novedades
 SEARCH   
 
 

15.06.2018 Críticas  
De cuerpo presente

Había ganas de la vuelta a la andadas a la capital de ese pilar esencial para el off madrileño que fue José Martret, ahora desarrollando su actividad en gran formato, como con este Placeres íntimos, donde cuenta con los talentos y rostros de cuatro potencias escénicas exponiendo la visión del sueco Lars Norén de la familia y las relaciones de pareja.

John (Francisco Boira) y Charlotte (Cristina Alcázar) llegan exhaustos de un largo día cremando a la madre del primero. Un whisky, unos bailes, unas bragas que salen despedidas, y la confesión de que su hermano Alan (Javi Coll) y su mujer Monica (Toni Acosta) van a pasar la noche bajo su mismo techo para ahorrarles una larga vuelta al hogar. Esta premisa prepara a la audiencia para informarles que, como en la jerga drag, «tea is served», y van a asistir a un baile en el que las máscaras van a ir cayendo, mostrando las verdaderas caras de todos y cada uno de los personajes.

El autor, Lars Norén, es una institución de la cultura sueca, y hasta hay expresiones que definen una situación como «norenlesca» en cuanto a conflictiva, problemática u oscura. La disfuncional familia sueca de Placeres íntimos se mueve en esta comedia negra, con tintes dramáticos, entre la insatisfacción, la dependencia, la codependencia, la pasivo-agresividad, y como centro de todo, las relaciones tóxicas, ya sean en el ámbito de pareja, como del yugo al que nos somete la familia sanguínea.

Es evidente la maestría con la que se ha desenvuelto la carrera de Martret en el drama, en entornos tan reducidos como esas dos maravillas que nos regaló como fueron La Casa de la Portera, y la posterior La Pensión de las Pulgas, ambos espacios que se convirtieron en el hogar de muchos de los que acudíamos a ellos en peregrinación, como hoy lo hacemos al Teatro Pavón Kamikaze. José Martret consiguió acuñar un sello y una forma de trabajo de la que es deudora en la actualidad muchos de los montajes y espacios escénicos que nos brindan su arte. Martret nos dejó huérfanos, pero hemos ido siguiendo su carrera en la distancia, viendo cómo ha ido acercando arriesgados montajes por toda la geografïa española.

Francisco Boira y Cristina Alcázar encarnan a la pareja Alfa de Placeres íntimos y es tal la energía que desprenden, y la química corrupta que transmiten, que es de entender que esta no sea la primera vez que se ven las caras sobre las tablas. Si en el «MBig» de Martret, Boira sacaba uñas y dientes para encarnar a uno de los mejores Macbeth nunca representados, aqui su John es un león encadenado a una domadora que le mantiene a raya.

Javi Coll y Toni Acosta encarnan a la “extraña pareja”, y es Acosta a que toma las riendas, literales y figuradas, del matrimonio, y es su personaje el que más cala en el espectador, y con el que uno puede llegar a empatizar de alguna forma. Al autor se le ha acusado de ser cruel con la audiencia y sus personajes, pero esta Monica está escrita con mimo, con un trasfondo reconocible, y casi una representación de la audiencia sobre el escenario. El estupor con el que contempla cómo se tratan sus cuñados, mientras su pareja se desmorona, es la misma expresión con la que observamos el tsunami de malos modos, insultos, y ataques de los cuatro personajes.

Placeres íntimos es una propuesta que grita haber sido representada en La Pensión de las Pulgas: el espacio sonoro de Luis Ivars, el diseño de iluminación de Pedro Vera y el espacio escénico de Isis de Coura, me hacen anhelar ese salón que hubiese sido el marco perfecto para representar este vodevil deluxe de diseño sueco. El eco de la sala Guirau del Fernán Gómez, hace flaco favor a que la proyección de los actores llegue más allá de la fila 7, y sonados fueron los gritos de las señoras que desde la fila 10 espetaban a Cristina Alcázar que no se la oía.

Me hubiese gustado disfrutar este montaje desde la (in)comodidad de las sillas dispuestas alrededor de los actores, haciendo amagos de retirarme ante los arrebatos violentos del personaje de Boira, pudiendo ver mi cara reflejada en los grandes ojos de Acosta, disfrutar de los infructuosos acercamientos sexuales de Alcázar a su marido, o vivir de cerca el patetismo del Alan de Javi Coll en busca de un abrazo amable de alguien. Placeres íntimos exaspera en su tramo final, cuando parece que estamos en un bucle de abrir y cerrar el “cajón de la mierda” de estas dos parejas, los diálogos se vuelven repetitivos, los gritos suben en intensidad, y el espectador es vapuleado como las bragas que yacen sobre el escenario desde los primeros minutos: testigo mudo, arrugado, y arrancado de la intimidad a un entorno público y convencional.

Crítica realizada por Ismael Lomana

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES