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09.07.2018 Críticas  
Apasionante juego de espejos

Tras su paso por El Umbral de Primavera todavía resuena el eco y la reverberación de la emoción compartida que ha conseguido Solo creo en el fuego. A partir de fragmentos de textos de Anaïs Nin y Henry Miller encontramos un espectáculo que consigue plasmar la constante incertidumbre a la que nos condena la vocación artística como propósito vital.

La compañía Los Prometidos ha conseguido una retroalimentación muy importante entre personajes, creadores e intérpretes y la vinculación entre estas tres caras de un único individuo que se muestra ante un colectivo no siempre predispuesto o favorable (véase público, lectores, crítica, sociedad…). De este modo, Ángela Palacios y Carlos Martín-Peñasco se (y nos) sitúan en un muy bien llevado plano metateatral. Quizá no se trate tanto de mostrar o evidenciar las técnicas y el funcionamiento del arte dramático y la literatura (o por extensión, cualquier manifestación artística) sino que el tema dominante (aunque no siempre en el primer plano de la representación) será la propia contemplación y auto-análisis de unos seres y de su motivación y necesidad de trascender las fronteras de sus propios cuerpos y su intelecto. Yo conmigo, yo contigo y viceversa. Aplicar esta fórmula a personajes como Nin y Miller, a su tiempo y también a su obra, ofrece un resultado entusiástico.

Por su capacidad de análisis a través de la selección y una seductora y sugestiva puesta en escena, la dramaturgia de ambos creadores se transforma en algo magnífico. A partir de un apasionado intercambio epistolar llegamos a un pacto. El que se estableció entre ambos literatos. También comprendemos su apoyo mutuo (crítica con vocación constructiva no siempre conseguida y siempre dolorosa incluida). Tanto hacia la persona como hacia su obra. Destaca la capacidad de mostrar la naturaleza de esta relación no como algo furtivo o episódico sino como un recorrido decisivo. Admiración y respeto que también nos enseña a los intérpretes en primera persona. Como lectores-autores-actores. Las rupturas (de la historia de Nin y Miller) asimilan este auto-cuestionamiento de un modo muy especial. Ambos saben cuando apretar y cuando dejar que algo de aire se cuele en la sala. A partir de los referentes citados se amplía un universo que ya era rico en su planteamiento, así como la estructura espacio temporal de la propuesta. Muy acertada y dosificada la inclusión o nombramiento de otros personajes como Artaud o incluso los cónyuges de ambos, así como su aportación al devenir común (la inclusión en el vouyerismo, por ejemplo). Impecable y muy alineada con la visión que se quiere y se consigue plasmar.

De algún modo, Palacios y Martín-Peñasco incorporan en su interpretación las características generales de la obra de sus personajes. En el caso de ella, y con la ayuda de un vestuario que insinúa y muestra al mismo tiempo la desnudez física e interior, adopta una actitud entre introspectiva y explosiva verdaderamente hipnótica y que recibimos como sincera, tanto a través de lo que vemos como de lo que escuchamos. Él se sumerge en un tono más crudo, siempre cuestionando y denunciando (así lo hizo Miller contra la hipocresía social y moral) pero consiguiendo mostrar todos los recoveocos, inquietudes y desasosiego Una mirada en la que podríamos perdernos y una voz que nos zarandea con una energía envidiable. El trabajo corporal y la interacción y movimiento con los objetos y los distintos elementos escénicos es muy evocador y aporta una carga narrativa y estética muy bien hilvanada y completamente arrebatadora.

La iluminación y sonido de Paloma Remolina siempre llega con la intensidad necesaria. Cubrir el espacio con las cartas de los protagonistas y el movimiento escénico usando esa cama partida que aporta tanto resulta un gran hallazgo. Tanto como las proyecciones de las cartas sobre una pantalla de papel y sobre los propios cuerpos y los detalles lumínicos de un rojo apasionadísimo. Realmente un gran trabajo de todos los implicados que todavía tiene tiempo para una variante del lenguaje más, en este caso idiomática, ya que se incluirán fragmentos en francés e inglés completamente naturalizados dentro de la dramaturgia. El viaje de la función transcurre también entre Estados Unidos y Europa, concretamente París (ese París idealizado que todos creemos conocer y que quizá sólo exista gracias a escritoras como Anaïs Nin). La búsqueda y la gestión de tan complejas expectativas nos llevará también a temas como la censura y autocensura, la podredumbre en las raíces familiares como nutriente para los estilos literarios, la urgencia por publicar y maquillar la realidad o la necesidad de escribir para uno mismo (muy interesante la inclusión del matiz biográfico y semi-biográfico y completamente devastadora la exposición de la certeza de Nin de que el amor se mantiene puro hasta que se consuma físicamente). Volviendo a París, la recreación del encuentro de ambos y el instante en el que aparece se convierte en un momento cumbre francamente emocionante.

Finalmente, Solo creo en el fuego se convierte en una pieza que logra acercar a dos (y cuatro) personajes así como su irremisible proclividad vital y artística y mostrar esta misma faceta de los intérpretes en escena. De un modo no totémico pero a la vez capaz de conectar, entroncar y confrontar estas inquietudes hasta asimilarlas a las del espectador activo en su no menos incesante búsqueda, el resultado es tan genuino como conmovedor. Íntimo, pasional y profundamente afectivo relato dramático sobre el hambre de vida.

Crítica realizada por Fernando Solla

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