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01.06.2018 Críticas  
Un viaje a través del arte performativo (en esencia y en presencia)

La Sala Atrium programa el espectáculo ganador del premio internacional del DespertaLab 2018. Un grupo de performers mira hacia el oriente nos presenta al colectivo mexicano Arrogante Albino. Una residencia artística de un mes y medio se traduce en una pieza experimental que comparte una personal y sentida mirada sobre la distancia.

Un elocuente ejercicio de creación colectiva. Expresivo y convincente. En escena veremos a seis intérpretes y a cinco más a través de documentos de vídeo. Barcelona y Guadalajara (México) y viceversa. Encontramos una exploración y disección a través de las convenciones de la realidad y sus distintas capas de representación. La reconstrucción documental de la experiencia, ¿qué tanto tiene de ficción? La parte autorreferencial tiene gran peso en esta función. De este modo, la interpretación de la vivencia, la teatralidad de la misma, la conversión y recepción en imágenes y los distintos lenguajes y soportes que emiten, y por tanto modifican tanto la transmisión como la aprehensión de la idea de realidad, se convierten en protagonistas y objeto principal.

El factor metateatral está especialmente bien llevado. La división del grupo entre los presentes y los ausentes (en escena) también mudará en contraste con las piezas de vídeo. ¿El que está aquí o el que está allí? ¿Quién es quién y qué lugar y figura ocupa? El uso del audiovisual sorprende tanto por su fuerte presencia como por su contraste e impacto escénico. Tanto el discurso como la sensibilidad poética y el tratamiento cromático que, de algún modo, se asimilará al de la iluminación de la sala en algunos momentos. Arrogante Albino no le tiene miedo al vídeo y este factor, así como su excelente integración dramática, choca con los prejuicios que tiene parte del sector autóctono en el momento de usar este formato en escena. Muy buen hallazgo.

Conocer Barcelona a través de los ojos del que llega por primera vez y al mismo tiempo participar de un viaje por Guadalajara. La idea de la obra de teatro como una expedición es divertida y emocionante a partes iguales, ya desde la bienvenida tanto al recinto como a la sala. Unos anfitriones de lujo que se mostrarán también como invitados y que en ningún momento olvidarán que se presentan como los personajes y por tanto intérpretes de sí mismos y, lo más importante, de sus historias. La individual y colectiva. El formato cuestionario está muy bien hilvanado dentro de la representación. La dramaturgia de Héctor Jiménez e Isabel Rodríguez, así como la dirección escénica de Jesús Estrada y la audiovisual de Natalia Martínez se convierten en un código y canal tan eficaz como sensible para que llegue el mensaje. De nuevo, en estos roles, figuras ausentes y presentes. Esencia y presencia de las artes performativas.

También la reflexión sobre si con su particular enfoque escénico se desmarcan de lo tradicional (y, por tanto, oficial) sin renunciar a momentos de cuestionamiento crítico hacia el propio trabajo. Esta labor queda redondeada por la presencia en vídeo (y la reconstrucción temporal del momento) del sector Guadalajara o, lo que es lo mismo, Héctor Jiménez, Daniel Sandoval, Ruth Ramos, Alan Olivares y Alejandro Medicutti. Es de justicia nombrar también a los presentes: de nuevo Natalia Martínez, Isabel Rodríguez y Jesús Estrada, además de Carolina Vázquez Chau, Elisabeth Tapia y Karla Sosa. El viaje compartido (espacial y lingüístico) por el barrio de La Sagrera de Barcelona y luego el intercambio para seamos nosotros los invitados en nuestro propio idioma por la capital del estado de Jalisco es sobrecogedor y muy potente. También la posibilidad que ofrece el montaje de vídeo de convertir a la compañía en un sólo personaje y en todos a la vez con las respuestas (verbales y en imágenes) de qué significa para ellos su presencia en la ciudad condal.

Algo que también se cuestionarán los creadores es qué interés puede tener para el público lo que están explicando. Esa sería una de las claves del espectáculo. La verdad que se transmite tanto a través del contenido como de la ejecución (verdad ficcionada que llamaremos verosimilitud) es completa. Tanto hacia las inquietudes humanas que se expresan como a la identificación con distintos conceptos y figuras como la del otro, el extranjero, las fronteras, la libertad o la manifestación artística del individuo. Todos los integrantes del grupo las aplican tanto a su propia identidad como al formato y a la narración performativa, algo que consiguen insuflar también a la recepción y, por tanto, al papel del espectador, que es también oyente y beneficiario.

Finalmente, Un grupo de performers mira hacia el oriente ofrece un intercambio muy estimulante. Los creadores e intérpretes consiguen implicarnos de un modo espontáneo y su visión va calando progresivamente a través de lo que vemos y escuchamos. Las artes escénicas como viaje, retorno y punto de encuentro. El suyo y el nuestro. Distancia y fronteras que tanto pueden ser geográficas como lingüísticas. Reales y ficticias. Algo que han sabido integrar tanto a nivel formal como narrativo y espacio-temporal. Una visita que esperamos no sea la única y de pie a futuras colaboraciones. Bienvenidos.

Crítica realizada por Fernando Solla

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