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26.10.2018 Críticas  
El calor del amor en un bar

Hay canciones especiales que te transportan al momento en el que las escuchaste por primera vez: una máquina de discos ocupa un lugar destacado en el espacio escénico de Venus, ella trae la música que mezcla decisiones vitales pasadas y presentes. La Sala Verde de los Teatros del Canal de Madrid acoge un empático cruce vintage de historias de amor.

Escrita y dirigida por Víctor Conde, Venus es un inteligente entramado de emociones con toque cinematográfico que vuela entre la nouvelle vague y el posmodernismo más comercial de, por ejemplo, films como One day (Siempre el mismo día) de Lone Scherfig (2011). No cuesta imaginar un texto tan plástico y lleno de posibilidades en lenguaje cinematográfico. Pero, de momento, a la Venus teatral no le hacen falta grandes recursos, luces o artificios para transmitir emoción y hacerse entender. La sencilla escenografía, compuesta de unas pocas mesas, algunas sillas y la cristalera figurada de una cafetería, coloca al espectador en el interior de un local al que entra un hombre (Antonio Hortelano) que acaba de enterrar a su padre. En sus manos una caja cargada de fotos encierra las memorias que se van a desgranar en escena. El lugar le es conocido, forma parte de su ayer más allá incluso de sus propios recuerdos. Aún no sabe que, al mismo tiempo que ha vuelto a cruzar la metafórica puerta del bar, ha entrado en un universo en el que podrá reflexionar sobre la historia de amor de sus padres y sobre la suya propia con la mujer de la que siempre estuvo enamorado (Ariana Bruguera).

No hace falta más que el diálogo, un correcto movimiento escénico y el apoyo musical de conocidas canciones para entender una construcción dramática que viaja en el tiempo haciendo convivir personajes de diferentes épocas. Los dolores y las dudas de cada uno son un espejo universal en el que reflejarse. Víctor Conde hace fácil lo que podría resultar complicado, o vacío, y presenta personajes de otro tiempo que van explicando sus motivaciones con una maraña de flashbacks que interactúan entre sí. Así teje una reconciliación individual con el pasado personal y familiar en la que cualquiera puede sentirse identificado. Y lo más interesante es la cadencia, la forma de coser una escena con otra para ir formando un sugerente todo cada vez más onírico.

Entre el elenco destaca Paula Muñoz interpretando a uno de los fantasmas del pasado. También llama la atención la expresividad corporal de Ariana Bruguera en los momentos puntuales en que rompe con la edad de su personaje y dibuja su alter ego de quince años (cuyas carreras acentúan un aire nostálgico muy positivo). Completan el reparto unos acertados Carlos Gorbe y Carlos Serrano-Clark. Con los minutos la obra va descubriendo el paralelismo con la historia de la diosa romana que da título al libreto: el resultado encarna en personajes contemporáneos la historia de Venus de una forma interesante y fresca que también tiene interés a la luz de un análisis que deje al margen lo mitológico. La función camina por los límites de lo lacrimógeno sin caer en una propuesta empalagosa. El calor del amor del bar de Venus deja un halo melancólico que obliga a ahondar a posteriori sobre lo dicho en escena ¿Será verdad eso de que duele el miedo pero no el amor? Puede que ambos a veces se entrecrucen… como los personajes de Víctor Conde.

Crítica realizada por Raquel Loredo

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