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26.05.2018 Críticas  
Mont Plans nos regala el abrazo más sentido

El Molino se convierte en un espacio teatral muy particular y acoge el retorno a los escenarios de Sembla que rigui. Un espectáculo unipersonal en el que Mont Plans ofrece una interpretación generosa y comprometida que trasciende el contexto de la función y alcanza múltiples capas de lectura, tanto dentro como fuera de la misma.

A partir del personaje de Júlia Català i Verdaguer se nos explica un siglo de nuestra historia. Un personaje ficticio que ha vivido el suficiente tiempo y todas las situaciones necesarias para glosar un pasado que ha configurado de algún modo un ideario bastante compartido por todos nosotros. Una exposición del amor materno, filial, conyugal, hacia un oficio y hacia la patria. Un muestrario de la muerte en todos estos ámbitos, también el asesinato de estado y el suicidio. Una oportunidad de oro para disfrutar de una actriz que crea un personaje ante nuestros ojos y con él da lo mejor de sí misma. Y aquí un servidor no tenía duda alguna pero, de nuevo, la constatación de que nos encontramos ante una grandísima actriz dramática. Esto también es teatro político. Y, a la vez, un gran abrazo con el que la artista nos obsequia a todos los convocados.

La dramaturgia de Òscar Constantí y la propia Mont plantea una situación que no deja de funcionar a modo de espejo. El personaje nos pedirá permiso para reposar eternamente y nosotros seremos los que ya desde el más allá deberemos acceder o no a compartir nuestra vida perdurable. ¿Y qué explicar ante tan peculiar jurado? Pues la vida, que es al fin y al cabo lo que nos ha llevado a la muerte. Del nacimiento y la infancia hasta la última y más senil etapa en una residencia. La capacidad de observación de ambos para incluir los momentos históricos con los más íntimos del devenir vital del personaje resulta un gran hallazgo. Un texto que es un buen repaso y a la vez sacudida a estas almas en pena que transitamos por una vida adocenada y apesadumbrada. Una buena inyección de energía tras el duelo compartido y superado al finalizar la función.

Mont Plans realiza un gran trabajo con el texto. Aprovecha su caracterización en la interpretación pero sin caer nunca en la caricatura. El contraste entre su vestido negro y su maquillaje y pelo envejecido contrasta con el telón rojo (como de fondo de ataúd) que oculta una pantalla que sirve algunas imágenes así como aporta luminosidad en momentos determinados. Nos muestra documentación gráfica a la vez que podría evidenciar ese más allá al que deberemos dejar marchar a la protagonista. El diseño de iluminación de J.M. Riera sabe crear el clima necesario en todo momento y la adaptación musical de Mariona Vila facilita que las canciones se integren en la dramaturgia de un modo espontáneo y muy evocador. La actriz integra todos los elementos escénicos en su trabajo y nos acompaña con su dominio de toda clase de humor, del más tierno al más negro o agridulce. Los registros dramáticos se superponen e integran en una interpretación que nos llevará de la sonrisa al llanto, pasando por todos los estados. Su trabajo resume a la perfección la figura de la guía espiritual en la que se convierte una gran actriz. Y ella, sin duda, lo es. Una interpretación que se aplaude pero que, sobretodo, se agradece. Y mucho.

Por último, resulta muy emocionante la dedicatoria que la actriz hace a sus compañeras de profesión. Aunque no se nombren explícitamente durante la representación, pensar en Carme Montornés, Montse Pérez, Laura Teruel, Mercè Anglès, Mercè Lleixà, Àngels Poch, Anna Lizaran y Rosa Novell amplifica las connotaciones emotivas de la función. No son sólo los nombres y sí las experiencias que tanto Mont como los espectadores hayamos ido atesorando con el paso de los años al compartir ese momento tan íntimo en el que se puede convertir la asistencia a una función teatral. El formato de vigilia y custodia nos permite de algún modo despedirnos de ellas en el ámbito en el que se solía establecer nuestra relación: en un teatro. Se suple, aunque sea de manera ilusoria, la necesidad de decir adiós. Un acto sensible y generoso. Sembla que rigui es una ofrenda y a la vez una manera muy particular de unificar la vertiente artística y humana de una actriz que comparte su duelo, su vida, su trabajo y su ilusión con todos nosotros.

Crítica realizada por Fernando Solla

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