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25.09.2018 Críticas  
Todo sobre Edipo Matador

Imparable la trayectoria del tándem Fernán Gómez CCV y Gabriel Olivares. Si casi cerraron la temporada con «Gross Indecency«, abren con este Proyecto Edipo, ahora ya si en la sala grande, la sala Guirau, con una falsa «double bill» sobre Edipo, revisando la tragedia de Sófocles y haciendo una analogía con una fábula distópica de alta factura.

En la España del 2030, las corridas de toros se han abolido, y en el mundo solo queda Mexico como lugar de referencia para los amantes de una buena masacre taurina. Jacinto (David DeGea), «Edipo Torero», como le apodan los aficionados, es recluido en una institución psiquiátrica para adictos, tras un incidente en un zoológico. Su madre, Jacinta (Carol Verano) utilizará todos los contactos de que dispone para sacar a su hijo del centro, aunque uno de ellos sea recurrir a su vecina y propietaria del primer Bingo sexuo-virtual (Guillermo Sanjuán). La psicóloga catalana Teresa (Alba Loureiro) tendrá que elaborar un informe del paciente para convencer al Doctor Márquez (Javier Martín) que el sujeto es reinsertable en la sociedad. El universo distópico se va solapando con la tragedia clásica y el Edipo Rey (Asier Iturriaga) que se enfrenta a la terrible profecía.

El nombre de Gabriel Olivares va unido al término «ambición» en mi cabeza, tanto en la acepción sobre el deseo ardiente de conseguir algo, como en la de desear con vehemencia, que, aplicado a una persona, hace mención a obrar de forma irreflexiva, dejándose llevar por los impulsos, que en el caso que nos compete, es el de hacernos reflexionar, y convertirnos en espectadores de algo concebido no para ser grande, sino para ser enorme; un referente a todos los niveles de la escena patria. Y es en esto donde se queda a medio camino, pero en el buen camino.

La labor escenográfica y de vestuario de Felype de Lima, una constante ya en proyectos del TeatroLab Madrid, es lo más remarcable y memorable, pudiendo dilucidar un muy buen resultado de este montaje en una futura edición del Festival de Teatro Clásico Internacional de Mérida, por su inteligente uso del espacio, y su afán de notoriedad y relevancia.

El mismo programa de manos menciona que «el concienzudo trabajo de actores y director con el texto ha parido dos criaturas» que podrían haber o condensado o sacrificado una de ellas, pues afrontar dos finales en un mismo montaje, sin recurrir a la elipsis que rellenaría la inteligencia del espectador, hacen que uno salga saturado de este «teatro surgido, renacido, del incendio del tiempo».

«Jacinto, hijo de Jacinta» es carne de frase de cultura pop teatral, comparable a las citas que uno comienza a atesorar de Paquita Salas, La Casa de las Flores, o del musical La Llamada. Es tal la pretensión de Proyecto Edipo, que yo como espectador comencé a buscar referentes que han alimentado este proyecto, y todas ellas, son muy locas: Almodóvar, Blade Runner, Alguien voló sobre el nido del cuco, lo que ocurriría si Tim Burton reinterpretase la copla, o, apuntado por mi acompañante, hasta quince referencias al «Incendios» de Wajdi Mouawad.

Una revisión del texto, un tijeretazo a la función, unos puntos menos en la escala interpretativa, y actuar cual Salomón en el juicio del niño partido en dos, son elementos que harían salvar esta relumbrona reinterpretación del mito de Edipo.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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