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27.07.2018 Críticas  
Inestimable sátira contra el status quo

La Villarroel acoge el debut en la dirección escénica de Pere Arquillué dentro del Grec Festival de Barcelona 2018. La elección de Václav Havel, y de las piezas Audiència / Vernissatge, nos brinda una gran oportunidad para aproximarnos a un ideario (y a una manera de plasmarlo a través del arte dramático) tan relevante como sarcástico.

Es curioso cómo visiones y concepciones distintas en la puesta en escena pueden distar entre sí y, sin embargo, servir al contenido original con igual compromiso. Si bien la temporada pasada disfrutamos de “Vernissatge” en El Maldà y de una visión más contemporánea, Arquillué ha optado por una versión que nos acerca en lo formal a la época en la que fueron escritas ambas piezas. En ambos casos, la traducción de Monika Zgustová ha conseguido captar el tono y el ritmo del original, propiciando que el extrañamiento venga de las situaciones recreadas siempre a partir de un lenguaje muy próximo a nuestra manera de entender el mundo que nos rodea en cualquiera de sus ámbitos, privado y público.

La dramaturgia de Anna Maria Ricart aprovecha muy bien la posibilidad que ofrece el hecho de que ambas piezas compartan personaje. Vanek vendría a ser el alter ego de Havel. Un dramaturgo e intelectual coherente con sus propias ideas que no encuentra su lugar en el ámbito profesional ni el el social. O viceversa. Teniendo en cuenta que el autor fue prohibido y perseguido y que persistió en su ideario (que incluso le llevó a ser presidente de la República de Checoslovaquia y, posteriormente, de la República Checa), esta dramatización cercana al teatro de lo absurdo no deja de ser muy significativa. Más viniendo de alguien que fue encarcelado por su defensa de los derechos humanos y que alabó abiertamente la labor de Harold Pinter como estandarte de la lucha contra el régimen comunista.

Tanto la escenografía de Max Glaenzel como el diseño de iluminación de Jaume Ventura y el espacio sonoro de Raimon Segura se adscriben de algún modo a las características del absurdo. Acercándonos a la época de creación de las piezas, la solución propuesta para el decorado (así como sus cambios) es ideal. El espacio perfecto para que los intérpretes puedan desarrollar a sus personajes. El cambio y transformación del mobiliario sucede ante nosotros (con la complicidad de los tres actores) y marca muy bien este cambio de ámbito del protagonista a la vez que unifica las dos piezas en una única dramaturgia. De este modo, Arquillué consigue un ritmo óptimo, frenético cuando debe pero sin permitir que se escape ni una pausa ni una palabra o silencio. Esto lo ha trasladado a unos intérpretes entregados y muy inspirados. Desde lo aparentemente incoherente, disparatado e ilógico consiguen transmitir toda la carga existencialista que cuestiona tanto al ser humano como a la sociedad con la que interactúa.

Joan Carreras es el gozne que sabe cómo mantener un tono equidistante en ambas piezas, mostrándose firme en la creación de su personaje. Un trabajo que nos cautiva desde el primer momento y que capta y fija nuestra atención de principio a fin. Su expresividad facial es uno de los hallazgos de la función. Josep Julien debe desdoblarse en dos personajes distintos y en ambos encuentra el registro perfecto manteniéndose fiel a la premisas de los textos, así como de la puesta en escena. Y Rosa Gàmiz es un torbellino que consigue con su trabajo físico y de su persuasiva y magnética elocución mostrarnos tanto la parte cómica como la sórdida, algo imprescindible para el éxito de la propuesta. La compenetración entre los tres es admirable.

¿Qué pasaría si el Blake Edwards y el Peter Sellers de El guateque (1968) aparecieran por Celebración (1999) de Pinter? Esta pregunta encuentra su respuesta en forma de nombres propios: Carreras, Gàmiz y Julien. Entre el realismo y la farsa, la interpretación de los tres es tan singular como impactante. Un trabajo excelente que demuestra que, a veces, no hace falta tomarlo todo tan en serio. ¿O sí?

Finalmente, Audiència / Vernissatge supone una ocasión privilegiada para disfrutar del trabajo de un autor al que no nos solemos aproximar tan a menudo como nuestro presente inmediato requiere. Por su consciencia política y también desde una perspectiva de clase y de género muy bien posicionada y vehiculada a través de lo absurdo, Havel no sólo mantiene su vigencia sino que se convierte en referente indispensable. Un montaje excelente en el que todos los implicados destacan por la adecuación en su buen hacer nos sitúa ante el que, posiblemente, sea uno de los espectáculos más comprometidos de la temporada.

Crítica realizada por Fernando Solla

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