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10.10.2018 Críticas  
Un clásico americano en Madrid

De un tiempo a esta parte, SOM Produce se ha puesto las pilas con intención de ayudar a convertir Madrid en una de las visitas obligadas al fan del musical. Junto a otras productoras, están haciendo que la ciudad deslumbre con éxitos internaciones. En 2017 estrenaron Billy Elliot y anunciaron a bombo y platillo la producción de este 2018: West Side Story.

Desde principios de octubre, el Teatro Calderón de Madrid luce con orgullo un gran cartel rojo anunciando uno de los musicales más esperados de la temporada. La historia de amor de Maria y Tony; un amor prohibido por un choque de culturas en la ciudad de Nueva York.

Todos conocemos, quien más quien menos, la historia de los dos enamorados. Basada en Romeo y Julieta, los Capuleto de Julieta y los Montesco de Romeo cambian su duelo entre familias Italianas por un choque cultural entre la población Americana. Así encontramos a los Puerto Riqueños (estado ya perteneciente a Estados Unidos de America) representados por Maria y a los Neoyorkinos (la mayoría inmigrantes de otros países) representados por Tony. Dado que gran parte de la historia de Romeo y Julieta se basa la pelea entre las familias, la historia homónima, West Side Story, apuesta por trasladarla a las bandas callejeras creadas por los jóvenes de ambos bandos. En este caso los Sharks (capitaneados por Bernardo; hermano de Maria) y los Jets (capitaneado por Riff; amigo íntimo de Tony).

El hilo argumental planteado en West Side Story es sencillo. Ambas bandas se disputan el control de las calles del barrio y el conflicto se vuelve extremo cuando sus respectivos se conocen en un baile y se enamoran, locamente, a primera vista. La historia transcurrirá en un corto espacio de tiempo y hará que nos planteemos temas tan universales como el amor, la lealtad, la inocencia, la rabia o el respecto; entre otras cosas.

Tras acudir al Teatro Calderón esta pasada semana, puedo afirmar que el West Side Story de Madrid puede presumir de tener uno de los elencos más preparados en danza de la ciudad; algo que parece que la productora adora tras dos espectáculos en los que el baile está muy presente. Las maravillosas coreografías creadas originalmente por Jerome Robbins lucen de una forma fantástica sobre el escenario del teatro. Aún recuerdo cuando se decía que en España no hay actores y actrices que puedan hacer papeles completos en los que el baile y el canto se conjunten. Señores, aquí tenemos un ejemplo. Silvia Álvarez (Anita) es lo mejor que podrán ver sobre este escenario. Ella baila de forma endemoniada, actúa con una verdad extrema y canta sin inmutarse mientras se marca un America que hay que aplaudir a rabiar. Hay que alabar en conjunto su actuación. Para mí, la mejor Anita que he visto en años. ¡Brava! Mención especial también a Oriol Anglada (Bernardo) quien es un gusto verlo bailar de una forma tan precisa y entregada. Juntos hacen la pareja de baile perfecta en el musical.

Acompañándoles, tanto los Sharks (Jan Forrellat, Fran Moreno, Daniel Corbacho, José Antonio Torres, Miguel A. Belotto, Adrian García, Luciana de Nicola, Lucia Ambrosini, Teresa Abarca, Ana Acosta y Belinda Henriquez) como los Jets (Javier Santos, Miguel Ángel Collado, Ernesto Pigueiras, Axel Amores, Nil Carbonell, Ana Escrivá, Kristina Alonso, Julia Pérez, Beatriz Mur y Joana Quesada), ambos con estilos de baile muy bien diferenciados, hacen que alabemos el trabajo de danza realizado en el espectáculo adaptado por (su también director) Federico Barrios. Precisión, entrega y sentimiento transmitido a través de un cuerpo de baile que no decepciona. Se nota la preparación exhaustiva en esta parte del musical. Algo que agradecer por el tipo de espectáculo y que SOM Produce sabe muy bien cómo abordar. Es de agradecer que el director escogido para el musical provenga del mundo de la danza.

Por otro lado, en referencia al duo protagonista, debo indicar que no me acabó de convencer. La química necesaria entre los personajes se pierde en las escenas compartidas. Ambos son muy resolutivos en los cuadros que aparecen por separado pero el enamoramiento extremo que deben sentir, ese amor ilusionado que debemos respirar cuando se encuentran, no acaba de surgir. Lo mismo ocurre en otras partes del espectáculo. Momentos duros en el que el público debe sufrir como si cada uno de nosotros fuésemos Maria. El desespero, la impotencia, incluso la rabia, no acaba de romper la cuarta pared y llegar al teatro. Puede que sea debido al cansancio y al ritmo de trabajo de estos meses por lo que seguramente con unos cuantos ajustes y el asentamiento del personaje, quede solucionado.

En la parte técnica, he de alabar el diseño de la escenografía por parte de Ricardo Sánchez Cuerda. La típica barriada de Nueva York con sus escaleras de incendios hacen que la inmersión en el Nueva York de los años 50 sea más autentica y cercana. Lo mismo ocurre con el juego de módulos móviles que nos sitúan en varios espacios de la historia. La escena de la pelea bajo el puente está muy bien resuelta; incluso el efecto de los coches que pasan por él. Las rejas por las que escapan los chicos cuando llega la policía es otro de los aciertos, ya que hace que veamos la pelea desde un punto de vista muy interesante. Esta es una de las mejores ideas creadas para solucionar una escenografía que podría tornarse complicada pero que Sánchez Cuerda ha sabido cómo resolver.

Por su parte, el diseño de iluminación de Carlos Torrijos y Juan Gómez Cornejo (AAI) da ese punto de película antigua necesario al espectáculo. Tonos cálidos, añejos y con un efecto vintage que ayuda aún más a situarnos en la época en la que transcurre la historia.

Que West Side Story se va a convertir en uno de los musicales de referencia de Madrid, no hay duda alguna. Ahora falta saber si, tras ese año programado en la capital, la productora se atreverá a moverlo por la geografía española para hacer llegar su endiablado ritmo a todo el territorio.

Crítica realizada por Norman Marsà

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