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03.06.2018 Críticas  
Impresionante adaptación teatral

El Teatre Akadèmia finaliza el ciclo Air de Printemps por todo lo alto. Réparer les vivants no es sólo un espectáculo excepcional sino que su dramaturgia supone una clase magistral de adaptación del género novelesco al dramático. Una puesta en escena sucinta y muy acertada y una interpretación tan entregada como arrebatadora nos encandilan desde el primer momento.

Esto no es un monólogo. El trabajo de Emmanuel Noblet es sublime. El dramaturgo nunca da por hecho que la calidad del material de partida es suficiente por sí sola para justificar la puesta en escena y realiza una adaptación maravillosa. Dando voz a todos los personajes pero eligiendo muy bien a los que aparecerán en escena y la os que escucharemos a través de voz en off. Siendo totalmente fiel a la novela de Maylis de Kerengal mantiene la estructura consistente en que una vida conduce a otra utilizando el cambio de personajes para delimitar las transiciones entre un momento y el siguiente. La opción de que un único intérprete encarne a todas las figuras que aparecen en escena entronca muy bien con esta cadena humana que se quiere mostrar. Desde el accidente de un joven de diecinueve años hasta que su corazón va a parar al cuerpo de una mujer de más de cincuenta, transplante de corazón mediante.

Noblet acierta de pleno también en su dirección escénica. La ausencia de una escenografía al uso se revela como la mejor opción posible. A partir de una soberbia iluminación de Arno Veyrat y de su no menos sobresaliente diseño de vídeo se evocarán los distintos espacios por los que transita el cuerpo de este adolescente, incluso su interior. También el resto de personajes. El formato pantalla elude en nuestro imaginario a un monitor médico que, en este caso, mide también el ritmo de la función con la misma precisión técnica, prácticamente quirúrgica. También servirá para recordarnos que todo lo que se explica transcurre en un plazo de veinticuatro horas. El espacio sonoro de Sébastien Trouvé a partir de un diseño de Cristián Sotomayor es imprescindible. Desde la colocación de altavoces para que los planos sonoros se superpongan a la voz del intérprete con la máxima naturalidad hasta efectos varios que funcionan igual de bien en el terreno narrativo como en el estético. La alineación de todos ellos (también del intérprete) es total y como ejemplo encontramos la escena del transplante. Pura magia escénica.

Todo esto propicia que Noblet trabaje de un modo muy intenso con Thomas Germaine. La integración con las voces en off es perfecta, llegando a establecerse verdaderos diálogos, incluso conversaciones. Muy bien incluidas y dirigidas. El intérprete transforma el espacio escénico utilizando distintos objetos y su movimiento por el mismo a la vez que muda de personaje según los requerimientos de cada momento. De algún modo se convierte en todas las personas que tendrán algún contacto o intervendrán en el transplante. Germaine se desdobla ante nuestros ojos naturalizando e integrando estas transiciones con apenas un gesto o algún matiz que modifica levemente su voz. No teme indagar en en este estudio del dolor y el viaje es completo y arrollador. Tampoco renuncia a los momentos en los que debe desarrollar algo más de comicidad. Su elocución y artículación son magníficas y ejemplares en todo momento. Y su alineación y entrega hacia un texto que es muy complejo y lleno de rincones y gradaciones llegan a desarmarnos. Consigue mostrar todas las capas y escalas de un modo impresionante.

Cada gesto está ahí por algo y su trabajo físico es tan importante e impactante como verosímil en todo momento. La muda y el retorno entre personajes demuestra un dominio envidiable. Y la vida y luz que insufla en todo momento también. No se olvida que se dirige a los vivos. Conmovedora su encarnación del especialista Thomas Remige. La escena en la que acompaña a los padres del difunto en su decisión para aceptar el transplante no es sólo antológica sino que transmite en un instante la verdad y emoción que muchos profesionales de la interpretación sueñan conseguir en algún momento de su trayectoria escénica. Una mirada que muestra toda la profundidad que callan las palabras y viceversa. Extraordinario. Su trabajo se podría resumir en los vocablos extraídos del “Platonov” de Chéjov que se citan durante la conclusión y que dan título a la obra: Réparer les vivants. Si los vivos somos los espectadores, esta interpretación repara cualquier dolencia sustancial o esencialmente humana. La alusión al ruso no deja de mostrar las posibilidades dramáticas enfocadas hacia el terreno de la medicina de un modo tan alegórico como convincente.

Finalmente, que una propuesta como Réparer les vivants nos visite es un gran privilegio y una iniciativa que hay que aplaudir. Al fin podemos disfrutar de una producción del Centre Dramatique National de Normandie-Rouen en casa. Un espectáculo ganador del premio Molière 2017 y una impresionante adaptación teatral de la novela de Maylis de Kerangal que, en su momento, también consiguió numerosos galardones. Elogios y laureles que, en este caso, no son gratuitos y suponen una de las mejores experiencias teatrales de esta temporada que termina. Mención especial al milimétrico trabajo de regiduría de Johan Allanic y a la precisión técnica de los subtítulos de Philippe Chamaux.

Crítica realizada por Fernando Solla

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