco si afirmo que el espectador se encontrará con los personajes que imaginó cuando leyó el texto. Aunque hasta ahora he destacado el trabajo de Juan Codina, todo el elenco, sin excepción, está estupendo. Para más inri, hay que decir que la mayoría de los actores interpreta a más de un personaje. Por poner algún ejemplo, diré que la actriz Paula Iwasaki brilla como La Pisa Bien, también lo hacen Jesús Noguero en sus varios papeles, especialmente en el del borracho Zacarías, y, cómo no, Chema Adeva como don Latino durante las dos horas y cuarto que dura el espectáculo.

Por otro lado, la sucesión de escenas es rítmica y eficaz; un piano marca los tiempos, y adapta los silencios y los temas musicales a las diferentes situaciones y estados de ánimo de los personajes. El pianista abre el espectáculo con su música, toca incluso el himno de España, más bien una versión lenta, desganada y en otra clave, y, en un guiño metateatral, acelera, ralentiza o repite varias veces las piezas musicales mientras observa cómo los personajes van colocándose en sus posiciones correspondientes. En ocasiones, los propios personajes son los espectadores curiosos de las acciones y comportamientos de Max y su fiel amigo.

Desde el punto de vista escenográfico, la adaptación de Sanzol es una extensión de la famosa escena del callejón del gato, escena en la que, por cierto, Valle-Inclán definía y sentaba las bases del esperpento. Con la ayuda del iluminador Pedro Yagüe, Alejandro Andújar propone un juego de espejos que descienden desde el techo, se abren en el suelo y, sobre todo, permiten al espectador ver a los personajes desde varios ángulos, con mayor o menos distorsión a medida que la trama se desarrolla y avanza. Estos mismos espejos reflejarán el patio de butacas en varios momentos, haciendo al público partícipe de la representación y distorsionando también nuestra realidad. De hecho, la tumba de Max será un espejo, cuyo reflejo alcanzará el techo del teatro, ilustrando la conversación entre el marqués y Rubén, especialmente el relato del último, atrapando al espectador en la ficción, que simbolizará la trascendencia de la obra de Valle-Inclán. Tras la conversación entre el marqués y Rubén, presten atención a la escena de los enterradores. No tiene  desperdicio.

Luces de Bohemia es un estudio de la decadencia y pobreza material y espiritual de una nación y del hombre y la versión de Sanzol es un esperpento que lo alcanza todo, una historia de su tiempo y de nuestro tiempo con actores de lujo, un verdadero homenaje a Valle-Inclán. Muy recomendable.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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