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12.09.2018 Críticas  
Ignorancia frente a filosofía

La emblemática Sala Cuarta Pared reprograma uno de los espectáculos con mejor acogida de sus últimas temporadas. Nada que perder es un trepidante thriller que rebusca en la basura de la sociedad y en la corrupción sucia que nos rodea. Propone un juego de investigación con carga de profundidad y que se apoya en una excelente interpretación de sus tres actores.

A pesar de tener las narices llenas del tufo de corruptelas políticas y sus consecuencias. A pesar de que los desahucios y los latigazos de la crisis económica se han instalado en nuestro mapa genético, a pesar de habernos acostumbrado a desayunar frente impunidades e injusticias, a pesar de todo ello no hay que mirar a otro lado. Nada que perder pone al espectador en el centro de una trama de corrupción y concesiones ilegales. Como telón de fondo (literal en la escenografía) una huelga de basuras, que en su putrefacción se lleva por delante alguna vida y levanta la corruptela de concejales y ayuntamientos.

Un contenedor que parece incendiado de manera fortuita, un zoo abandonado, un profesor de filosofía que fracasa con su hijo, un concejal subyugado a una increíble madre coraje, un hombre que acepta un trabajo basura (sucio) y todo un reguero de personajes en varias escenas en apariencia inconexas que acaban formando una trama que se sigue con sumo interés.

Quique y Yeray Bazo junto a Juanma Romero y Javier G. Yagüe son los autores de estas ocho escenas y epílogo que componen el rompecabezas que propone Nada que perder. Un ejercicio de equilibrismo bien hilvanado y que convence por la agilidad de la propuesta y un lenguaje vibrante. Con puntos álgidos en algunas escenas y otros más reflexivos consiguen que una aparente investigación destape las sucias tramas de poder ocultas en la putrefacta sociedad cubierta de basura.

Tres intérpretes excepcionales. Marina Herranz, Javier Pérez-Acebrón y Pedro Ángel Roca multiplican sus personajes en cada escena. Magnética Marina que se lleva de calle el duro montaje, versatilidad y emoción en una actriz que deja boquiabierto. Javier y Pedro intensos, contenidos, explosivos. Todo un recital de emociones.

No sorprende la reposición de este montaje y le auguro su exitosa continuidad. Es difícil encontrar propuestas tan sencillas y tan complejas y completas a la vez. La ovación del soberano público es constatación de un trabajo bien hecho. Aleccionador para quien quiera sacar conclusiones e interesante para quien quiera entrar en el juego de las conexiones de esas ocho escenas trepidantes.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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