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07.09.2018 Críticas  
FIRATÀRREGA (I): Rompiendo lanzas en favor de la libertad creativa

Por fin ha llegado el día y damos por inaugurada FiraTàrrega 2018. Primera y fructífera jornada tras la que ya podemos hablar de dos espectáculos: Painball y La tortue de Gauguin. Dos maneras de entender la finalidad artística distintas pero que coinciden en el cuestionamiento tanto de lo que reflejan como en el mismo modo de hacerlo.

Sabiendo que Les Impuxibles estrenaban su espectáculo Painball y que durante el proceso de creación han contado con el acompañamiento de Virginia García de La Intrusa no se nos ha ocurrido mejor opción para iniciar nuestro viaje por los espacios de Tàrrega y, por supuesto, nuestro recorrido intrínseco durante esta edición. Un trayecto de poco más de media hora en el que la libertad creativa se ha alineado con la búsqueda de contenido sobre el término, siempre a partir de la convivencia y compenetración de las distintas disciplinas artísticas desarrolladas. No es imprescindible, ya que nos encontramos ante una creación con entidad propia, pero para el que haya seguido el recorrido artístico de la compañía, encontrarse con un resultado como este resulta muy gratificante. Por varios motivos, pero especialmente porque manteniendo varias de las señas de identidad de la casa vemos como esta vez danza, teatro y música se funden casi a la perfección. Si bien es cierto que podemos visualizar esta pieza en una sala, su representación en el espacio público amplifica las resonancias deontológicas y estéticas hasta conseguir que el público interiorice a tiempo real lo que ve, lo que escucha y lo que siente y cómo se posiciona al respecto.

Los textos de Bel Olid marcan claramente las líneas de reflexión de las intérpretes sin que se reitere en exceso el discurso. Se trata más bien de una reafirmación. Salir al exterior y conseguir recrear y construir imágenes de semejante impacto es un claro ejemplo del éxito de la propuesta. El paralelismo o símil entre el golpe de una pelota con el impacto sonoro que provoca un golpe de micrófono es todo un hallazgo. Más cuando se trata de dar voz y escuchar a las silenciadas, mujeres y no. Más allá de la especialización de cada intérprete, el gran hallazgo es la interacción de las tres y su desempeño conjunto. La composición musical de Clara Peya y su excelente dominio del espectro sonoro (interpretación de rap incluida) resulta muy reveladora, tanto como la gran labor de Carles Bernal en el diseño sonoro. Lo mismo sucede con la coreografía de García, Ariadna Peya y Helena Gispert. La presencia de las dos últimas y también su ejecución hacen avanzar la dramaturgia del espectáculo de un modo siempre favorable. Gran acierto el de hacer convivir en un mismo espectáculo la lengua de signos con la danza. A destacar también la relevancia del diseño de luces de Jordi Berch y los elementos escenográficos de Marc Udina.

Y tras semejante inicio, la Compagnie Lucamoros nos ha embelesado con el espectáculo inaugural. La tortue de Gauguin. Resulta verdaderamente insólito asistir a una pieza escénica que domine semejante despliegue logístico y que sitúe las artes visuales y pictóricas en el centro del debate facultativo. También que se defienda el oficio desde un punto de vista artesanal y contemporáneo que rechaza cualquier adocenamiento o masificación industrial que banalice tanto las intenciones del artista como el contenido y temática de las obras en cuestión. Posiblemente, seamos testigos de la creación de algunas de las imágenes más potentes que se puedan construir en directo ante la atónita mirada de los espectadores. Y todo a partir de una anécdota. La visita a las Islas Marquesas de Gauguin sirvió para que pintara sobre el caparazón de una tortuga. Cómo esto le ha servido a Luc Amoros para inventarse un retablo contemporáneo en forma de políptico de metal de nueve metros de altura es un milagro de la imaginación que merece ser descubierto en primera persona.

Puede que algunos textos resulten algo redundantes sobre lo que se está mostrando en imágenes y algo parecido sucede con la intensidad de la música (por otro lado, hermosa composición de Alexis Thépot exquisitamente interpretada por Ignacio Plaza Ponce) en combinación con unas imágenes pictóricas realmente impactantes. Nada que empañe el resultado final. A destacar la expresividad de la narración de Brigitte Gonzalez y, por supuesto, la interpretación a través de la pintura (aunque no solamente) del propio Amoros, Sylvie Eder, Léa Noygues, Itzel Palomo, Emmanuel Perez y Thomas Rebischung. La coordinación entre todos ellos está depurada al milímetro y el resultado final se beneficia de esta ejemplar compenetración colectiva que triunfa en su voluntad de reflexionar sobre la condición efímera del arte sin renunciar por ello a ese ejercicio de exquisita nigromancia en que puede convertirse el acto de la creación artística. De nuevo, aplaudimos la creación de una dramaturgia visual que fusiona tan bien las técnicas más complejas y actuales con esa búsqueda persistente (a veces infructuosa y dolorosa) de la pureza y motivación primigenia del arte por el arte (multidisciplinar).

Painball y La tortue de Gauguin son dos claros ejemplos de adecuación a la meta de esta edición, que busca vehementemente el redescubrimiento del espacio público a día de hoy. Aquí y ahora. Vista la afluencia de público, la capacidad de convocatoria está fuera de toda duda.

Crítica realizada por Fernando Solla

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