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25.09.2018 Críticas  
Lluís Homar desvela el lado oscuro del ser humano en Tierra baja

Lluís Homar presenta en el Teatro de La Abadía de Madrid su particular interpretación de Tierra baja del escritor catalán Àngel Guimerà. Este montaje unipersonal del clásico de la literatura catalana, que le valió a Lluís Homar el Premio Max al mejor actor protagonista en 2015, es un proyecto muy personal que el actor ha coproducido con Temporada Alta.

La versión de esta tragedia rural, con dramaturgia y dirección de Pau Miró, se centra en la trama amorosa y la injusticia en las relaciones de poder a través de cuatro personajes, Nuri, Sebastiá, Marta y Manelic, poniendo especial énfasis en los dos últimos. Sebastiá, el dueño, amo y señor de tierras y siervos, dispone de Marta a su antojo, hasta que, por cuestiones económicas, la casa con Manelic para así disipar dudas sobre su relación.

Solo en escena, Homar encarna sin despeinarse a los cuatro personajes, demostrando su experiencia y maestría como intérprete. Sin necesidad de realizar movimientos o cambios de voz exagerados o bruscos, siempre preciso y comedido en sus amaneramientos a la hora de interpretar a los personajes femeninos, da vida y aliento a cada uno de los personajes con sus matices y complejidades, permitiendo que la acción fluya. Con solo una expresión, una mueca, una caída de ojos, una palabra, una frase o un pequeño gesto el actor evoca sentimientos y emociones, un carácter, una actitud, una verdad, una forma de sentir, de vivir y de ser, un espíritu.

Escenas de gran belleza se suceden en un escenario rectangular casi vacío, dividido en dos por una cortina semitransparente, que separa el interior y el exterior de la casa de casados de Marta y Manelic. Entre los pocos útiles de decorado destacan las perchas a ambos extremos del escenario, de las que el actor se sirve para moverse de un lado a otro, unas botas, una pequeña escultura y un platillo, una escoba, dos sillas y una mesa y, por último, dos prendas, el vestido de novia y la zamarra de lana, que el público identificará con Marta y Manelic respectivamente durante la intervención de los otros dos personajes. Por otro lado, la cuidada iluminación de Xavier Albertí y David Bofarull, la música de Sílvia Pérez Cruz y la combinación de sonidos dulces y siniestros definen en parte a cada uno de los personajes, anunciando el cambio de cuadros o escenas.

Nuri es la primera en salir y exponernos la situación y sus sospechas sobre la inminente boda y la relación entre el amo Sebastiá y Marta. Desde este primer momento, Homar ya tiene al público en el bolsillo, mostrándonos a una Nuri despierta, graciosa y vivaracha, que aporta un toque de humor al espectáculo. Como Nuri, Manelic y Marta también se dirigen directamente al público, son personajes conscientes de estar contando una historia, su historia, sus circunstancias y sus orígenes, a veces inciertos. Nos urgen a entender sus razones, sus motivos, sus reacciones; a través de sus monólogos, respiramos sus miedos, sus preocupaciones, su desesperación, el odio, el desengaño, el deseo y el amor.

En uno de los monólogos más emotivos del montaje, Marta se llama a sí misma “bestiecilla asquerosa”, surgida de la tierra mojada por la lluvia; Manelic, por su parte, nos describe sus sueños de pastor, sus hazañas, sus luchas con los lobos. Ambos personajes son “hombres-fiera”, que se sienten despojados de todo, estafados por Sebastiá, y se rebelan ante el abuso de poder del déspota, lo que anticipa el trágico final. Su ingenuidad, pureza, inocencia y ternura se van corrompiendo a medida que descubren los engaños. Esta evolución queda plasmada en un escenario caótico, invadido por las hojas secas y los árboles, en que los pocos útiles quedan desperdigados, tirados por el suelo, y un espejo del revés, que ya no puede reflejar a los personajes que creíamos y solíamos conocer ni el horror del desenlace.

Tierra baja es un texto repleto de poesía, que anima al espectador a reflexionar sobre un tiempo no tan lejano, sobre la situación de la mujer, sobre las posesiones, la eternidad y el amor. En este sentido, cabe mencionar la bella escena en que un Manelic vulnerable y pasional le declara sus sentimientos y amor incondicional a Marta. El actor está espléndido. Su interpretación es dinámica, diáfana, honesta; los personajes, muy etéreos y muy reales. A ello, se suma el buen gusto y el equilibrio que proporciona la escenografía de Lluc Castells. Una pregunta persiste: ¿Quiénes son los lobos y quiénes las ovejas? Sin duda, se trata de uno de los platos fuertes de la nueva temporada, que podrá disfrutarse hasta el 7 de octubre.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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