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15.10.2018 Críticas  
30 años después… Shirley sigue invitando al desafío

El Teatre Goya nos ofrece la oportunidad de un feliz reencuentro con Shirley Valentine. El texto de Willy Russell nos enfrenta a varios lugares lamentablemente comunes de nuestro día a día. Mercè Aránega brilla en un montaje que esconde, tras su aparente amabilidad, una fuerte y marcada voluntad incendiaria.

Una puesta en escena que resquebraja a través de un muy buen pulso para la comedia algunos valores añejos de nuestra manera de relacionarnos en la vida conyugal a partir del punto de vista de esta ama de casa que hará un repaso de su vida hasta el momento en el que nos encontramos con ella y nos mostrará (una vez puestas las cartas sobre la mesa) su decisión de tomar las riendas y aplicar soluciones. La visión de Russell sigue destacando por la capacidad de mostrar la importancia de la iniciativa y capacidad de acción precisamente a través del discurso y del uso de la palabra. Un monólogo del que todavía sorprende su capacidad para plasmar y poner en entredicho lo social a partir de lo cotidiano. La elección de la protagonista trasciende también el retrato del mundo obrero añadiendo la visión de género y terminando por afrontar lo caricaturesco del entramado sociopolítico en el que nos movemos. En Liverpool, aquí o en cualquier otro lugar.

Carencias, privaciones, ausencia e insuficiencia. La versión de Joan Sellent y Ferran Toutain sabe captar todos estos matices del original. Miquel Gorriz, que ya ha demostrado su buen hacer en el trabajo con los intérpretes y en espectáculos unipersonales en otras ocasiones, ofrece intermitentes guiños a la actualidad sin perder nunca el foco de lo que se está explicando. Aprovecha las transiciones entre los distintos cuadros y los cambios de decorado (también la elección de las piezas musicales) para aportar referentes, contenido y significado. Su dirección ofrece las herramientas necesarias para que tanto intérprete como personaje puedan presentarse ante nosotros en todo su esplendor, mostrando las dobleces y anteponiendo el peso de lo que se está tratando a cualquier atisbo de condescendencia. Amabilidad expositiva y contundencia y elocuencia dramática que se centra en el fondo implícito del asunto que entraña el argumento y el personaje.

La escenografía de Jon Berrondo y la iluminación de Jaume Ventura comprenden a la perfección todas las capas del texto original, así como los requerimientos de la propuesta. Postales o imágenes que se resquebrajan y se superponen y que, progresivamente, amplían el espacio por el que se mueve nuestro personaje, tanto físico como intrínseco. Mención especial para el vestuario de César Oliva. La fuerza dramática y el uso de la pieza única que viste Shirley, especialmente en el primer tramo de la función, dibujan con ironía sagaz y contundente la imagen que se quiere mostrar y connotar. Algo que los espectadores captamos con tan solo una mirada para volver a centrarnos en el texto y el personaje. Muy buen trabajo de todos los implicados.

Aránega pisa el escenario con fuerza proyectando en todo momento la vulnerabilidad que desprende el mundo cada vez más claustrofóbico de la protagonista. El panorama social no parece haber cambiado tanto en tres décadas. Quizá la manera de enfocar los temas aunque no el fondo. Por ese mismo motivo, la presencia de Shirley en nuestra cartelera es un indicador de lo apremiante que resulta resolver de una vez por todas cualquiera de las materias que trata. Género, vida conyugal y colaboración equitativa en las rutinas domésticas, límites del relato consanguíneo y sus obligaciones, la postergación y el desaire del entorno familiar, la percepción de clase…

Su interpretación se ajusta tanto al tono mundano y cotidiano como a la profundización en la conducta e ideología de la protagonista y del entorno que la rodea. Un doble y cristalino espejo que refracta tanto la imagen como el reflejo así como su relación y su adherencia. Sus vínculos y también su ruptura. El desarrollo es muy interesante porque suele invertir el recorrido natural de las trifulcas internas. En ese caso de la resignación inicial a la progresiva y rotundamente necesaria refutación y oposición. La actriz triunfa en la corta distancia y en el uso de la primera persona y nos abraza en todo momento. Consigue algo que no se da muy a menudo que es llegar a todo tipo de público a un mismo tiempo. Es curioso percibir cómo mientras parte de la platea estalla en carcajadas la otra se sume en un silencio meditabundo, asumiendo el calado de todo el periplo interior de la mujer que tenemos delante. En todo momento empatizaremos con ella. Si escuchando su voz vemos y comprendemos al personaje, su mirada y expresión facial nos atrapará y servirá de canal comunicativo eminentemente revelador de las implicaciones de lo que está explicando. Grande.

Finalmente, el montaje de Gorriz consigue mantener las virtudes del material original reforzando la carga existencialista y la importancia de la experiencia y el punto de vista subjetivo de la protagonista. Su buen hacer en el trabajo conjunto con Aránega sitúan Shirley Valentine fuera de cualquier vitrina y la visten de un modo tan original como cercano y reconocible. Un espectáculo que merece la pena visitar y que haría (o hará) las delicias del mismísimo Russell. Un autor que debería subirse a nuestras tablas bastante más a menudo de lo que las suele saludar.

Crítica realizada por Fernando Solla

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