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27.05.2018 Críticas  
La última hora

En febrero de 1942, Stefan Zweig se quitó la vida junto a su joven esposa. Uno de los escritores más importantes del siglo XX, exiliado por culpa del nazismo dejaba huérfanos a miles de lectores que le seguían con pasión. No soportó el derrumbe de Europa y así lo dejo escrito en su carta de despedida. Una recreación de su última hora se puede vivir en el Teatro de la Abadía.

El suicidio de Stefan Zweig hizo que la figura del escritor austriaco llegará a convertirse en leyenda. Sus escritos sobre la deriva de Europa son lectura obligada y actual aún hoy. El canario Antonio Tabares ha imaginado esa última hora en la vida del escritor. Los preparativos, las conversaciones con su joven esposa Lotte Altmann. En ese relato que el autor ha imaginado con gran credibilidad introduce a un tercer y espontáneo personaje. Un hombre que aparecerá en esa última hora y que provocará toda una tormenta en esa despedida planeada.

Sergi Belbel hace una propuesta intimista. De gran delicadeza y realismo. Apoyado en unos actores impecables. Roberto Quintana es un Stefan Zweig de lo más creible, tanto en el gesto como en la actitud. Se puede ver en su gesto la determinación y el miedo. La necesidad de irse y a la vez la desazón y el peso del motivo. Celia Vioque tremenda, la personificación de esa joven mujer dispuesta a acompañar a Stefan en ese viaje. Con sus dudas, pero con la convicción de dejar el sufrimiento atrás. Iñigo Nuñez es la inoportuna visita. Su papel nervioso, inquieto, incongruente, choca con la calma tensa de la pareja. Ese torbellino de emociones que chocan provocará la tormenta. En esa última hora pasaran muchas cosas, y muy importantes. Un lujo ser testigo de algo que a pesar de ser imaginado, cobra un realismo que conmueve.

La escenografía de Una hora en la vida de Stefan Zweig nos muestra el salón de esa casa de Petropolis, una acertada iluminación y sonidos que ayudan a acentuar algunas emociones. Una hora en la vida de Stefan Zweig es de un trazo íntimo, real, que va más allá de un montaje teatral al uso. El espectador observa casi incomodo un acto privado, un acontecimiento que no permite visitas. Y ahí estamos todos los espectadores, inmóviles, emocionados e incomodos. Ver la última hora de un gran personaje, escucharle sus dudas y sus aseveraciones es un regalo a la imaginación que deja al espectador convertido en voyeur.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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