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20.07.2018 Críticas  
El bazar de los sueños rotos

El Teatre Romea acoge dentro del Grec Festival de Barcelona una pieza que llega precedida por el gran éxito de crítica de su estreno en Chicago y Nueva York. Un retrato de una familia a partir de sus inseguridades y miedos de Stephen Karam que en manos de Mario Gas se transforma en una mirada curtida ante unos temas recurrentes y colectivos.

Un encargo de la Roundabout Theatre Company que bien podríamos definir como un relato sobre la pérdida. De la salud, del amor y de los vínculos familiares pero también del trabajo en un contexto de economía cambiante y de la posibilidad de superar las frustraciones de las generaciones que nos precedieron. En un momento inmediatamente posterior al 11 de septiembre esto toma un matiz especial que aunque asimilado a día de hoy nos depara algunos giros a tener en cuenta. Si por algo sorprende Humans (y esto parece ser marca de la casa Karam) es por el sentido surrealista y encubierto con el que dibuja parte de la acción. Algo que parecerá reiterativo en las conversaciones familiares pero que, de algún modo, nos conduce al desenlace propuesto por el autor de un modo consustancial.

La fragilidad de la vida humana es un tema muy presente que se sitúa en un plano cada vez más protagónico a medida que avanza la función y el retrato se torna más oscuro. Sin embargo, una virtud del texto de Karam es que parece menos interesado en explicar las catástrofes que afligen a los protagonistas que en plasmar cómo éstos se las arreglan para sobrellevarlas. La torpeza afectiva de unos personajes a los que descubrimos de un modo más compasivo que cruel. El fracaso no exento de valentía y ternura de un grupo de personas que sólo intentan seguir con sus vidas.

La versión y adaptación de Ernest Riera opta por un lenguaje antes estándar que coloquial. A veces el nivel conversación adquiere un tono algo retórico aunque esto también ayuda a dibujar a estos personajes de clase media-baja y a plasmar sus ínfulas por intentar salir de ahí y reflejarse en otro tipo de grupo o clase. No olvidemos el “the” del título original. No se trata de mostrar a unas personas cercanas desde el primer momento sino de distanciarnos para observar sus pautas de comportamiento. De nuevo, las referencias al género del terror zombie ofrecen un contrapunto verdaderamente inesperado.

Y este es el tono que ha querido imprimir Mario Gas tanto al conjunto de la función como al trabajo con los intérpretes. Extraño. ¿Cómo nos relacionamos los distintos miembros de la familia? ¿Qué nos decimos y que nos ocultamos? Aportando a cada uno su momento para escuchar y para saber lo que los demás opinan de cada personaje, podría parecer que cada actor pasea a sus anchas por el escenario diciendo sus réplicas a su libre albedrío. Esto tiene un porqué. Jordi Bosch, Lluïsa Castell, Miranda Gas, Jordi Andújar, Maife Gil y Candela Serrat (que parece sentirse muy cómoda con su personaje) saben cómo transmitirnos el fondo de cada personaje entre la aparente desorientación conjunta. Y es que lo que se muestra es que la incomunicación no se evita en la corta distancia, algo que quizá (y esta pieza deja constancia de ello) la refuerza y engrandece. El director consigue reflejar esta disección de actitudes que propone el autor y consigue unas interpretaciones muy alineadas en su conjunto y que especialmente en el caso de Bosch adoptan este juego genérico.

La escenografía de Jon Berrondo mantiene la estructura a dos niveles del original aunque recoge de un modo más expresivo esta vertiente poco complaciente del texto, aprovechando a la vez las dimensiones del espacio. Hay un juego interesante con el diseño de iluminación de Txema Orriols que también sigue la línea hacia a la oscuridad que propone Karam y modifica progresivamente la intensidad lumínica a medida que avanza la función. Ambos plasman y mantienen este juego con el desconcierto que parece mantener el autor, algo que llevan hasta sus últimas consecuencias. Lo mismo sucede con el espacio sonoro de Orestes Gas. Del extrañamiento inicial a la adecuación narrativa y formal.

Finalmente, Humans puede llegar a despistarnos porque juega con nuestras expectativas de un modo extraño. Lo que parecía una reunión familiar y prometía ser o una comedia salvaje o un drama catártico alcanza la purga acercándose al terror más desconcertante. Mario Gas consigue imprimir un tono uniforme que dota de unidad a la función para que, en ningún caso, esta característica del autor sea disuasiva y se convierta en algo más empático que distante. Una curiosa apuesta por un título y un dramaturgo a los que difícilmente podríamos conocer (fuera de su circuito natural) si no fuera por iniciativas como la que nos ocupa.

Crítica realizada por Fernando Solla

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