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25.07.2018 Críticas  
Violencia disfrazada y redirigida

¿Qué es violencia de género? La respuesta puede parecer evidente, pero Només una vegada (Solo una vez), obra escrita y dirigida por Marta Buchaca que se estrena en el Grec Festival 2018, postula que hay casos nada evidentes que esconden profundas agresiones.

Más que de machismo, que suele ser aparente y reconocible, Només una vegada trata de relaciones de poder y de lo que podemos aceptar como normal en una relación que realmente es tóxica. La obra se estructura alrededor de tres actos, en la que un escritor y su pareja acuden a terapia de violencia de género después de que él reciba una denuncia por haberla agredido. En el primero, el hombre (Bernat Quintana) explica que todo es un error, y la terapeuta (Maria Pau Pigem) intenta con calma y profesionalidad entender qué ha ocurrido y cómo es el individuo que tiene delante. En el segundo acude ella (Anna Alarcón) a la terapia, aunque no está obligada: vemos que es una mujer fuerte y tirando a agresiva, y niega que haya habido intención en la agresión, que todo es un malentendido. Pero es en el tercer acto, cuando ambos acuden juntos, cuando se destapan las verdades soterradas del caso.

La historia, por tanto, acude a los engranajes de la novela policial: buscamos pistas, culpables, mentirosos, confesiones… Y como ocurre a menudo en esta, el investigador (aquí la terapeuta) tiene su propia historia simultanea, una subtrama personal que hace las veces de marco y que acaba confluyendo con la principal: de hecho, cuando el espectador ya queda satisfecho con las respuestas que ha encontrado, tiene claro quiénes son los buenos y los malos (las apariencias iniciales no se mantienen hasta el final), Només una vegada le lanza una pregunta más en el último segundo: hemos quedado de acuerdo en que cada persona es responsable de sus actos, por mucho que se le provoque. Pero, ¿es lícito incitar a la violencia en defensa propia? ¿Es aceptable esa redirección del violento?

Está bien que la obra no nos dé solo respuestas, sino que despierte también preguntas. Ayuda a despejar la sensación que podría flotar en el ambiente de que asistimos a una lección, a un “caso moral”. Y hay pedagogía, desde luego, para quien tenga ideas preconcebidas de dónde se da “únicamente” la violencia de género. En el caso concreto de este final, sirve también para meter un poco más la historia dentro de los cánones de la serie negra, donde incluso los héroes son ambiguos.

Los tres actores trabajan muy bien sus personajes, pese a que la estructura obligue a que las sutilezas de los dos primeros actos desaparezcan en el tercero, pero cabe destacar en especial a Maria Pau Pigem, por matizada y bien construida, que podría liderar tranquilamente una serie completa alrededor de su personaje.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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